Este es el prólogo que he escrito para la edición en un solo volumen de la trilogía de Emilio Bueso "Los ojos bizcos del sol", publicada por Gigamesh en 2021 y compuesta por las novelas "Transcrepuscular", "Antisolar" y "Subsolar".
Esta trilogía nos
cuenta un viaje largo y difícil. Como el de la Odisea. Ya saben ustedes que los griegos lo inventaron todo en
literatura y, después, no hemos hecho más que repetirlo. Y, claro, no solo
viajarán los protagonistas. También los lectores. De ahí que pueda venirles
bien que este prólogo les haga las veces de mapa, o de brújula.
Unos y otros van a
hacer un recorrido por territorios que no conocen, en busca de un objeto
robado. Un grupo de aventureros se enfrentará a grandes peligros, derivados de
una naturaleza poco hospitalaria y de otros seres vivos que, con frecuencia,
los querrán mal. Es un argumento de tradición clásica. Y la trama, única y
lineal, camina del presente hacia el futuro.
Quien empiece a leer la
trilogía va a inmersionar en un ámbito prodigioso, espectacular. Bellísimo y
terrible. Enorme. Aquí no se construye una casa, sino una catedral. Más aún, un
planeta entero. Imagino horas y horas de cavilaciones por parte del autor. No
sé si noches en vela, pero sí llevarse la historia a la cama y, a la mañana
siguiente, a la ducha. Jornadas de planificación, de escritura y corrección. Y
documentarse mucho, muy necesario para lo maravilloso y para la ciencia
ficción, por aquello de la coherencia interna y la verosimilitud.
Todos los dioses sufren
en las cosmogonías: la creación de un mundo es como un parto. Hasta el dios
judeocristiano tuvo que descansar el séptimo día. De modo que, si Bueso ha
jugado a ser dios, ha pagado el precio. Se nota que se lo ha currado. Todo:
desde los grandes espacios hasta los más pequeños detalles. Cada elemento tenía
que encajar con los otros. Y los ha manejado con precisión de orfebre.
Ahora tengo que
advertir a los lectores que van a caminar, cabalgar, volar y navegar por
tierras raras, a meterse en sus entrañas: no es una lectura ligera. Por el
contrario, exige un esfuerzo. Sé que no son tiempos propicios para tales
tareas. Tenemos demasiado que leer, pilas de libros pendientes. No es fácil
elegir el próximo o darle prioridad a uno concreto. Y más si te dicen que
cuesta. Pero hay momentos para comer hamburguesa o pizza con cocacola, huevos
con patatas fritas y cerveza (comidas que no menosprecio), y hay momentos para
la alta cocina y el buen vino. Este último tipo de bocado requiere horas de
preparación y paladares dispuestos a saborearlo con paciencia y parsimonia.
También se puede acabar con el plato de una tacada, por supuesto. Sepan que
aquí degustarán cocina experimental de lujo.
Ya he contado que van a
encontrarse un planeta muy peculiar. A causa del acoplamiento de marea,
presenta siempre la misma cara a su sol (igual que la Luna respecto de la
Tierra). Como consecuencia, uno de los polos, el Agujero del Mundo, permanece
en la penumbra o en las tinieblas, con temperaturas frías extremas, y otro, el
Desierto del Mediodía, está abrasado por un sol permanente. Solo resulta posible
una vida algo amable en la franja ecuatorial del planeta, el Círculo
Crepuscular, donde se inicia la historia del primer volumen, Transcrepuscular. Conoceremos las otras
dos vastas zonas en los siguientes volúmenes: la congelada y oscura, en Antisolar; la ardiente, en Subsolar.
Bueso crea y describe
la vegetación, impactante, hiperbólica; las montañas, los valles, los ríos, los
volcanes, los pantanos, las arenas ardientes, los hielos y sus luces, los
eclipses, las profundidades oceánicas y sus monstruos abisales; las ciudades
del planeta, las costumbres, ritos, atuendos, idiomas, vehículos, comidas. Y
sus habitantes. Estos merecen mención aparte. No todos los pobladores de ese
mundo son humanos. Decir que hay animales no resulta una buena definición. Más
bien se trata de criaturas portentosas, desde nuestro punto de vista.
Desmesuradas, dignas de causar estupor, maravilla. Realmente, los humanoides de
allí devienen, al lado de ellas, tristes y vulgares primates.
En la trilogía, la
ciencia ficción escora hacia lo maravilloso. Eso sí, no esperen encontrar una Alicia en el país de las maravillas, o
acaso sería un reverso muy oscuro. Claro que todo lo que sea convertir a esa
niña en un grupo de facinerosos me encanta. Tampoco hay un Gulliver,
protagonista de una obra magistral y nada infantil, por cierto. La obra de
Bueso deriva hacia lo maravilloso, sí, pero, a la vez, es ciencia ficción
potente, muy elaborada.
