del humo" publicada en 2022 por Alberto Santos Editor.
La reseña ha aparecido en La Nave Insvisible.
https://lanaveinvisible.com/2023/03/04/resena-el-peso-del-humo/
La reseña ha aparecido en La Nave Insvisible.
https://lanaveinvisible.com/2023/03/04/resena-el-peso-del-humo/
Carolina
Martínez Vázquez
LES
Editorial, 2022
109
págs.
Andaba
yo buscando obras de ciencia ficción que tuvieran como uno de sus temas principales
una sociedad, futura o alternativa al presente y pasado históricos conocidos,
integrada solo por mujeres, y me he encontrado con esta novela corta de
Carolina Martínez, publicada por LES editorial, un sello independiente que está
ofreciendo libros muy interesantes de temática LGTB.
Humanas nos presenta un futuro donde los
varones con cromosomas XY han desaparecido en su totalidad de manera
inexplicable. Se han extinguido en un proceso bastante rápido y masivo, que
afectó a todas las edades, incluso a los neonatos. Por tanto, el mundo está
poblado solo por mujeres, aunque parece que hay grupos residuales de hombres
trans. También hay androides masculinos, con diversas finalidades en la
sociedad, por ejemplo el trabajo doméstico o la función sexual.
La
nueva situación se presenta, en principio, como utópica. No hay guerras; su desaparición
coincide con la ausencia de los hombres. Ellas, las mujeres, se organizan a la
perfección en todos los campos de la vida.
La
acción transcurre en Europa. Las protagonistas son una pareja, Seiya e Inken, cuya
relación atraviesa un momento difícil. La primera tiene dos madres y una
hermana. De Inken sabremos que solo cuenta con una madre; el motivo de ello
forma parte de los misterios de la trama. Las relaciones de parentesco, sexuales
y reproductivas no necesitan tampoco de los varones. La posibilidad de la
reproducción se ha logrado gracias a los avances científicos:
“[…] nuevas niñas vinieron al mundo y crecieron, pero con el
tiempo el material genético disponible en los bancos de fertilidad se agotó. La
Humanidad se precipitaba hacia la definitiva extinción hasta que la doctora
Boysen halló una nueva técnica de ingeniería genética, con la que se lograron
gestaciones efectivas con el único aporte de material cromosómico XX”.
Sin
embargo, en este mundo sereno y feliz aparece, de pronto, un joven, una especie
de Adán que deambula por las calles y es confundido con un androide. Lo
detienen y encierran para ser estudiado. Pronto descubrirán que es de carne y
hueso, y que no sabe su nombre ni tiene memoria alguna de su pasado. Inken, una
de las encargadas de investigar sobre él, lo llamará John.
La
presencia de John sorprende y perturba a toda esa sociedad femenina. Se
preguntan de dónde ha salido, si es fruto de algún experimento genético, que ya
se han intentado antes para recuperar a los varones XY, sin éxito. Dos grupos
de mujeres con influencia, las precursoras y las cismáticas, se enfrentan a
causa de John. Las precursoras piensan que John supone una grave amenaza para
su paz. Este grupo es de tipo religioso en sus creencias y organización. Por su
parte, las cismáticas están mucho más abiertas a un posible retorno de los
varones.
La
autora desarrolla muy bien los problemas personales de las dos protagonistas en
su relación de pareja y en sus vínculos familiares. Inken se ha encariñado con John
y quiere protegerlo de los peligros que puedan acecharlo. Ella tiene el lastre
de un pasado doloroso, con una madre, también investigadora científica, muy despegada
en lo afectivo. Pero la propia hija repite los esquemas maternos y dedica
muchas horas a su trabajo, lo que se convierte en un motivo de conflicto con
Seiya, cuyo deseo es que pasen más tiempo juntas y tener descendencia. Seiya, a
su vez, está envuelta en sus propios problemas familiares, sobre todo con su
hermana Mei.
El
estilo es cuidado, limpio y preciso. Se nota el trabajo de escritura y
corrección. Carolina Martínez utiliza muy bien la elipsis narrativa, tan necesaria
en las novelas cortas. Deja bastante a la interpretación del público lector, al
esbozar tan solo muchos elementos del mundo ficcional, aunque, en ocasiones, esto
puede dar lugar a alguna confusión y oscuridad. Ocurre, por ejemplo, con la
presencia de los “varones residuales”, que no se sabe si son machos genéticos o
varones trans. También llama la atención que existan androides con fines
eróticos, se supone que para relaciones de tipo heterosexual. Está claro que en
una novelette no se puede construir
un mundo con todo tipo de detalles, ni falta que hace, pero esos puntos que
señalo parecen, más bien, flecos o hilos sueltos.
