Este texto es una reseña de la novela Tierra contrafuturo de Luis Carlos Barragán e incluye una reflexión sobre las utopías, con referencias a Los desposeídos de Ursula K. Le Guin y la trilogía marciana de Kim Stanley Robinson.
Palabras clave: Ciencia ficción latinoamericana, Ciencia ficción colombiana, Luis Carlos Barragán, Utopía, Distopía, Transhumanismo, Colonialismo, Decolonialidad, Ursula K. Le Guin, Kim Stanley Robinson.
Luis Carlos Barragán Castro
Tierra
contrafuturo
Bogotá, Minotauro (Editorial
Planeta Colombiana), 2021.
Aprovecho de nuevo la ocasión para agradecer a Maielis González, escritora e investigadora cubana (ahora residente en España), que me diera a conocer a este autor en sus talleres sobre literatura de ciencia ficción latinoamericana.
Tierra contrafuturo nos presenta el primer contacto entre humanos y extraterrestres alienígenas. Sucede en la selva amazónica, en el departamento del Vaupés, al sureste de Colombia, un territorio habitado en su mayor parte por indígenas. Hasta allá llega un ovni, el cual trae consigo una bomba de felicidad que provoca una euforia colectiva en las personas que se acercan a ella, incluidos los militares enviados para inspeccionar la zona. La intensidad de la dicha provocada por la bomba supera a la de las drogas conocidas, lo que conlleva unos efectos secundarios inesperados, pues los felices caen en una desidia absoluta, al no necesitar más que esa sensación de plenitud. Samuel (Sami), un joven albino y cuasi vagabundo, que acaba de romper con su novia Mafalda y es, a su vez, objeto de deseo amoroso de la narradora de la historia, contacta con la nave alienígena y decide irse de la Tierra junto a doña María, una mujer con una vida muy precaria y un hijo delincuente que la ha arruinado, hartos los dos de su existencia pasada. Posteriormente, tras un tiempo de recelo entre ambos y otro de vínculo muy estrecho, sus destinos se separarán.
Tiempo después, Sami regresa para
fundar una embajada interestelar, de la cual él será embajador. Su objetivo es aportar a la Tierra las mejoras tecnológicas y la
evolución científica y mental que ha conocido fuera. Pretende, así, lograr un
desarrollo nunca visto antes para la humanidad y terminar con el hambre, las
enfermedades o la falta de recursos educativos. La población terrícola tiene,
además, la ocasión de formar parte del
Directorio, la alianza interplanetaria a la que pertenecen muchos mundos.
Para asombro de Sami, nada va a
ser tan fácil como él ha creído, pese a la ayuda alienígena. Los gobernantes
autoritarios o incluso supuestamente democráticos (en la novela, Trump va por
su cuarto mandato), las macroempresas globales e incluso las mafias de
narcotráfico tratarán de impedir ese nuevo futuro, ya que amenaza sus intereses.
Un mundo igualitario, justo, educado y pacífico supone el fin de ciertas
actividades delictivas del crimen organizado, por ejemplo. Asimismo, las
fuerzas religiosas extremistas, tanto cristianas como islámicas, pondrán el
grito en el cielo ante los avances que Sami presenta a los humanos. Y no solo
gritarán, sino que actuarán en su contra, usando para ello la mentira, la
presión, la amenaza y la abierta violencia.
La obra de Barragán, bien escrita,
con humor, sátira, una imaginación muy notable y pinceladas de ciencia ficción pulp, es también y sobre todo
especulativa, acerca de cuestiones como el transhumanismo (aparece la posibilidad
de cambiar de cuerpo, tanto a otro orgánico como a uno mecánico o alien, y
retrasar con ello la muerte); el colonialismo y las desigualdades de clase. Los
personajes son un tanto esperpénticos, pero muy reconocibles y humanos, con sus
buenos deseos y esperanzas, su altruismo y mesianismo (en el caso de Sami),
pero también sus mezquindades y envidias, celos y rencores. Muy válida la
elección de la narradora, una figura más bien secundaria; se rompe así la
centralidad de los protagonistas, del mismo modo que la llegada de los aliens
transcurre en lugares de este planeta que casi nunca han protagonizado una
historia semejante.
Por tanto, Barragán utiliza la
ciencia ficción para lo que este género mejor sirve: para plantear preguntas
sobre cuestiones que conciernen más a nuestro presente que al futuro. Así,
trata el impacto de la automatización/robotización y de las
inteligencias artificiales en el mundo laboral, el desempleo masivo, la renta
básica universal, el turismo, los mundos virtuales en que los humanos pueden
incursionar para inventarse o experimentar otras vidas o la posibilidad de
formar parte de una conciencia colectiva y estelar.
Sin embargo, frente a estos
posibles avances hay siempre, en la historia que nos cuenta Barragán,
tendencias en contra, fuerzas y corrientes conservadoras, contrarrevolucionarias,
conspiranoicas, negacionistas o de fanatismo religioso que no dudan, como ya he
dicho, en emplear la violencia para
impedir la utopía. También existen los intereses personales, a veces
francamente ruines. Por cierto que no se puede considerar Tierra contrafuturo como una novela feminista (a pesar del
protagonismo de doña María, cuya evolución es bastante inesperada), pero, si
los personajes femeninos actúan de modo perverso, los varones tampoco aparecen
como ejemplos de virtud, ni siquiera el protagonista Sami: son antiheroínas y
antihéroes.
Se da un vaivén de idas y
venidas, de adelantos y de amenazas al progreso, de esperanzas y reticencias,
de comunión espiritual enriquecedora entre especies muy distintas contra la que
se oponen la ignorancia y la brutalidad, junto a un fanatismo religioso que no
tolera perder su hegemonía y es consciente de que los planetas alienígenas
están habitados por ateos.
