Vicente Blasco Ibáñez
El
paraíso de las mujeres
Valencia, Prometeo, 1922
337 páginas
El
paraíso de las mujeres
Valencia, Gaspar & Rimbau,
2019
Colección Recuerdos del futuro
453 páginas
Introducción de Alberto García
Gutiérrez
El
paraíso de las mujeres
es una novela del escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, publicada por
primera vez en 1922. Se cumplen, pues, cien años desde esa fecha. A lo largo de
este siglo ha habido varias reediciones, la más reciente en la editorial Gaspar
& Rimbau, con un diseño muy cuidado y con un prólogo de Alberto García
Gutiérrez. Este prólogo es una introducción general a la época, vida y obra del
autor[i].
La novela cuenta, asimismo, con otro
prólogo, en este caso del escritor, donde explica que inició la obra para que
sirviera de base al guión de una película que le habían propuesto y se rodaría
en Estados Unidos. Sin embargo, aún hoy, sería difícil rodar esa película,
salvo contando con efectos especiales. Resultaría mucho más factible un cómic o
un filme de dibujos animados.
Resumo el argumento de la obra.
Advierto que desvelo bastantes puntos clave, es decir, que hago spoilers. Al acabar este resumen lo
indico, para quien no quiera leerlo:
Edwin Gillespie es un joven ingeniero estadounidense,
enamorado de miss Margaret Haynes,
muchacha de buena familia con una situación económica que no tiene su
pretendiente. Ella le corresponde, pero su madre, viuda, niega su
consentimiento para el matrimonio. Gillespie decide, entonces, embarcarse hacia
Australia en busca de fortuna. El barco en el que viaja naufraga frente a la
Tierra de Van Diemen (Tasmania). Gillespie se salva y llega, en un bote, a una
playa desconocida. Pronto descubrirá que se encuentra en el mismo territorio
que visitó Gulliver en uno de sus viajes, habitado por criaturas de pequeño
tamaño.
Pero han transcurrido dos siglos desde la visita
de Gulliver y ha habido
cambios muy importantes. Entre ellos, varias revoluciones. La primera acabó con
las monarquías existentes y desató una serie de conflictos bélicos. Después, se
produjo un levantamiento que a Gillespie le parece asombroso: una rebelión
femenina que, con ayuda del invento de los rayos negros, inutiliza las armas de
los varones y se hace con el control de la sociedad para convertirla en un
matriarcado. En este, los varones quedan relegados a una situación de sumisión
idéntica a la que ellas sufrían antes.
“Lo primero que
acordaron las mujeres fue suprimir las naciones con todos sus fetichismos
patrióticos provocadores de guerras. Ya no hubo Liliput, ni Blefuscú, ni Estado
alguno que guardase sus antiguos nombres y diferencias. Todos se federaron en
un solo cuerpo, que tomó el título de Estados Unidos de la Felicidad. La
capital de esta confederación verdaderamente pacífica fue Mildendo […], pero se
despojó de su nombre, que databa de los antiguos emperadores, para llamarse en
adelante Ciudad-Paraíso de las Mujeres”.
Esta sociedad nueva, desconocida para un hombre como
Gillespie, proveniente de un mundo patriarcal, vertebra toda la novela. Se
explora y analiza sus costumbres y personajes, a través de los ojos del
visitante. Pero en su seno se está larvando la rebelión inversa, la de los
hombres que pugnan por liberarse y recuperar el poder perdido.
Como tramas secundarias, aparecen las relaciones
personales del protagonista con algunas de las integrantes de esa sociedad. Y
lo que no puede faltar casi nunca, una historia de amor, aquí entre un joven
rebelde, Ra-Ra, que es, además, una copia idéntica y minúscula de Gillespie, y Popito,
que resulta ser el vivo retrato de su amada miss Margaret Haynes. También hay ciertas
disputas literarias y políticas entre las mujeres más reconocidas o poderosas
de esos Estados que se presumen tan felices.