El
libro me ha suscitado muchas reflexiones en el campo que yo más trabajo, el
sociológico y feminista. ¿Ha desaparecido el género en esta sociedad futura? Dejo
ahí la pregunta. Se plantea, desde luego, la cuestión de si la violencia se da
más en los varones XY por causas biológicas y, en consecuencia, si una sociedad
exclusivamente de mujeres sería más pacífica y funcionaría mejor, lo cual
supondría que la presencia de los varones XY sería siempre un elemento
perjudicial. Y ¿qué hacer entonces? Pero la novela nos lleva a plantearnos si,
a pesar de todo, no podría haber una realidad nueva en que convivieran mujeres
y varones de un modo más igualitario, justo y no violento que en el pasado. El
miedo de las mujeres a perder los derechos conquistados, a los cambios y la
otredad, son otros motivos de esta historia, que explican muy bien, por cierto,
los problemas que se están dando dentro del feminismo, en su enfrentamiento
interno a causa de la ley trans.
El
topos de la sociedad exclusiva de
mujeres es antiguo. Lo esbozó Christine de Pisan en La ciudad de las damas (1405). Centraron en él sus obras Charlotte
Perkins Gilman en Herland (1915),
James Tiptree Jr.-Alice B. Sheldon en Houston,
Houston, ¿me recibe? (1976) y
Vicente Blasco Ibáñez en El paraíso de
las mujeres (1922). Aprovecho la coincidencia de que hayan transcurrido
cien años exactos entre esta última novela, El
paraíso de las mujeres, y Humanas,
para señalar que este topos puede ser
actualizado, tal como ha hecho Martínez. La autora, además, consigue evitar ese
acartonamiento que afecta a las narraciones más antiguas sobre el tema, cuyos
personajes resultan muy esquemáticos y poco vivos y creíbles. En esta novela
corta que reseño, las mujeres no siempre son bondadosas, hay en ellas zonas
oscuras, y la pretendida desaparición de la violencia de la que he hablado y
que nos situaría en una utopía, demuestra ser infundada o falaz. Estas mujeres
también pueden ser duras, brutales y fanáticas, y usar cualquier método para,
supuestamente, protegerse. Me gusta que Martínez haya optado por una sociedad
imperfecta, mucho más realista que la utopía acabada.
Lamentaría
mucho que Humanas fuese solo leída
por mujeres, lesbianas o no. Creo que merece un público más amplio. Sin duda, Les
editorial, aunque se dirija a un grupo de lectoras determinado, también aspira
a la universalidad de las obras que publica. Estamos ante una novela bien
escrita, con personajes muy bien dibujados, buen pulso narrativo y profundidad.
Las bostonianas
Traducción de Sergio Pitol
Barcelona, Seix Barral, 1986.
Publicada por primera vez en 1886, Las bostonianas, de Henry James (Nueva York, 1843-Londres, 1916, estadounidense nacionalizado británico), es una obra, si se me permite expresarlo así, muy decimonónica, con un narrador omnisciente que se presenta de modo abierto como tal. Espléndidamente escrita, ofrece un análisis profundo de sus tres personajes principales, dos mujeres y un hombre, a los que consigue hacer creíbles e incluso complejos pese a que encarnan estereotipos de género muy marcados. El autor de Otra vuelta de tuerca deja patente, una vez más, su calidad y sensibilidad literarias.
La novela supone, también, un documento valiosísimo para conocer los inicios del feminismo y sufragismo en los Estados Unidos, en especial en Boston y Nueva York, y la reacción antifeminista que provocaron.
La
historia, como ya he dicho, se centra en tres personajes. Por una parte, Olive
Chancellor, de la clase alta de Boston, feminista y sufragista, a la que se describe
como joven, aunque da la impresión de ser mayor (de hecho, en la película del
mismo título que adapta la novela, dirigida por James Ivory, es interpretada
por Vanessa Redgrave, que tenía, entonces, cuarenta y siete años, veintiuno más
que la otra protagonista, Verena Tarrant, encarnada por Madeleine Potter).
