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12 de agosto de 2021

"EN LA CASA DE LOS SUEÑOS", DE CARMEN MARÍA MACHADO

 


En la casa de los sueños

Carmen María Machado

Barcelona, Anagrama, 2021

320 páginas

 

¿Qué hacemos con este libro? Leerlo resulta una estupenda idea. Está bien escrito, muy bien escrito. Enlaza capítulos de distinta extensión, algunos muy breves, otros más largos, aunque nunca demasiado. El orden no es cronológico ni hace falta. Hay numerosas elipsis que se agradecen, porque no se pierde en detalles irrelevantes. No expone datos concretos sobre la pareja que la autora tuvo. Supongo que se habrá considerado la posibilidad de una demanda, pero lo cierto es también que no hace falta conocer nombres. Lo importante no es el cotilleo, si no el problema en sí. Ignoro si las referencias a lugares son auténticas, aunque de nuevo da igual dónde se encuentra la casa de los sueños. Se trata, ante todo, de un lugar hermoso e idílico, apartado del mundanal ruido, el tópico del locus amoenus, en plena naturaleza, por supuesto. Un sueño que, poco a poco se descubrirá como falso o, más bien, se transformará en pesadilla. No porque la naturaleza en sí esconda peligros y monstruos. El monstruo viene de fuera, es humana. Es la mujer dueña de la casa de los sueños y la pareja de la narradora.

Cuando se conocieron, esta mujer parecía maravillosa. Guapa, rica, amable, seductora, inteligente, culta. Al principio, pretendía mantener una relación abierta, poliamorosa, con su novia de entonces y con la narradora. Luego, opta por vivir solo con esta última. La ama demasiado, dice. La narradora se cree en una nube: por primera vez, se siente deseada sexualmente, amada por completo. Todo le parece espléndido y más aún la futura vida en esa casa. Su autoestima, no demasiado alta, crece. Mejora la relación con su propio cuerpo. Es la felicidad, la plenitud, el júbilo. 


Y, entonces, empezamos a asistir a un proceso que conocemos bien. Se nos cuenta con un estilo liviano, incluso poético, aunque el contenido se vuelve más y más estremecedor. Primero, viene una reacción inesperada por parte de la mujer de la casa de los sueños, un exabrupto violento que sorprende a la narradora, la cual no sabe qué hacer. No le da importancia. Más tarde, insultos y agresividad verbal, gritos, celos, amenazas. Una escalada que llega a la violencia física, no tanto de golpes contra la narradora sino contra las cosas. La protagonista se ve obligada incluso a encerrarse en el baño, mientras la otra mujer grita y golpea la puerta. No hace falta que te peguen para tener miedo, la amenaza basta. Parece posible que su pareja tenga un trastorno de personalidad y, de hecho, accede a ir a terapia, pero al poco tiempo la deja, asegura que el terapeuta le ha dicho que está perfectamente. En el aislamiento de la casa de los sueños, la felicidad increíble, tanto tiempo anhelada, se corrompe. Resulta difícil de aceptar. Sin duda, hay buenos momentos que contrarrestan la brutalidad de otros. Aun así, nos preguntamos por qué la narradora no dice que ya basta, no huye, no corta la relación, sino que lo hace la dueña de la casa y la otra mujer llora y sufre y quiere volver.

Estamos ante un proceso y una situación que se parecen mucho al de la violencia machista, aunque aquí se llame violencia doméstica o intragénero. “Se repiten los roles patriarcales”, diremos. Sí. La narradora no puede creerse lo que le está sucediendo, trata de buscar justificaciones y excusas. Nosotras, las lectoras, quizás también. Pero nos lo sabemos de memoria: la seductora ha ocultado su verdadero rostro, solo lo muestra con el paso del tiempo. La víctima se encuentra desamparada, aunque sea una mujer culta, con independencia económica. No, no es justamente lo mismo que la violencia machista en una pareja. La mujer de la casa de los sueños repite roles patriarcales, pero no es un varón y le falta el apoyo y la sanción de la familia y sociedad, la mayor fuerza física, la supremacía económica. Sin embargo, ambas violencias se parecen tanto que nos preguntamos: ¿qué hacemos con esto, sobre todo desde el feminismo?

Todas conocemos este tipo de situaciones. Las hemos visto cerca, en amigas por ejemplo. Lo hemos vivido en carne propia. Sabemos que las mujeres lesbianas, sobre todo las más visibles, las feas, las masculinas, han soportado un enorme estigma social. La marginalidad, la abyección, causan graves trastornos de personalidad, incluso problemas de salud mental. Pero la mujer de la casa de los sueños no responde a esas características, no es una gorda lesbiana camionera fea, bruta y con un trabajo precario. No todas las lesbianas responden a ese tópico lesbófobo.

“La violencia es violencia la ejerza quien la ejerza”. Sí y no. Hay agravantes cuando el agresor (o agresora) tienen más poder que la víctima, poder de cualquier tipo: de género, de raza, de clase, de edad, de capacidad física.

