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17 de octubre de 2022

EL PARAÍSO DE LAS MUJERES: ¿UTOPÍA FEMINISTA O DISTOPÍA ANTIFEMINISTA?

    

     Vicente Blasco Ibáñez

El paraíso de las mujeres

Valencia, Prometeo, 1922

337 páginas

 

El paraíso de las mujeres

Valencia, Gaspar & Rimbau, 2019

Colección Recuerdos del futuro

453 páginas

Introducción de Alberto García Gutiérrez

 

El paraíso de las mujeres es una novela del escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, publicada por primera vez en 1922. Se cumplen, pues, cien años desde esa fecha. A lo largo de este siglo ha habido varias reediciones, la más reciente en la editorial Gaspar & Rimbau, con un diseño muy cuidado y con un prólogo de Alberto García Gutiérrez. Este prólogo es una introducción general a la época, vida y obra del autor[i].

La novela cuenta, asimismo, con otro prólogo, en este caso del escritor, donde explica que inició la obra para que sirviera de base al guión de una película que le habían propuesto y se rodaría en Estados Unidos. Sin embargo, aún hoy, sería difícil rodar esa película, salvo contando con efectos especiales. Resultaría mucho más factible un cómic o un filme de dibujos animados.

Resumo el argumento de la obra. Advierto que desvelo bastantes puntos clave, es decir, que hago spoilers. Al acabar este resumen lo indico, para quien no quiera leerlo:

Edwin Gillespie es un joven ingeniero estadounidense, enamorado de miss Margaret Haynes, muchacha de buena familia con una situación económica que no tiene su pretendiente. Ella le corresponde, pero su madre, viuda, niega su consentimiento para el matrimonio. Gillespie decide, entonces, embarcarse hacia Australia en busca de fortuna. El barco en el que viaja naufraga frente a la Tierra de Van Diemen (Tasmania). Gillespie se salva y llega, en un bote, a una playa desconocida. Pronto descubrirá que se encuentra en el mismo territorio que visitó Gulliver en uno de sus viajes, habitado por criaturas de pequeño tamaño.

Pero han transcurrido dos siglos desde la visita de Gulliver y ha habido cambios muy importantes. Entre ellos, varias revoluciones. La primera acabó con las monarquías existentes y desató una serie de conflictos bélicos. Después, se produjo un levantamiento que a Gillespie le parece asombroso: una rebelión femenina que, con ayuda del invento de los rayos negros, inutiliza las armas de los varones y se hace con el control de la sociedad para convertirla en un matriarcado. En este, los varones quedan relegados a una situación de sumisión idéntica a la que ellas sufrían antes.

“Lo primero que acordaron las mujeres fue suprimir las naciones con todos sus fetichismos patrióticos provocadores de guerras. Ya no hubo Liliput, ni Blefuscú, ni Estado alguno que guardase sus antiguos nombres y diferencias. Todos se federaron en un solo cuerpo, que tomó el título de Estados Unidos de la Felicidad. La capital de esta confederación verdaderamente pacífica fue Mildendo […], pero se despojó de su nombre, que databa de los antiguos emperadores, para llamarse en adelante Ciudad-Paraíso de las Mujeres”.

 Esta sociedad nueva, desconocida para un hombre como Gillespie, proveniente de un mundo patriarcal, vertebra toda la novela. Se explora y analiza sus costumbres y personajes, a través de los ojos del visitante. Pero en su seno se está larvando la rebelión inversa, la de los hombres que pugnan por liberarse y recuperar el poder perdido.

Como tramas secundarias, aparecen las relaciones personales del protagonista con algunas de las integrantes de esa sociedad. Y lo que no puede faltar casi nunca, una historia de amor, aquí entre un joven rebelde, Ra-Ra, que es, además, una copia idéntica y minúscula de Gillespie, y Popito, que resulta ser el vivo retrato de su amada miss Margaret Haynes. También hay ciertas disputas literarias y políticas entre las mujeres más reconocidas o poderosas de esos Estados que se presumen tan felices.

Fin del resumen del argumento.

El paraíso de las mujeres es, entonces, una clara recreación y homenaje de/a Los viajes de Gulliver (1726) de Jonathan Swift. Las dos son sátiras, aunque en la obra de Blasco Ibáñez predomina el humor y la diversión, mientras que en Swift hay una crítica y una amargura en su reflexión sobre la naturaleza humana que sorprenden a quienes leen el libro pensando que se trata de literatura juvenil o hasta infantil.