Olive queda fascinada por Verena, hija de un charlatán que mezcla pseudomedicina,
esoterismo y política. Verena posee un don excepcional para la oratoria.
Chancellor la acoge en su casa y la convierte en su discípula y protegida
(previo pago monetario a los señores Tarrant), ya que Verena se muestra muy
abierta a aceptar y difundir las ideas feministas de su anfitriona. Tarrant
hija es atractiva, sentimental y un tanto ingenua, pero vehemente y apasionada.
Se entrega por completo a la lucha de las sufragistas por conseguir el voto y
otros derechos para las mujeres.
Aparece
en escena el tercer personaje, Basil Ransom (interpretado en el filme de Ivory
por Christopher Reeve), un joven caballero de Mississippi, que luchó por el Sur
en la Guerra de la Secesión. Se trata de un hombre muy conservador, incluso
reaccionario en sus ideas sociales y políticas, y muy patriarcal. Considera que
la mujer le es inferior por naturaleza y que su sitio está en la casa, cuidando
del esposo y la familia. Al conocer a Verena, se enamora de ella y la persigue
convencido de que acabará por seducirla y por hacerle comprender que no es
feminista por iniciativa propia, sino por la influencia de otras personas, y
que, en realidad, lo que ella desea es entregarse al amor. Este planteamiento,
que Verena “está hecha para el amor”, dado su carácter dulce, sentimental y
complaciente, lo repetirá muchas veces a lo largo de la novela. Se muestra muy
cortés con la joven, a la que le promete una vida llena de afecto, pero, eso
sí, en los límites del hogar.
El juego de poder entre los tres protagonistas se describe de manera minuciosa, en toda su complejidad. Hay otras figuras secundarias importantes, como la hermana de Olive, la señora Luna, mujer convencional y egoísta, decidida a convertir a Ransom en su esposo, y la señorita Birdseye, el único personaje (y en especial la única feminista), que aparece presentada con ternura y respeto, incluso desde la perspectiva de Ransom. Incluso hay un personaje, el joven Burrage, pretendiente de Verena y que apoya la causa feminista, que podría entenderse como un representante de la “nueva masculinidad” de su época. No hay nada nuevo bajo el sol.
Resulta
muy difícil no calificar esta obra como antifeminista, dado que la voz
narrativa, creada por el autor, valora positiva o negativamente a los
personajes, sobre todo, pero no siempre, a través de Ransom.
A
Olive la presenta como una mujer fría, dura, estirada, reprimida y bastante
neurótica, además de fanática. Una señorita seca y reseca, que solo vive para
sus ideas feministas. El tópico de la solterona. Hacia Ransom tiene unos celos
intensos, que no demuestran ser infundados. Solo en los últimos capítulos,
cuando ella se da cuenta de que está perdiendo a Verena, ahonda más en sus
sentimientos.
En
cuanto a Verena, la retrata como una joven sumamente influenciable, que se deja
convencer por las ideas de Olive Chancellor y de las otras feministas. Es
ingenua, espontánea y emotiva, todo lo contrario de Olive. Aunque se resiste,
no tarda en sucumbir a la seducción de Basil, pese a conocer sus ideas. Se
diría que ha sido hipnotizada y lo sigue como una autómata. En ningún momento
parece creerse el feminismo que predica. Más aún, en la obra este se nos
presenta como un conjunto de ideas muy abstractas e imprecisas, podríamos decir
que buenistas, pura palabrería. Por el contrario, los planteamientos
conservadores de Ransom sí que están detallados.
No
es que Basil se muestre como un dechado de virtudes. Pero, desde luego, el
narrador no siente hacia él la animadversión que destila hacia Olive.
La
obra es un magnífico ejemplo del gran tópico del amor romántico como una
pulsión irresistible para las mujeres, al que parecen destinadas por
naturaleza. No obstante, la lucidez de James no le permite concluir la novela
sin una sombra de duda. No se engaña ni engaña a los lectores prometiendo un
futuro de dicha perfecta para el matrimonio, después de que Ransom
prácticamente rapta a Tarrant.
Invito
a leer esta novela como un buen testimonio de su época y a confrontar opiniones
con la mía.