Fin del resumen del argumento.
El
paraíso de las mujeres
es, entonces, una clara recreación y homenaje de/a Los viajes de Gulliver (1726) de Jonathan Swift. Las dos son
sátiras, aunque en la obra de Blasco Ibáñez predomina el humor y la diversión,
mientras que en Swift hay una crítica y una amargura en su reflexión sobre la
naturaleza humana que sorprenden a quienes leen el libro pensando que se trata
de literatura juvenil o hasta infantil.
Aunque tiene elementos de ciencia
ficción, como los “rayos negros” y los “anti-rayos negros”, además de otros
artefactos que dan una deliciosa ambientación steampunk, El paraíso de las
mujeres es sobre todo una historia de fantasía o de lo maravilloso,
justamente al estilo de Jonathan Swift, porque prima aquello que excede y
contraviene las leyes naturales, empezando por el tamaño diminuto de las/os
habitantes del territorio al que llega el viajero náufrago. Hay que añadir la
similitud fisonómica entre Gillespie y Ra-Ra, o Popito y miss Margaret. Más que
la especulación, que la hay, prima la sátira y lo humorístico. Los esquemas
principales de la obra repiten los que aparecen en la historia de Gulliver: hay
un viaje por mar del protagonista masculino, que naufraga y consigue alcanzar una
costa desconocida y un mundo asombroso, ya no solo por las dimensiones de sus
pobladores, a quienes puede llevar en un bolsillo o situar en la palma de su
mano, sino por la organización de su sociedad. El forastero, lleno de extrañeza
(elemento este, por cierto, también característico de la ciencia ficción)
explora ese mundo tan diferente al suyo. Habrá cosas que le causen admiración y
otras que le produzcan rechazo. Este mecanismo es usado en obras como Herland (1915), de Charlotte Perkins
Gilman, o La mano izquierda de la
oscuridad (1969), de Ursula K. Le Guin.
El esquema del mundo al revés o
la inversión tampoco es nuevo, ni siquiera cuando se aplica al cambio de una
sociedad patriarcal por otra matriarcal. De hecho, esta última inversión suele
aparecer con relativa frecuencia, desde Aristófanes (Las asambleístas o La
asamblea de las mujeres, año ─392) hasta los cómics de Astérix (Astérix, la rosa y la espada, nº29).
Este recurso literario de la
inversión puede tener distintos objetivos:
─Realizar una crítica sobre la
presunta naturalidad de una estructura social determinada, normalmente de poder
o de opresión. Así, se nos hace ver que no es natural o consecuencia de un
destino biológico que una parte de la sociedad, por ejemplo los varones, oprima
a la otra, las mujeres. Si en una realidad alternativa hay una organización
diferente y contraria, entonces no hay nada en la naturaleza que justifique la
superioridad de un sexo/género sobre otro, ni son naturales los estereotipos de
género.
─Relacionada también con la
anterior, mostrar lo injusto de una discriminación o subordinación. Así lo hace
Angélica Gorodischer en Opus dos,
historia en la que son las personas negras las que tienen posiciones relevantes
en la sociedad y las personas blancas las discriminadas. Es precisamente al
confrontar lo que conocemos y lo que leemos cuando logramos ver la injusticia o
la no naturalidad. Se nos hace patente lo que se mantiene por inercia, por
inconsciencia o incluso negación abierta de su realidad (negación del
patriarcado, por ejemplo).
─Pero el mecanismo de la
inversión también puede tener como objeto una ridiculización que reafirma más
el estatus opresivo existente. Se pretende evidenciar lo absurdo y risible que
sería un mundo opuesto a nuestro “orden natural”. Podríamos, eso sí, considerar
ese mundo al revés como una evasión puntual y jocosa de la realidad, como esas
fiestas en que, una vez al año y en ciertas localidades, pasan a mandar las
mujeres por un día. A la jornada siguiente, la normalidad se restablece.
