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Podéis leer buenas narraciones en la Biblioteca de Relatos.

26 de septiembre de 2024

¿MERECE LA PENA ESCRIBIR EN EL SIGLO XXI? (5)

     En mi barrio, a mediados de los años setenta del siglo pasado, no había biblioteca, pero empezó a venir un bibliobús una tarde a la semana. Al salir del colegio, una amiga y yo íbamos corriendo y subíamos de un salto. Inspeccionábamos los estantes de novelas juveniles y nos llevábamos dos volúmenes cada una. Después de leerlos, los intercambiábamos. En cierta ocasión, encontré un libro de Julio Verne que tenía muchas ganas de leer y grité con entusiasmo: «¡César Cascabel!». La bibliotecaria me regañó por alzar tanto la voz.

 Lo cierto es que tomé prestadas bastantes novelas de Verne, entre ellas Miguel Strogoff, en una edición de pequeño tamaño. Ocurrió que le faltaba la parte final, de modo que no pude saber el destino del correo del zar, a quien dejé, ciego, atravesando Siberia con la ayuda de Nadia. No me atreví a decirle nada a la bibliotecaria porque yo era muy tímida. Tardé algunos años en comprar la obra completa. Cuando, en 1978, supe por la revista Teleprograma que iban a emitir una serie basada en la novela de Verne, me ilusioné y emocioné muchísimo. Creo que pocas personas se acuerdan de aquella serie, cuyo original es de 1975. A mí, el recuerdo de su «tema de Nadia» final me acompañó durante años, hasta que pude reencontrarlo.

20 de septiembre de 2024

¿MERECE LA PENA ESCRIBIR EN EL SIGLO XXI? (4)

         La editorial Bruguera tuvo una colección ilustrada, Historias Selección, donde junto al texto escrito se incluía una versión resumida en forma de viñetas de tebeo. Historias Selección se diferenciaba en varias series: Julio Verne, Emilio Salgari, Karl May, Clásicos juveniles, Leyendas y cuentos, Grandes aventuras, Historia y biografía, Pueblos y países, Sissi e incluso una serie de ciencia ficción, género al que entonces yo no era aficionada, con la excepción de Verne, precursor del mismo.

Los libros de Bruguera se editaban siempre igual: tapa dura, de color marrón claro, casi amarillento, y una sobrecubierta de papel satinado con una ilustración en color muy llamativa, magníficamente dibujada, pues era un reclamo para la lectura. El título en letras muy grandes. En el canto del volumen aparecían pintados los rostros de los protagonistas con sus nombres debajo. Fueron los primeros libros que leí. Una amiga de mi tía, que visitaba a menudo a ésta y a mi abuela, me regaló varios. Habían sido de su hijo, mayor que yo. Todavía recuerdo mi sobresalto de alegría cuando los vi y me dijeron que iban a ser míos. En el lote venían vidas de santos como Fray Escoba, canonizado como San Martín de Porres, Santa Rosa de Lima y San Juan de Dios. Además, Ricardo Corazón de León y una Historia de la India, escrita por un tal Erik Whitman, que conservo aún en mi biblioteca, con las hojas amarillentas y olor a viejo, además de la profusión de ácaros que me hace estornudar si abro el volumen. El tal Whitman me parece, aún hoy, un escritor de una delicadeza y capacidad narrativa envidiables. Al hojear la obra, me doy cuenta de que él mismo se encargaba de la traducción, así que me pregunto si, en realidad, no se trataba de un autor español que usó un seudónimo inglés por decisión editorial. También veo que, al comienzo del libro, se menciona que éste se publica con licencia eclesiástica: era el año 1968. Tras mi última mudanza, no me ha quedado más remedio que tirar, por lo deteriorado que estaba, Corazón, de Edmundo de Amicis, en Bruguera asimismo, un clásico de la literatura juvenil, quizás en exceso lacrimógeno. Lo tenía también desde mis tiempos del colegio. Poseer aquellos libros fue para mí como lograr el archideseado tesoro de la isla.

13 de septiembre de 2024

¿MERECE LA PENA ESCRIBIR EN EL SIGLO XXI? (3)

Después de los tebeos del Pulgarcito, me entusiasmaron los de El Jabato, un héroe ibero
que luchaba contra la dominación de Roma con la ayuda de su gigantesco amigo Taurus y acompañado de su novia, Claudia, romana, por cierto. El Jabato era un héroe parecido a El capitán Trueno o El guerrero del antifaz. Fue creado en 1958 por el guionista Víctor Mora Pujadas y el dibujante Francisco Darnís. Años más tarde, compré la colección entera, pero ya veía bastante mal para poder disfrutarla y, por otra parte, no podía establecer el pacto de ficción y la suspensión de la incredulidad necesarios para sumergirme en aquellas aventuras. La regalé, pues además, como siempre, no me cabía en casa.

3 de septiembre de 2024

¿MERECE LA PENA ESCRIBIR EN EL SIGLO XXI? (2)

En mi infancia, estaban los tebeos del Pulgarcito, que mi tía me compraba cada sábado cuando la acompañaba a la peluquería, en un sótano del barrio de Salamanca. Mientras ella esperaba su turno, mientras le cortaban el pelo, ponían los rulos, pintaban las uñas y acomodaban un buen rato en el secador ─aquellos antiguos donde había que meter la cabeza como en un enorme casco espacial─, yo leía y leía, sentada en el vestíbulo, arriba, a pie de calle; el salón quedaba abajo, había que descender un corto tramo de escaleras.

 Entre las páginas del tebeo, que devoraba por completo y guardaba para releerlo en la terraza de la casa de mi abuela y de mi tía, en las tardes de verano, podía encontrar las aventuras del sheriff King, amigo del líder apache Jerónimo o Gerónimo, del que no se decía entonces que había nacido en México y hablaba español. El Pulgarcito incluía asimismo, además de las historietas cómicas, entregas gráficas basadas en novelas famosas, que podían encontrarse en forma de fascículo independiente en la colección Joyas Literarias Juveniles, de la misma editorial, Bruguera.

29 de agosto de 2024

¿MERECE LA PENA ESCRIBIR EN EL SIGLO XXI?

         Empecé a escribir a los doce años. Lo hacía a mano, grapaba las páginas y las encuadernaba con cartulinas que pintaba con ceras de colores y forraba con plástico transparente. Me quedaban unos libritos artesanales nada glamurosos, pero que a mí me gustaban mucho. Cuando tuve mi máquina de escribir, pasaba a limpio con ella los cuentos o novelitas cortas.

Eran historias muy simples, de aventuras y románticas. Solía inspirarme en libros, tebeos, películas y series de televisión, aunque muchas veces no de manera consciente. Cuanto veía o leía se me quedaba en el recuerdo y lo transformaba en una ficción propia. Al cabo de algunos años, me di cuenta de que aquellas novelitas eran muy malas, llenas de tópicos. Y, en mi atroz adolescencia, las rompí. Creía que hay que tirar a la basura las obras mal escritas; después, la experiencia me enseñó que es mejor guardarlas, aunque sea en un cofre cerrado o en una carpeta escondida. Hoy me encantaría conservar aquellos pequeños tesoros, puros y espontáneos.