A lo largo de las tres
novelas encontramos el viaje del héroe (en este caso, de un grupo de
antihéroes), space opera y aventuras,
épica, espada y brujería, road movie
o historia de carretera, wéstern,
travesías submarinas... y más.
La épica de
Los ojos bizcos del sol no tiene mucho
que ver con la de
El Señor de los Anillos.
Se nota desde el título: un sol bizco carece de la solemnidad propia de
Tolkien. Estaríamos más bien ante una antiepopeya. Sin embargo, poco a poco, la
aventura acaba por elevar a sus protagonistas, al menos por encima del común de
los mortales que se quedan en casa. No esperen tampoco encontrar aquí a los
miembros de la Compañía del Anillo. Para nada.
Bueso no es el George
R.|R.|Martin español ni va a ganar tanta pasta. Pero la trilogía lleva la
impronta de su autor y está muy bien que sea así. A lo mejor les gusta a
ustedes, los engancha de inmediato, desde la página primera, como me ha pasado
a mí. A lo mejor no entienden nada y lo dejan. A lo mejor no lo soportan, les
irrita, les encabrona. Y no es una disyuntiva. Pueden ocurrir las dos cosas al
mismo tiempo. Yo he caído fascinada, me he leído cada volumen dos veces y en
ningún momento he querido dejar la historia, pero, en ocasiones, me daban ganas
de tener en las manos la edición ómnibus para tirársela al autor a la cabeza.
Si hubiera que poner
advertencias de sensibilidad en la trilogía, y yo no soy partidaria de ellas,
ocuparían un buen párrafo.
Sé que Bueso es un
provocador. Me di cuenta en Cenital,
la primera novela suya que leí, una distopía social más o menos ecologista. No me
gustó mucho, la verdad. Luego, continué con Esta
noche arderá el cielo, que me
interesó por la escritura y por los paisajes desolados, las carreteras que no
llevaban a ninguna parte, las auroras boreales, el frío. Entendí, asimismo, que
el elemento macarra era característico del autor. Y que manejaba la
inverosimilitud de tal modo que la aceptabas, con cierto asombro al principio,
pero tragándote después un pacto de ficción que no hubieras consentido si no
encajara de alguna manera más profunda y consistente. Con Diástole me hice fan de ese estilo.
En esta trilogía me ha
costado un poco más deglutir ciertas decisiones de Bueso, apostaría que
claramente meditadas y no exentas de riesgo.
Me gustó que el autor
me llevara a ese mundo con un sol bizco y una luna verde, un clima despiadado y
una colección memorable de bichos. Moluscos, arácnidos, crustáceos, insectos:
invertebrados que viven en simbiosis con los otros pobladores antropomorfos.
Pero encontrarme con que, en un planeta tan flipante y distinto al nuestro,
exista la prostitución tal como aquí en la Tierra, me desconcertó e irritó.
Mucho. No por puritanismo, sino por política. Porque me gustaría un esfuerzo
para imaginar otra situación. Cosas mías feministas, pero es que el prólogo me
lo han pedido a mí y no puedo callarme. Jodido patriarcado, ¿no hay manera de
librarse de él en ningún lugar de la galaxia, de esta o de otras?
Otra cuestión es la del
lenguaje coloquial. Al ser un registro cotidiano, además de cultural y
diacrónicamente localizado, puede ocurrir que saque de la narración cuando esta
es histórica o de ciencia ficción. Bueso ha caminado por el filo de la navaja.
Tuve que habituarme a
los personajes, aun dándome cuenta de que eran antihéroes, hasta ahí llego
sola, y que, por tanto, no había razón para entusiasmarse con ellos, y menos
para tomarles cariño. El Trapo, que ya sabrán quién es si leen la trilogía, se
me atravesó. (Asqueroso machista no humano. Lamento hablar de más.) Pero al
final he llegado a tenerle cierta simpatía. Y al resto también. Con el Alguacil
me identifiqué enseguida, porque he trabajado justo de lo mismo, alguacila, en
los juzgados de Madrid.
Resulta comprensible
que los viajeros de esta misión, voluntarios o forzados, no sean muy normales.