¿Se está burlando Blasco Ibáñez
del feminismo mediante una caricatura? Parece que sí, pero se mantiene cierta
ambigüedad. No hay una crítica tan acerba como la de Henry James en Las bostonianas (1886). Hay varias posibles lecturas, más allá
de la presunta intención del autor, que no queda tan clara y que, en todo caso,
no impediría que su obra se leyese de otra forma a cómo él la proyectó.
Por otra parte, resulta lógico pensar
que Blasco Ibáñez, ferviente republicano, aprovechase para defender este
sistema político frente a la monarquía. Llama la atención también el pacifismo
de la nueva sociedad que Gillespie encuentra. Más aún, el ejército que existe
en este Paraíso de las Mujeres parece de juego, solo con armas blancas y mucho
postureo, pero pocas ganas de hacer la guerra. Escrita entre los dos grandes conflictos
mundiales del siglo XX, quizás el horror de la Primera Guerra influyó en el
escritor; en cualquier caso, es un elemento muy interesante en una sociedad
solo de mujeres.
Además, la novela podría
interpretarse metafóricamente, no solo como feminista o antifeminista, sino
como la muestra hiperbólica (o no tan hiperbólica) de lo que ocurre en tantas
revoluciones. El deseo de acabar con la injusticia, las jerarquías, la opresión
y la explotación dan lugar a una inversión de las posiciones, no a una sociedad
alternativa y mejor. Los que estaban abajo y se sitúan arriba se vengan de sus antiguos
opresores; estos, ahora oprimidos, planean su liberación, pero es para volver a
la situación inicial. El esquema de poder y sometimiento se mantiene intacto, solo
cambian quienes ocupan uno y otro lugar. La estructura está destinada a
rehacerse una y otra vez, a perpetuarse.
Encontramos en el libro otro tema
muy distinto: una divertida sátira sobre los literatos cuyos egos quedan
enfrentados. El autor aprovechó para reírse un poco de las disputas y
conflictos del mundillo literario que conoció.
Volviendo a la inversión de roles
de sexo/género, está muy bien presentada, ya que las mujeres que ocupan las
posiciones de poder y ejercen los trabajos antes masculinos repiten asimismo
los papeles y estereotipos más tradicionales de los varones: por ejemplo, las
soldados, oficiales y marineros se comportan de forma descarada, incluso soez,
abordando a los hombres, muy pudibundos, de una manera bastante irrespetuosa. Ellos
van muy tapados, con velos, y muchos de ellos consideran que su sitio es el
hogar y su principal tarea el cuidado de su esposa trabajadora y de sus
criaturas. Cuando conocen la existencia de un intento de rebelión masculina,
una rebelión emancipatoria y que pretende recuperar su situación antigua, habrá
hombres que se escandalicen de tal intento antinatural.
Eso sí, este mundo al revés
produce cierta confusión para quien lee, ya que el autor se refiere en
ocasiones a las mujeres en masculino y a los hombres en femenino. Ellos van
vestidos de modo tradicionalmente femenino, pero pueden tener barba: son las
“matronas barbudas”. Es una experimentación lingüística que habría que mostrar
a todas aquellas personas que se burlan de las apuestas por un lenguaje no
sexista. Blasco Ibáñez se inventa neologismos a la hora de imaginar la rebelión
de los varones: “Algunos jovenzuelos audaces forman agrupaciones con el nombre
de Partido Masculista. Su doctrina la titulan el Varonismo”.
La voz narrativa también se mofa de
las/os habitantes del Paraíso de las Mujeres, por su tamaño diminuto. Los llama
pigmeos y el autor les impone unos nombres a veces ridículos, como en el caso
de Popito. Gillespie, el Hombre-Montaña, el Gigante, el Gentleman, se presenta
como muy superior a sus anfitrionas/es, y no solo por estatura. Cuando su traductora,
a la que se llama “el profesor Flimnap”, se enamora de él, solo recibe burla por
parte del narrador.