Aunque tiene elementos de ciencia ficción, como los “rayos negros” y los “anti-rayos negros”, además de otros artefactos que dan una deliciosa ambientación steampunk, El paraíso de las mujeres es sobre todo una historia de fantasía o de lo maravilloso, justamente al estilo de Jonathan Swift, porque prima aquello que excede y contraviene las leyes naturales, empezando por el tamaño diminuto de las/os habitantes del territorio al que llega el viajero náufrago. Hay que añadir la similitud fisonómica entre Gillespie y Ra-Ra, o Popito y miss Margaret. Más que la especulación, que la hay, prima la sátira y lo humorístico. Los esquemas principales de la obra repiten los que aparecen en la historia de Gulliver: hay un viaje por mar del protagonista masculino, que naufraga y consigue alcanzar una costa desconocida y un mundo asombroso, ya no solo por las dimensiones de sus pobladores, a quienes puede llevar en un bolsillo o situar en la palma de su mano, sino por la organización de su sociedad. El forastero, lleno de extrañeza (elemento este, por cierto, también característico de la ciencia ficción) explora ese mundo tan diferente al suyo. Habrá cosas que le causen admiración y otras que le produzcan rechazo. Este mecanismo es usado en obras como Herland (1915), de Charlotte Perkins Gilman, o La mano izquierda de la oscuridad (1969), de Ursula K. Le Guin.

El esquema del mundo al revés o la inversión tampoco es nuevo, ni siquiera cuando se aplica al cambio de una sociedad patriarcal por otra matriarcal. De hecho, esta última inversión suele aparecer con relativa frecuencia, desde Aristófanes (Las asambleístas o La asamblea de las mujeres, año ─392) hasta los cómics de Astérix (Astérix, la rosa y la espada, nº29).

Este recurso literario de la inversión puede tener distintos objetivos:

Realizar una crítica sobre la presunta naturalidad de una estructura social determinada, normalmente de poder o de opresión. Así, se nos hace ver que no es natural o consecuencia de un destino biológico que una parte de la sociedad, por ejemplo los varones, oprima a la otra, las mujeres. Si en una realidad alternativa hay una organización diferente y contraria, entonces no hay nada en la naturaleza que justifique la superioridad de un sexo/género sobre otro, ni son naturales los estereotipos de género.

Relacionada también con la anterior, mostrar lo injusto de una discriminación o subordinación. Así lo hace Angélica Gorodischer en Opus dos, historia en la que son las personas negras las que tienen posiciones relevantes en la sociedad y las personas blancas las discriminadas. Es precisamente al confrontar lo que conocemos y lo que leemos cuando logramos ver la injusticia o la no naturalidad. Se nos hace patente lo que se mantiene por inercia, por inconsciencia o incluso negación abierta de su realidad (negación del patriarcado, por ejemplo).

─Pero el mecanismo de la inversión también puede tener como objeto una ridiculización que reafirma más el estatus opresivo existente. Se pretende evidenciar lo absurdo y risible que sería un mundo opuesto a nuestro “orden natural”. Podríamos, eso sí, considerar ese mundo al revés como una evasión puntual y jocosa de la realidad, como esas fiestas en que, una vez al año y en ciertas localidades, pasan a mandar las mujeres por un día. A la jornada siguiente, la normalidad se restablece.

¿Se está burlando Blasco Ibáñez del feminismo mediante una caricatura? Parece que sí, pero se mantiene cierta ambigüedad. No hay una crítica tan acerba como la de Henry James en Las bostonianas (1886). Hay varias posibles lecturas, más allá de la presunta intención del autor, que no queda tan clara y que, en todo caso, no impediría que su obra se leyese de otra forma a cómo él la proyectó.

Por otra parte, resulta lógico pensar que Blasco Ibáñez, ferviente republicano, aprovechase para defender este sistema político frente a la monarquía. Llama la atención también el pacifismo de la nueva sociedad que Gillespie encuentra. Más aún, el ejército que existe en este Paraíso de las Mujeres parece de juego, solo con armas blancas y mucho postureo, pero pocas ganas de hacer la guerra. Escrita entre los dos grandes conflictos mundiales del siglo XX, quizás el horror de la Primera Guerra influyó en el escritor; en cualquier caso, es un elemento muy interesante en una sociedad solo de mujeres.

Además, la novela podría interpretarse metafóricamente, no solo como feminista o antifeminista, sino como la muestra hiperbólica (o no tan hiperbólica) de lo que ocurre en tantas revoluciones. El deseo de acabar con la injusticia, las jerarquías, la opresión y la explotación dan lugar a una inversión de las posiciones, no a una sociedad alternativa y mejor. Los que estaban abajo y se sitúan arriba se vengan de sus antiguos opresores; estos, ahora oprimidos, planean su liberación, pero es para volver a la situación inicial. El esquema de poder y sometimiento se mantiene intacto, solo cambian quienes ocupan uno y otro lugar. La estructura está destinada a rehacerse una y otra vez, a perpetuarse.

Encontramos en el libro otro tema muy distinto: una divertida sátira sobre los literatos cuyos egos quedan enfrentados. El autor aprovechó para reírse un poco de las disputas y conflictos del mundillo literario que conoció.

Volviendo a la inversión de roles de sexo/género, está muy bien presentada, ya que las mujeres que ocupan las posiciones de poder y ejercen los trabajos antes masculinos repiten asimismo los papeles y estereotipos más tradicionales de los varones: por ejemplo, las soldados, oficiales y marineros se comportan de forma descarada, incluso soez, abordando a los hombres, muy pudibundos, de una manera bastante irrespetuosa. Ellos van muy tapados, con velos, y muchos de ellos consideran que su sitio es el hogar y su principal tarea el cuidado de su esposa trabajadora y de sus criaturas. Cuando conocen la existencia de un intento de rebelión masculina, una rebelión emancipatoria y que pretende recuperar su situación antigua, habrá hombres que se escandalicen de tal intento antinatural.