Vicente Blasco Ibáñez
El
paraíso de las mujeres
Valencia, Prometeo, 1922
337 páginas
El
paraíso de las mujeres
Valencia, Gaspar & Rimbau,
2019
Colección Recuerdos del futuro
453 páginas
Introducción de Alberto García
Gutiérrez
El
paraíso de las mujeres
es una novela del escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, publicada por
primera vez en 1922. Se cumplen, pues, cien años desde esa fecha. A lo largo de
este siglo ha habido varias reediciones, la más reciente en la editorial Gaspar
& Rimbau, con un diseño muy cuidado y con un prólogo de Alberto García
Gutiérrez. Este prólogo es una introducción general a la época, vida y obra del
autor[i].
La novela cuenta, asimismo, con otro
prólogo, en este caso del escritor, donde explica que inició la obra para que
sirviera de base al guión de una película que le habían propuesto y se rodaría
en Estados Unidos. Sin embargo, aún hoy, sería difícil rodar esa película,
salvo contando con efectos especiales. Resultaría mucho más factible un cómic o
un filme de dibujos animados.
Resumo el argumento de la obra.
Advierto que desvelo bastantes puntos clave, es decir, que hago spoilers. Al acabar este resumen lo
indico, para quien no quiera leerlo:
Edwin Gillespie es un joven ingeniero estadounidense,
enamorado de miss Margaret Haynes,
muchacha de buena familia con una situación económica que no tiene su
pretendiente. Ella le corresponde, pero su madre, viuda, niega su
consentimiento para el matrimonio. Gillespie decide, entonces, embarcarse hacia
Australia en busca de fortuna. El barco en el que viaja naufraga frente a la
Tierra de Van Diemen (Tasmania). Gillespie se salva y llega, en un bote, a una
playa desconocida. Pronto descubrirá que se encuentra en el mismo territorio
que visitó Gulliver en uno de sus viajes, habitado por criaturas de pequeño
tamaño.
Pero han transcurrido dos siglos desde la visita
de Gulliver y ha habido
cambios muy importantes. Entre ellos, varias revoluciones. La primera acabó con
las monarquías existentes y desató una serie de conflictos bélicos. Después, se
produjo un levantamiento que a Gillespie le parece asombroso: una rebelión
femenina que, con ayuda del invento de los rayos negros, inutiliza las armas de
los varones y se hace con el control de la sociedad para convertirla en un
matriarcado. En este, los varones quedan relegados a una situación de sumisión
idéntica a la que ellas sufrían antes.
“Lo primero que
acordaron las mujeres fue suprimir las naciones con todos sus fetichismos
patrióticos provocadores de guerras. Ya no hubo Liliput, ni Blefuscú, ni Estado
alguno que guardase sus antiguos nombres y diferencias. Todos se federaron en
un solo cuerpo, que tomó el título de Estados Unidos de la Felicidad. La
capital de esta confederación verdaderamente pacífica fue Mildendo […], pero se
despojó de su nombre, que databa de los antiguos emperadores, para llamarse en
adelante Ciudad-Paraíso de las Mujeres”.
Esta sociedad nueva, desconocida para un hombre como Gillespie, proveniente de un mundo patriarcal, vertebra toda la novela. Se explora y analiza sus costumbres y personajes, a través de los ojos del visitante. Pero en su seno se está larvando la rebelión inversa, la de los hombres que pugnan por liberarse y recuperar el poder perdido.
Como tramas secundarias, aparecen las relaciones
personales del protagonista con algunas de las integrantes de esa sociedad. Y
lo que no puede faltar casi nunca, una historia de amor, aquí entre un joven
rebelde, Ra-Ra, que es, además, una copia idéntica y minúscula de Gillespie, y Popito,
que resulta ser el vivo retrato de su amada miss Margaret Haynes. También hay ciertas
disputas literarias y políticas entre las mujeres más reconocidas o poderosas
de esos Estados que se presumen tan felices.
Fin del resumen del argumento.
El
paraíso de las mujeres
es, entonces, una clara recreación y homenaje de/a Los viajes de Gulliver (1726) de Jonathan Swift. Las dos son
sátiras, aunque en la obra de Blasco Ibáñez predomina el humor y la diversión,
mientras que en Swift hay una crítica y una amargura en su reflexión sobre la
naturaleza humana que sorprenden a quienes leen el libro pensando que se trata
de literatura juvenil o hasta infantil.
