La fase del rubí (Tusquets, 1987)
Es una de las novelas más conocidas y logradas de la autora. Transcurre en una ciudad castellana en el siglo XVIII, y se narra alternativamente en 1ª y 3ª persona: habla una mujer, Imperatrice; y una voz nos cuenta de modo más distanciado otra parte de la historia, desde el punto de vista de Torcuato, hermanastro de Imperatrice, funcionario del Santo Oficio, pero no de ese tipo de fanáticos a los que nos tiene acostumbrados la leyenda: tanto él como su colega el padre Losada son burócratas apacibles, laxos, incluso tolerantes (un buen hallazgo: esos funcionarios existen mucho más de lo que parece, aun en los oficios más rigurosos.)
El argumento de la novela se resume con brevedad: hay acontecimientos extraños en la ciudad, sospechas de brujería y presencias demoníacas, aparecen engendros humanos y desaparecen jovencitas, todo lo que termina por alertar a las altas jerarquías de la Iglesia, a la Inquisición, y a su vez alteran la paz y la rutina de Torcuato y Losada. La lenta y pesada máquina burocrática se pone en marcha para descubrir quién está detrás de esos sucesos. Pero no se trata de una historia pseudopolicial: es algo muy distinto y mucho más complejo.
Sin duda el elemento esencial son los personajes. Por una parte, Torcuato, el intelectual, uno de cuyos mayores placeres consiste en dedicarse a traducir a Tácito (¿por qué no?: todo demostrará que hace bien en buscar el refugio cálido, seguro y confortable de sus libros). Por otro lado, Imperatrice, su hermanastra, el personaje que domina por completo la obra, y el más sadiano, me atrevo a afirmar, de todos los que ha creado Pedraza (ya el nombre la define de antemano: los nombres de los personajes en la narrativa de Pedraza son, con frecuencia, o bien descriptivos de la personalidad o la apariencia física de quien lo lleva, como en este caso o la Leonisa de La pequeña pasión , o bien justamente al revés, antitéticos, desde la ironía, por ejemplo Esmeralda, la Monstrua del relato "El mejor abono", de Arcano trece). De hecho, ambos hermanos, Torcuato e Imperatrice, pueden representar, él, la perspectiva racional e ilustrada del siglo XVIII, y ella, el desenfreno pasional del Marqués de Sade, aquí llevado a sus consecuencias prácticas (Sade, tan fascinante como odiado y perturbador, fue un hijo incuestionable, aunque díscolo, de la Razón, que expresa sus ideas sobre el placer y la libertad con argumentos perfectamente encadenados). Luz y oscuridad, día y noche, razón y pasión que coexisten, a veces enfrentadas, en cualquier ser humano.
Imperatrice es hermosa, elegante, refinada, no cree que deba poner límites a sus deseos, sus pasiones; su sexualidad es libre: varones o mujeres, no importa su clase social; ella que vive en un sombrío y decadente palacio, dedicada a sí misma, a los goces materiales, no duda en extender el territorio de sus aventuras eróticas a los barrios más bajos, a los carniceros, matarifes, verdugos, enterradores, demonios, animales; o incluso a su hermano, por quien parece sentir un afecto al cual Torcuato responde con un amor incondicional. La bella libertina, y desde luego seductora literaria, a cuyo alrededor se agrupa toda una corte de criadas, empleados, amantes y admiradores, sufre sin embargo un mal muy difícil de curar: la melancolía:
"Un color invariable rige al melancólico: su interior es un espacio de color de luto; nada pasa allí, nadie pasa (...) Pero hay remedios fugitivos: los placeres sexuales, por ejemplo, por un breve tiempo pueden borrar la silenciosa galería de ecos y de espejos que es el alma melancólica. (...) Creo que la melancolía es, en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota de agua cayendo de tanto en tanto", escribe la poeta argentina Alejandra Pizarnik sobre otra melancólica, la húngara Erzébet Báthory, la Condesa Sangrienta. No es la única coincidencia. Ambas comparten el modo en que intentan derrotar ese hastío profundo: a través de las emociones intensas, sexo, sangre y muerte. Las dos tienen contacto con la brujería y quieren preservar la juventud: la húngara, la propia; la ajena, la hispano-italiana, Imperatrice. Claro que la figura de Erzébet Báthory parece mucho más dura, áspera, negra, que la de Imperatrice, indudablemente más simpática: debe de ser por la ascendencia italiana, en comparación con los agrestes Cárpatos.
La fase del rubí merecería un mayor análisis de los elementos fantásticos, como las escenas de reunión y banquete de brujas en Cernégula, la visita de Imperatrice al castillo negro, los sucesos que ocurren en el convento de Santa Librada o el sorprendente final. Igual que en otras obras, hay un extenso elenco de personajes secundarios, en general muy bien trazados, y que habría que tratar más ampliamente.
Lola Robles, 2006.
(Podéis encontrar más información sobre la autora en: Sobre Pilar Pedraza. Asimismo podéis leer Acerca de Erzébet Báthory, la Condesa Sangrienta"