“Yo es que soy muy sincera” (horror). “Mi amiga… o Mi admirada líder tienen un problema de formas, lo importante es el contenido”. “Tú también insultas”.

Los seres humanos necesitamos tener un buen concepto de nosotros mismos. Por eso nos es tan difícil admitir nuestra propia violencia y la de nuestras personas queridas, de aquellas a quienes admiramos o que forman parte de nuestro grupo. No a todo el mundo le pasa esto, pero sí a una mayoría de personas. Quizás es una forma de supervivencia psíquica.

“Si las mujeres mandaran, el mundo sería diferente, sería mejor”. Bueno, puede que fuera distinto, tal vez menos violento físicamente. Pero eso se debería al género que se pide abolir, no a motivos biológicos, salvo que creamos que las mujeres nos comportamos así por nuestra condición de madres, que no todas tenemos. Tampoco sabemos cuánto duraría ese estado de menor violencia.

“Las relaciones lésbicas son una alternativa política y personal a la heterosexualidad patriarcal, si no repiten los roles de género tradicionales. La cuestión está en que esas mujeres que entablaran relaciones entre sí fueran también feministas. Esto valdría igualmente para el presupuesto “si las mujeres llegáramos al poder…”, antes comentado. Parece que estamos ante el punto clave, el feminismo. Durante el siglo XX, algunas autoras escribieron utopías feministas en las que imaginaban sociedades solo de mujeres: Charlotte Perkins Gilman y su “Herland” (1905), Joanna Russ en “El hombre hembra” (1975), o James Tiptree Jr.–Alice Sheldon en “Houston, Houston, ¿me recibe?”(1976). Pero esta utopía ¿es creíble ya? Para mí, desde hace mucho, no. En absoluto.

Saber que nos maltratamos entre nosotras alegrará mucho a los machistas, a los garrulos, a la ultraderecha, a los que claman oponiéndose a la Ley contra la Violencia de Género porque la consideran injusta y discriminatoria hacia los varones. Ocurrirá, en efecto, por eso es mejor afrontar el tema y buscar soluciones. Si hay personas desamparadas ante otros tipos de violencia diferentes a la machista, y que no tienen una legislación específica que las proteja, habría que luchar para que la consiguieran, no para que desapareciesen las medidas especiales de la LCVG.

El amor romántico. Otro de los temas que trata Machado en este libro. La narradora es presa de él, como tantas otras lo hemos sido. El amor como sufrimiento, dolor, pena, desgarro, aflicción. Pese a la actitud violenta de la mujer de La casa de los sueños, la protagonista siente que la continúa amando, que se siguen amando. Quiere seguir con ella, se derrumba cuando es abandonada.

Hace poco ha muerto Raffaella Carrà. Yo la conocía desde niña, pero, en realidad, no le hacía mucho caso. La veía, tan alegre, simpática, con vestidos brillantes y ceñidos, contorsionándose (era una excelente bailarina), con su característico pelo rubio y cantando canciones que me parecían típicas del verano. Y, sin embargo, ahora las escucho: “para hacer bien el amor hay que venir al sur. Lo importante es que lo hagas con quien quieras tú”; “…y si te deja, no lo pienses más, búscate otro más bueno, vuélvete a enamorar”. No decía: “quiero emborrachar mi corazón para apagar un loco amor, que más que amor es un sufrir”; “ya no puedo rebajarme ni pedirle ni llorarle ni decirle que no puedo más vivir. Desde mi triste soledad veré caer las hojas muertas de mi juventud”. Pero nos enganchaba mucho más el tango que la propuesta de Carrà, una mujer libre. Ese amor ha sido una trampa para muchas heterosexuales o lesbianas.

Sabemos lo difícil que es salir de una relación de maltrato, porque la otra persona nos echa la culpa de todo y la creemos. Porque pensamos que tiene un problema psicológico, pobrecilla, es una enferma y puede curarse. Porque creemos que cambiará. La historia de siempre.

Ser víctima de maltrato, de discriminación, de opresión, no nos convierte en seres de luz, ni siquiera en buenas personas. También podemos ser y convertirnos en victimarias, como lo hace la mujer de la casa de los sueños. En estos momentos, parte del feminismo se está comportando con enorme crueldad, brutalidad y violencia contra las mujeres trans. No lo ven, no quieren verlo y se excusan con la violencia que también se da desde la otra parte. El problema de las víctimas es caer en el victimismo. Este consiste en no ver más que a través de esa condición, considerar que nuestra situación es siempre la peor de todas, que nuestros derechos son los más importantes, pero quedan sistemáticamente relegados, que tenemos que dedicarnos en exclusiva a ellos porque caso contrario nadie lo hará e incluso que todo el mundo quiere quitárnoslos.

Estas son las reflexiones que me ha traído la lectura de En la casa de los sueños. Ya he dicho, y repito, que desde el punto de vista literario merece mucho la pena como lectura.