Aunque tiene elementos de ciencia
ficción, como los “rayos negros” y los “anti-rayos negros”, además de otros
artefactos que dan una deliciosa ambientación steampunk, El paraíso de las
mujeres es sobre todo una historia de fantasía o de lo maravilloso,
justamente al estilo de Jonathan Swift, porque prima aquello que excede y
contraviene las leyes naturales, empezando por el tamaño diminuto de las/os
habitantes del territorio al que llega el viajero náufrago. Hay que añadir la
similitud fisonómica entre Gillespie y Ra-Ra, o Popito y miss Margaret. Más que
la especulación, que la hay, prima la sátira y lo humorístico. Los esquemas
principales de la obra repiten los que aparecen en la historia de Gulliver: hay
un viaje por mar del protagonista masculino, que naufraga y consigue alcanzar una
costa desconocida y un mundo asombroso, ya no solo por las dimensiones de sus
pobladores, a quienes puede llevar en un bolsillo o situar en la palma de su
mano, sino por la organización de su sociedad. El forastero, lleno de extrañeza
(elemento este, por cierto, también característico de la ciencia ficción)
explora ese mundo tan diferente al suyo. Habrá cosas que le causen admiración y
otras que le produzcan rechazo. Este mecanismo es usado en obras como Herland (1915), de Charlotte Perkins
Gilman, o La mano izquierda de la
oscuridad (1969), de Ursula K. Le Guin.
El esquema del mundo al revés o
la inversión tampoco es nuevo, ni siquiera cuando se aplica al cambio de una
sociedad patriarcal por otra matriarcal. De hecho, esta última inversión suele
aparecer con relativa frecuencia, desde Aristófanes (Las asambleístas o La
asamblea de las mujeres, año ─392) hasta los cómics de Astérix (Astérix, la rosa y la espada, nº29).
Este recurso literario de la
inversión puede tener distintos objetivos:
─Realizar una crítica sobre la
presunta naturalidad de una estructura social determinada, normalmente de poder
o de opresión. Así, se nos hace ver que no es natural o consecuencia de un
destino biológico que una parte de la sociedad, por ejemplo los varones, oprima
a la otra, las mujeres. Si en una realidad alternativa hay una organización
diferente y contraria, entonces no hay nada en la naturaleza que justifique la
superioridad de un sexo/género sobre otro, ni son naturales los estereotipos de
género.
─Relacionada también con la
anterior, mostrar lo injusto de una discriminación o subordinación. Así lo hace
Angélica Gorodischer en Opus dos,
historia en la que son las personas negras las que tienen posiciones relevantes
en la sociedad y las personas blancas las discriminadas. Es precisamente al
confrontar lo que conocemos y lo que leemos cuando logramos ver la injusticia o
la no naturalidad. Se nos hace patente lo que se mantiene por inercia, por
inconsciencia o incluso negación abierta de su realidad (negación del
patriarcado, por ejemplo).
─Pero el mecanismo de la
inversión también puede tener como objeto una ridiculización que reafirma más
el estatus opresivo existente. Se pretende evidenciar lo absurdo y risible que
sería un mundo opuesto a nuestro “orden natural”. Podríamos, eso sí, considerar
ese mundo al revés como una evasión puntual y jocosa de la realidad, como esas
fiestas en que, una vez al año y en ciertas localidades, pasan a mandar las
mujeres por un día. A la jornada siguiente, la normalidad se restablece.
¿Se está burlando Blasco Ibáñez
del feminismo mediante una caricatura? Parece que sí, pero se mantiene cierta
ambigüedad. No hay una crítica tan acerba como la de Henry James en Las bostonianas (1886). Hay varias posibles lecturas, más allá
de la presunta intención del autor, que no queda tan clara y que, en todo caso,
no impediría que su obra se leyese de otra forma a cómo él la proyectó.
Por otra parte, resulta lógico pensar
que Blasco Ibáñez, ferviente republicano, aprovechase para defender este
sistema político frente a la monarquía. Llama la atención también el pacifismo
de la nueva sociedad que Gillespie encuentra. Más aún, el ejército que existe
en este Paraíso de las Mujeres parece de juego, solo con armas blancas y mucho
postureo, pero pocas ganas de hacer la guerra. Escrita entre los dos grandes conflictos
mundiales del siglo XX, quizás el horror de la Primera Guerra influyó en el
escritor; en cualquier caso, es un elemento muy interesante en una sociedad
solo de mujeres.