Lo aprendí en el espléndido relato de Ursula K.|Le Guin “Más vasto que los
imperios y más lento”: para marcharse en una nave espacial rumbo a las
estrellas, sabiendo que, si regresas, habrán pasado muchos años, hay que estar
pirado. Los que se embarcan o se ven metidos en la travesía de Los ojos bizcos del sol son
antisociales, lumpen, escoria de la sociedad. Lo son o se vuelven así más
pronto que tarde, cuando llevan camino suficiente para caer en la condición de
proscritos. Y ojo con las mujeres del grupo, poderosas, rotundas y que no se
dejan arredrar. Me gustan. El equipo inicial se hace y se deshace, sus
integrantes se pelean, se reconcilian, habrá traidores y amantes y amigos y
rivales.
Se dan, en el grupo y en
la larga travesía, momentos para la lucha, para el avance, para la huida, el
descanso, la esperanza, la melancolía, el descubrimiento, para follar, dormir,
comer, discutir, odiarse y reconciliarse.
Suelo llegar tarde a
las novedades literarias, dado que no siempre hay edición digital, que necesito
por problemas visuales. Además, soy despistada y no me entero de las
publicaciones más recientes, los cotilleos y las polémicas. Pero sí supe de las
ediciones especiales de Transcrepuscular
y Antisolar, de las ediciones oro y
plata. En su momento no los pillé. Ahora pienso buscarlos y conseguirlos por
medios lícitos o ilícitos. En cuestión de libros, todo vale. De cualquier
manera, hay que ver la parte positiva de que los lea cuando ya no están en las
mesas de novedades. Viene bien recordarlos al cabo de unos meses, o años. Ahí
aparezco yo. Ha habido edición oro y plata; después, otra más sencilla y
económica; hasta audiolibros de las dos primeras novelas. Y, finalmente, esta
edición ómnibus.
¿La obra vale para
cualquier tipo de lector o es una pura fricada? Me gustaría saber qué puede
sentir un lector no acostumbrado a los géneros no realistas al enfrentarse a
ella. ¿Se preguntará si el autor se ha tomado un tripi? ¿Le explotará la
cabeza?
Lo mejor de la trilogía
es, precisamente, su apuesta arriesgada en un mundillo literario donde se
tiende a lo fácil y cómodo, a lo comercial. Pese a mis reticencias ideológicas
y mis gruñidos de cabreo, me he metido tanto en esta historia que he tenido
auténticos momentos de agobio, tan atrapada como los propios personajes. Y ha
merecido la pena.
El estilo de Bueso me
parece deslumbrante. De manera literal. Las imágenes, los claroscuros, las
pinceladas, los colores. Y, también, las sensaciones táctiles, las atmósferas,
los olores y ruidos. Esos paisajes desolados y duros, inhóspitos, gélidos o
abrasados. En esos momentos, disfruto con arrebato. Me parece que el autor
llega a alcanzar lo sublime, aunque lo mezcle con lo detestable y lo grotesco,
algo muy propio, por cierto, de los románticos. De los románticos del siglo xix, rebeldes, iconoclastas, defensores
de lo irracional, irreverentes. Los que preferían las tormentas a las playas
tropicales de arenas doradas y mares esmeraldas. Nada de palmeras, mejor rocas,
un mundo mineral, inorgánico. La extraña naturaleza de ese planeta inventado
por Bueso, sus pobladores, sobre todo los no humanos, se convierten en un
placer salvaje. Me ha dado mucha envidia la invención de los putos caracoles,
las hermosas libélulas voladoras y hasta las babosas, que ya quisiera tener
una. Porque no son como las que conocemos, no. Solo puedo añadir que son
hiperbólicas.
Si lo que pretendía el
autor, además de crear un mundo y que alucináramos con él, era incomodar, dar
una patada en las tripas a quien leyera, sacarlo de su zona de confort,
irritarlo y cabrearlo, lo ha conseguido. Y no, no estoy hablando de lo
políticamente incorrecto, sino de lo desagradable, lo duro, lo grotesco, lo que
molesta por su crudeza. Para que todo ello compense, hay que escribir bien.
Provocar lo puede pretender cualquier gañán. Bueso es inteligente, conoce el
oficio y trabaja mucho. Y creo que puede hacerlo mejor todavía.
Fascinación y rechazo,
pues. Poesía y macarrismo. Imágenes que, con frecuencia, recuerdan a los cómics
(hay uno sobre Transcrepuscular). Y
resonancias con Calvino, por las ciudades que aparecen; con Pilar Pedraza; con
Anna Kavan, cuya obra de culto, Hielo,
tiene mucho en común con los paisajes de Antisolar.
Y solo les menciono que
el final sorpresa es de olé y olé.
Por cierto, ¿es la
simbiosis (uno de los grandes temas de la trilogía) una colonización o una
espléndida posibilidad evolutiva? ¿Nos vuelve dependientes o mejora nuestras
capacidades? ¿Hay que combatirla o intentar adaptarse?
Ya me contarán.