El final de la novela queda
abierto, puesto que Gillespie consigue escapar de ese territorio donde
prácticamente se había convertido en prisionero. Sí hay algunos hilos
argumentales que se cierran y, de ellos, dos tienen que ver con el amor
romántico. Si la suerte amorosa del viajero-náufrago cambiará, todo lo
contrario les sucede a Popito y Ra-ra. Más allá de este final desdichado, lo
cierto es que la joven Popito se ha enamorado de Ra-ra, a pesar de darse cuenta
de su resentimiento hacia las mujeres y de su deseo de que el patriarcado
renazca. Ella no aboga por una sociedad igualitaria. Solo piensa en entregarse
a su pasión. Y lo mismo le ocurre al “profesor” Flimnap, enamorada de
Gillespie. El estereotipo de las mujeres que pierden por completo el control de
su voluntad y la racionalidad sobre sus derechos a causa del amor romántico se
mantiene. Ese sentimiento es una pulsión irresistible. Justo igual que en Las bostonianas de Henry James.
¿Estamos ante una utopía
feminista o ante una distopía antifeminista? Resulta difícil asegurar lo
primero, ya que la sociedad matriarcal es autoritaria y somete a los varones,
igual que ellos hicieron con las mujeres. Estas llegan, incluso, a borrar la
historia anterior y rehacerla, atribuyendo a mujeres logros y hazañas masculinos.
La manipulación del pasado es típicamente distópica.
Sin embargo, yo creo que sí hay un intento de
utopía, la que las mujeres buscan al crear su nueva sociedad y desterrar, por
ejemplo, la guerra. Ellas han conseguido liberarse y se organizan perfectamente
solas; recurren a los avances tecnológicos, no tienen dificultad en dedicarse a
cualquier tarea, oficio o profesión, ni en detentar cargos políticos y
académicos, ni en solucionar problemas. Su mayor error es haber sometido a los
varones, sin ser conscientes de que eso producirá una nueva revolución, ahora
en su contra.
La obra de Blasco Ibáñez se inserta también en
una tradición de sociedades exclusivamente femeninas, que pueden ser vistas como
utópicas o como perversas. Cuando se trata de utopías, hay que dejar claro que esta
exclusividad no se debe necesariamente a un odio hacia los hombres o deseo de
revancha.
Claro que, la novela pudo, me
temo, contribuir a esa visión del feminismo como lo opuesto al machismo, como
un deseo de someter y subordinar a los varones (algo totalmente falso) y de las
feministas como vengadoras fanáticas a quienes impulsa ese odio y rencor hacia
los hombres. Esto supone un sesgo importante, que, un siglo después, todavía
permanece.
La misoginia por parte de la voz
narrativa queda muy clara en ocasiones:
“Avanzó primeramente un grupo de doctores jóvenes,
que eran muchachas en traje masculino, llevando como único emblema de su grado
el gorro universitario. Algunas de ellas, esbeltas y gallardas, tenían un andar marcial que revelaba su afición a los
deportes, pero las más mostraban cierto parentesco físico con el doctor
Flimnap. Las había enjutas de cuerpo,
con un gesto ácidamente triste, como si el fuego del saber hubiese consumido en
su interior toda gracia femenina. Otras eran gruesas, pesadas y miopes,
contemplándolo todo con asombro infantil, lo mismo que si hubiesen caído en un mundo extraño al levantar su cabeza
de los libros”.
Al igual que ocurre con Las bostonianas, El paraíso de las mujeres es un documento muy valioso para conocer
la época en que el feminismo empezó a extenderse por Estados Unidos (país que Blasco
Ibáñez visitó en los años en que se publica esta novela). Y, como reacción
inevitable, el antifeminismo.
Lola Robles
[i] Añade el
prologuista referencias a otras obras en las que aparecen sociedades dominadas
por mujeres. Quizás la única carencia de este texto preliminar es que no aborde
con mayor profundidad la novela en sí.