Además, la novela podría
interpretarse metafóricamente, no solo como feminista o antifeminista, sino
como la muestra hiperbólica (o no tan hiperbólica) de lo que ocurre en tantas
revoluciones. El deseo de acabar con la injusticia, las jerarquías, la opresión
y la explotación dan lugar a una inversión de las posiciones, no a una sociedad
alternativa y mejor. Los que estaban abajo y se sitúan arriba se vengan de sus antiguos
opresores; estos, ahora oprimidos, planean su liberación, pero es para volver a
la situación inicial. El esquema de poder y sometimiento se mantiene intacto, solo
cambian quienes ocupan uno y otro lugar. La estructura está destinada a
rehacerse una y otra vez, a perpetuarse.
Encontramos en el libro otro tema
muy distinto: una divertida sátira sobre los literatos cuyos egos quedan
enfrentados. El autor aprovechó para reírse un poco de las disputas y
conflictos del mundillo literario que conoció.
Volviendo a la inversión de roles
de sexo/género, está muy bien presentada, ya que las mujeres que ocupan las
posiciones de poder y ejercen los trabajos antes masculinos repiten asimismo
los papeles y estereotipos más tradicionales de los varones: por ejemplo, las
soldados, oficiales y marineros se comportan de forma descarada, incluso soez,
abordando a los hombres, muy pudibundos, de una manera bastante irrespetuosa. Ellos
van muy tapados, con velos, y muchos de ellos consideran que su sitio es el
hogar y su principal tarea el cuidado de su esposa trabajadora y de sus
criaturas. Cuando conocen la existencia de un intento de rebelión masculina,
una rebelión emancipatoria y que pretende recuperar su situación antigua, habrá
hombres que se escandalicen de tal intento antinatural.
Eso sí, este mundo al revés
produce cierta confusión para quien lee, ya que el autor se refiere en
ocasiones a las mujeres en masculino y a los hombres en femenino. Ellos van
vestidos de modo tradicionalmente femenino, pero pueden tener barba: son las
“matronas barbudas”. Es una experimentación lingüística que habría que mostrar
a todas aquellas personas que se burlan de las apuestas por un lenguaje no
sexista. Blasco Ibáñez se inventa neologismos a la hora de imaginar la rebelión
de los varones: “Algunos jovenzuelos audaces forman agrupaciones con el nombre
de Partido Masculista. Su doctrina la titulan el Varonismo”.
La voz narrativa también se mofa de
las/os habitantes del Paraíso de las Mujeres, por su tamaño diminuto. Los llama
pigmeos y el autor les impone unos nombres a veces ridículos, como en el caso
de Popito. Gillespie, el Hombre-Montaña, el Gigante, el Gentleman, se presenta
como muy superior a sus anfitrionas/es, y no solo por estatura. Cuando su traductora,
a la que se llama “el profesor Flimnap”, se enamora de él, solo recibe burla por
parte del narrador.
El final de la novela queda
abierto, puesto que Gillespie consigue escapar de ese territorio donde
prácticamente se había convertido en prisionero. Sí hay algunos hilos
argumentales que se cierran y, de ellos, dos tienen que ver con el amor
romántico. Si la suerte amorosa del viajero-náufrago cambiará, todo lo
contrario les sucede a Popito y Ra-ra. Más allá de este final desdichado, lo
cierto es que la joven Popito se ha enamorado de Ra-ra, a pesar de darse cuenta
de su resentimiento hacia las mujeres y de su deseo de que el patriarcado
renazca. Ella no aboga por una sociedad igualitaria. Solo piensa en entregarse
a su pasión. Y lo mismo le ocurre al “profesor” Flimnap, enamorada de
Gillespie. El estereotipo de las mujeres que pierden por completo el control de
su voluntad y la racionalidad sobre sus derechos a causa del amor romántico se
mantiene. Ese sentimiento es una pulsión irresistible. Justo igual que en Las bostonianas de Henry James.
¿Estamos ante una utopía
feminista o ante una distopía antifeminista? Resulta difícil asegurar lo
primero, ya que la sociedad matriarcal es autoritaria y somete a los varones,
igual que ellos hicieron con las mujeres. Estas llegan, incluso, a borrar la
historia anterior y rehacerla, atribuyendo a mujeres logros y hazañas masculinos.
La manipulación del pasado es típicamente distópica.