Eso sí, este mundo al revés produce cierta confusión para quien lee, ya que el autor se refiere en ocasiones a las mujeres en masculino y a los hombres en femenino. Ellos van vestidos de modo tradicionalmente femenino, pero pueden tener barba: son las “matronas barbudas”. Es una experimentación lingüística que habría que mostrar a todas aquellas personas que se burlan de las apuestas por un lenguaje no sexista. Blasco Ibáñez se inventa neologismos a la hora de imaginar la rebelión de los varones: “Algunos jovenzuelos audaces forman agrupaciones con el nombre de Partido Masculista. Su doctrina la titulan el Varonismo”.

La voz narrativa también se mofa de las/os habitantes del Paraíso de las Mujeres, por su tamaño diminuto. Los llama pigmeos y el autor les impone unos nombres a veces ridículos, como en el caso de Popito. Gillespie, el Hombre-Montaña, el Gigante, el Gentleman, se presenta como muy superior a sus anfitrionas/es, y no solo por estatura. Cuando su traductora, a la que se llama “el profesor Flimnap”, se enamora de él, solo recibe burla por parte del narrador.

El final de la novela queda abierto, puesto que Gillespie consigue escapar de ese territorio donde prácticamente se había convertido en prisionero. Sí hay algunos hilos argumentales que se cierran y, de ellos, dos tienen que ver con el amor romántico. Si la suerte amorosa del viajero-náufrago cambiará, todo lo contrario les sucede a Popito y Ra-ra. Más allá de este final desdichado, lo cierto es que la joven Popito se ha enamorado de Ra-ra, a pesar de darse cuenta de su resentimiento hacia las mujeres y de su deseo de que el patriarcado renazca. Ella no aboga por una sociedad igualitaria. Solo piensa en entregarse a su pasión. Y lo mismo le ocurre al “profesor” Flimnap, enamorada de Gillespie. El estereotipo de las mujeres que pierden por completo el control de su voluntad y la racionalidad sobre sus derechos a causa del amor romántico se mantiene. Ese sentimiento es una pulsión irresistible. Justo igual que en Las bostonianas de Henry James.

¿Estamos ante una utopía feminista o ante una distopía antifeminista? Resulta difícil asegurar lo primero, ya que la sociedad matriarcal es autoritaria y somete a los varones, igual que ellos hicieron con las mujeres. Estas llegan, incluso, a borrar la historia anterior y rehacerla, atribuyendo a mujeres logros y hazañas masculinos. La manipulación del pasado es típicamente distópica.

 Sin embargo, yo creo que sí hay un intento de utopía, la que las mujeres buscan al crear su nueva sociedad y desterrar, por ejemplo, la guerra. Ellas han conseguido liberarse y se organizan perfectamente solas; recurren a los avances tecnológicos, no tienen dificultad en dedicarse a cualquier tarea, oficio o profesión, ni en detentar cargos políticos y académicos, ni en solucionar problemas. Su mayor error es haber sometido a los varones, sin ser conscientes de que eso producirá una nueva revolución, ahora en su contra.

 La obra de Blasco Ibáñez se inserta también en una tradición de sociedades exclusivamente femeninas, que pueden ser vistas como utópicas o como perversas. Cuando se trata de utopías, hay que dejar claro que esta exclusividad no se debe necesariamente a un odio hacia los hombres o deseo de revancha.

Claro que, la novela pudo, me temo, contribuir a esa visión del feminismo como lo opuesto al machismo, como un deseo de someter y subordinar a los varones (algo totalmente falso) y de las feministas como vengadoras fanáticas a quienes impulsa ese odio y rencor hacia los hombres. Esto supone un sesgo importante, que, un siglo después, todavía permanece.

La misoginia por parte de la voz narrativa queda muy clara en ocasiones:

“Avanzó primeramente un grupo de doctores jóvenes, que eran muchachas en traje masculino, llevando como único emblema de su grado el gorro universitario. Algunas de ellas, esbeltas y gallardas, tenían un andar marcial que revelaba su afición a los deportes, pero las más mostraban cierto parentesco físico con el doctor Flimnap. Las había enjutas de cuerpo, con un gesto ácidamente triste, como si el fuego del saber hubiese consumido en su interior toda gracia femenina. Otras eran gruesas, pesadas y miopes, contemplándolo todo con asombro infantil, lo mismo que si hubiesen caído en un mundo extraño al levantar su cabeza de los libros”.

Al igual que ocurre con Las bostonianas, El paraíso de las mujeres es un documento muy valioso para conocer la época en que el feminismo empezó a extenderse por Estados Unidos (país que Blasco Ibáñez visitó en los años en que se publica esta novela). Y, como reacción inevitable, el antifeminismo.

Lola Robles

[i] Añade el prologuista referencias a otras obras en las que aparecen sociedades dominadas por mujeres. Quizás la única carencia de este texto preliminar es que no aborde con mayor profundidad la novela en sí.