Después de leer Los desposeídos (1974), de Ursula K. Le
Guin, y la trilogía marciana de Kim Stanley Robinson (Marte rojo, de 1992; Marte verde,
de 1993; y Marte azul, de 1996), las
diferencias entre estas novelas y la de Barragán, en lo concerniente a los
planteamientos utópicos, son claras y reveladoras. Ello se debe a que resulta
muy difícil escribir ciencia ficción superando por completo el vínculo con el tiempo
y las circunstancias del autor/a.
Los
desposeídos es
una utopía libertaria, que presenta dos sistemas políticos, económicos y
sociales enfrentados, el capitalista y el comunista. Se trata de una utopía
filosófica. El mundo imaginado, Anarres, es muy pobre y prácticamente
pretecnológico. Aunque la autora estadounidense inventa e introduce algunos
artefactos, da prioridad a lo humano, lo social, las ideas, lo antropológico.
Su planteamiento tiene aún validez porque supone la urdimbre de cualquier utopía: se
basa en el pacifismo, la igualdad económica, el feminismo, la necesidad del
diálogo, la comunicación y la empatía. Le Guin expone
de manera crítica y plantea alternativas al colonialismo, el racismo, el
heterosexismo o el patriarcado. Pero esta gran escritora no llegó a
vislumbrar el desarrollo
cibertecnológico veloz y apabullante que vendría después.
La trilogía marciana de Robinson
incluye ya lo tecnológico, imprescindible en Marte, con sus difíciles condiciones de habitabilidad para
los humanos. Pero se trata de un espacio en el que es posible construir una
utopía, igual que en Anarres, igual que en tantos proyectos de nuestra
historia, cuando se optó por buscar territorios
vacíos y lejanos ante las enormes dificultades que supone la formación de esa
sociedad mejor en el mundo conocido, superpoblado y con exceso de prejuicios,
intereses egoístas, malas voluntades, inercias y posiciones reaccionarias. Esto
también ocurre en Tierra contrafuturo,
pues, cuando una de las grandes propuestas de Sami fracasa, algunos grupos humanos,
fundamentalmente indígenas de América, optan por largarse a otro planeta donde se les permita empezar sin
necesidad de enfrentarse de continuo a las fuerzas y poderes establecidos. Parece,
pues, que una utopía global resulta muy difícil, que hay que optar por el
exilio en grupos de tamaño reducido. Después,
como muestra Robinson, según aumenta el número de habitantes del mundo nuevo,
resurgen los conflictos de siempre y hay que volver a empezar, irse una vez más
por otros caminos.
Esta trilogía es una obra magna
en muchos sentidos, empezando por su
larguísima extensión. Nos cuenta, con todo lujo de detalles, la terraformación
del planeta rojo, no deseada, por cierto, por todos los colonos que llegan allí, lo cual
supondrá uno de los primeros conflictos. Robinson escribe una auténtica enciclopedia de la
colonización de Marte, desde la biología, la geología, la orografía, la meteorología,
la botánica, la química, la física o la ingeniería. Asimismo, en los libros se dedican muchas páginas a la
parte política y social. El autor evidencia los conflictos que existirían entre
distintas facciones políticas a la hora de construir esa nueva sociedad. Su
utopía es pacifista, igualitaria, posfeminista y muy verosímil, ya que no excluye los enfrentamientos personales,
grupales e ideológicos. Aborda los temas de la inmigración desde una Tierra
superpoblada y abatida por las consecuencias de la crisis climática; de la
multiculturalidad; del avance en la exploración del resto del Sistema solar; y del
aumento transhumanista de la longevidad para determinadas personas o clases
sociales, con la injusticia que supone, y
con los nuevos problemas que trae, como los desajustes de la memoria.
Ahora bien, en Tierra contrafuturo estamos ante un
planteamiento posmoderno, que no se encuentra en Le Guin y apenas en Robinson. En
esta novela de 2021, las facciones partidistas se han convertido en
macrotendencias de opinión, casi siempre manipuladas. Aunque los grandes
poderes económicos y políticos se mantienen y actúan, la gente común participa
también en la revolución o en la involución, y lo hace a nivel global, de un
modo muy similar al que se da ahora en las redes sociales. Y su capacidad de
presión es extraordinaria. De la novela de Barragán salimos con poca esperanza
en el ser humano, aunque no cierre todas las puertas por completo.
Tierra
contrafuturo refleja
el mundo que conocemos, que ya no es el de Le Guin, ni siquiera el de Robinson,
tan veloces son los cambios, pese a que haya comportamientos, deseos y pecados
humanos que siguen ahí. Por tanto, la utopía imaginada varía con el paso del
tiempo y según la época en que se escribe. Tenemos también Newropía (2020), de Sofía Rhei, igualmente posmoderna, donde, con
mucho humor y también con bastante lucidez, se nos plantea la posibilidad de un
mundo con numerosas utopías a la carta, para que cada cual pueda elegir la que
más le interesa y cuyos valores comparte.
En todo caso, estas utopías demuestran lo que ya evidenció
Ursula K. Le Guin: no hay una utopía perfecta y acabada, pues, de serlo, se
trataría de un espacio celestial, muerto. La felicidad absoluta nos conduciría,
paradójicamente, a morir por desidia e inanición, como bien muestra Barragán. Se
puede y debe aspirar a lo mejor y no dejarse llevar, como ha ocurrido durante
los últimos años, por la inercia distópica, pero ¿creer en la perfección de una
sociedad? ¿Quién determinaría que el proceso está acabado y no necesita ya
cambio alguno? Y si alguien, o un grupo de individuos, lo determina así, ¿qué pasaría
con los disidentes a su dictamen?