Sin embargo, yo creo que sí hay un intento de
utopía, la que las mujeres buscan al crear su nueva sociedad y desterrar, por
ejemplo, la guerra. Ellas han conseguido liberarse y se organizan perfectamente
solas; recurren a los avances tecnológicos, no tienen dificultad en dedicarse a
cualquier tarea, oficio o profesión, ni en detentar cargos políticos y
académicos, ni en solucionar problemas. Su mayor error es haber sometido a los
varones, sin ser conscientes de que eso producirá una nueva revolución, ahora
en su contra.
La obra de Blasco Ibáñez se inserta también en
una tradición de sociedades exclusivamente femeninas, que pueden ser vistas como
utópicas o como perversas. Cuando se trata de utopías, hay que dejar claro que esta
exclusividad no se debe necesariamente a un odio hacia los hombres o deseo de
revancha.
Claro que, la novela pudo, me
temo, contribuir a esa visión del feminismo como lo opuesto al machismo, como
un deseo de someter y subordinar a los varones (algo totalmente falso) y de las
feministas como vengadoras fanáticas a quienes impulsa ese odio y rencor hacia
los hombres. Esto supone un sesgo importante, que, un siglo después, todavía
permanece.
La misoginia por parte de la voz
narrativa queda muy clara en ocasiones:
“Avanzó primeramente un grupo de doctores jóvenes,
que eran muchachas en traje masculino, llevando como único emblema de su grado
el gorro universitario. Algunas de ellas, esbeltas y gallardas, tenían un andar marcial que revelaba su afición a los
deportes, pero las más mostraban cierto parentesco físico con el doctor
Flimnap. Las había enjutas de cuerpo,
con un gesto ácidamente triste, como si el fuego del saber hubiese consumido en
su interior toda gracia femenina. Otras eran gruesas, pesadas y miopes,
contemplándolo todo con asombro infantil, lo mismo que si hubiesen caído en un mundo extraño al levantar su cabeza
de los libros”.
Al igual que ocurre con Las bostonianas, El paraíso de las mujeres es un documento muy valioso para conocer
la época en que el feminismo empezó a extenderse por Estados Unidos (país que Blasco
Ibáñez visitó en los años en que se publica esta novela). Y, como reacción
inevitable, el antifeminismo.
[i] Añade el
prologuista referencias a otras obras en las que aparecen sociedades dominadas
por mujeres. Quizás la única carencia de este texto preliminar es que no aborde
con mayor profundidad la novela en sí.
Ayn
Rand
El manantial
Barcelona,
Planeta, 2019.
864
páginas.
Termino
de leer/escuchar la novela El manantial,
de Ayn Rand. He tardado bastante, no solo por su larga extensión (advierto que
es un tocho de más de 800 páginas, que, convertidas en audiolibro, dan treinta
y dos horas de escucha), sino por otras circunstancias que no vienen al caso y que
han hecho más lenta mi lectura. En estos tiempos apresurados donde hay tanta
oferta de libros y tantos títulos pendientes en nuestra lista personal, soy
partidaria, sin embargo, de no dejarse asustar por los gruesos volúmenes, tan
queridos en otras épocas, sobre todo si, como en este caso, literariamente
merecen la pena.
En
1936 se publica su obra Los que vivimos,
que contiene elementos autobiográficos. En 1938, Himno. En 1957, La rebelión
del Atlas, donde expone de nuevo su pensamiento filosófico objetivista e
individualista. También destaca su ensayo La
virtud del egoísmo (1964), otro manifiesto de su ideología ultraliberal.
El manantial (The Fountainhead, 1943) es una novela ideológica, de tesis, que la
autora utiliza para plasmar su filosofía de vida a través de los personajes. Se
filmó una película con el mismo título, en 1949, dirigida por King Vidor e
interpretada por Gary Cooper y Patricia Neil.
Poco
tengo que ver con Rand en cuanto a ideas sobre el mundo y la sociedad. No
obstante, hay algunos puntos de su pensamiento que me han resultado valiosos y que
comentaré. Sobre todo, Rand me gusta como novelista, en las dos obras suyas que
he leído. Y pienso seguir con otras. Me gusta su estilo y la creación de tramas
y personajes, bastante complejos estos últimos, pese a los estereotipos de la época.
Además, trabajaba durante años sus obras.
El manantial está protagonizada por Howard Roark, un joven arquitecto que encarna el modelo de vida y el modo de pensar de la escritora-filósofa. Es el héroe de la historia, al contrario que su colega Peter Keating o el periodista Ellsworth Toohey. Keating es un hombre sin talento, sin aptitudes para una verdadera creatividad, además de manipulable y muy pendiente de la opinión ajena. En cuanto al periodista Toohey, representa la defensa del altruismo que tanto incomodaba a Rand y muestra cierta hipocresía en su conducta.
Mención
aparte merecen los personajes de Dominique Francon y Gail Wynand. El segundo,
empresario de medios de comunicación, es también, como Howard Roark, un hombre hecho
a sí mismo, aunque carece del espíritu rebelde y la fortaleza que Roark lleva a
su máxima expresión. Wynand será amigo de Roark y esposo de Dominique Francon. Ella
es una figura que, desde el primer momento, me ha parecido muy destacable y
bastante original. Digna compañera de Roark, se casará, no obstante, primero
con Peter Keating y, después, con Gail Wynand, iniciando, en este último caso, un
curioso trío de amistad y amor muy poco habitual. Como mujer, no parece que
pueda ganarse la vida (al nivel social que pretende y dentro de la clase a la
que pertenece) por sí sola, de modo que su única posibilidad es un buen
matrimonio. Lo sabe y no cae en ningún tipo de romanticismo, tampoco en ambición.
Se trata, simplemente, de una evidencia, una situación insoslayable. Dominique
Franco no es la heroína del libro y Rand no era, para nada, feminista. Solo imaginó
un personaje femenino con la suficiente fuerza para enamorar a Roark, con quien
vive una pasión bastante intensa, aunque de cumplimiento aplazado y con una
relativa libertad, sin celos. Nos encontramos, ya digo, ante una mujer potente,
poco convencional pese a todo, muy distinta de Katherine, la sobrina de Toohey,
primera novia fiel y abnegada de Peter Keating, quien la abandona sin ni
siquiera caer en la cuenta de que lo hace (se olvida de ello, incluso, esto es
literal). Rand era una de esas mujeres de ideología muy conservadora en muchos
aspectos, pero que no se amilanaban ni dejaban someter, aunque apoyaran (o no
les importase mucho o nada, creo que este es el caso) la opresión de muchas
otras.
La
escritora ruso-estadounidense maneja bastantes más personajes y lo hace muy
bien. Escribió en la época de las novelas psicológicas, con una profundización
y una morosidad que ahora apenas serían aceptables.
Sé
que se recela de Rand por su ideología ultra liberal. Sin embargo, merece la
pena conocerla y leerla como a una novelista clásica y también de ciencia
ficción, y como a una pensadora que ha influido de manera notable en la
sociedad de los Estados Unidos.
Dije
antes que había algunos aspectos del modo de pensar de Rand que me parecían
válidos. Por ejemplo, el no amoldarse a las opiniones y valoraciones ajenas, y
actuar según nuestros propios principios. Claro que en su pensamiento resulta
básico la antítesis entre lo individual y lo social o colectivo, entre
altruismo y un egoísmo “racional”. Resulta fácil sentir cierta simpatía por
Roark y antipatía por Keating y Toohey. Por supuesto, la autora carga mucho las
tintas en su valoración negativa de todo y todos aquellos que se oponen a sus
ideas. Su visión de lo colectivo y común está muy sesgada, aunque refleja muy
bien los movimientos de la gente como masa. Creo que Rand se hubiera
horrorizado en este tiempo de las redes sociales. Pero el individualismo y la
libertad radical que Rand pretende son muy difíciles de llevarse a cabo de
manera general y extensa, puesto que una sociedad se compone de muchas personas
y no todas podríamos ejercer por igual esa libertad: por incapacidad personal, por
falta auténtica de posibilidades para ello y porque chocaría con los derechos
de otras. En ese sentido, se trata de una propuesta claramente elitista a nivel
social. Otra cosa es que pueda servirnos en el plano personal.
Anticomunista
y antisoviética acérrima, Rank se oponía a la intervención del Estado, salvo de
modo muy excepcional y mínimo. Se la ha convertido en un icono de cierta
derecha procapitalismo y neoliberalismo, además, supongo, de inspirar a
libertarios de derecha, que haberlos, haylos. Claro que convertir en biblia sus
obras resulta totalmente contradictorio con sus propuestas de que una persona
debe pensar por sí misma sin someterse a consignas y credos ajenos.