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19 de noviembre de 2020

"RITOS SALVAJES" DE DANIEL PÉREZ NAVARRO

Daniel Pérez Navarro

Ritos salvajes

Málaga, El Transbordador, 2019

Volumen 1. “Inextinguible”

Volumen 2. “Zoo”

Volumen 3. “Bestiario”

 

Empecé a leer Ritos salvajes, de Daniel Pérez Navarro, con ganas. Conocía, del autor, su novela corta Los príncipes de madera y un cuento “Kalamazoo”, publicado en la revista Supersonic nº 2. Mis reacciones durante la lectura fueron las siguientes: al principio, me gustó; luego, no me gustó nada, pensé: ¿por qué hace hablar tan mal este señor a sus personajes?; después: esto empieza a desagradarme mucho, no sé si dejarlo, pero voy a continuar, porque quiero saber qué pasa y de qué va el libro; maldita sea, no lo puedo dejar, me está atrapando, no me lo puedo creer; y, por último: pues ahora resulta que me ha gustado bastante y voy a releer el libro con tranquilidad para entenderlo mejor.

Ritos salvajes es una obra extraña, perturbadora. Se trata de un tríptico compuesto por tres novelas cortas: “Inextinguible”; “Zoo”, dividido en «El hombre de la jaula» y «Las mujeres de la jaula»; y “Bestiario”, dividido también, a su vez, en «El hombre oso» y «El bestiario». Las tres historias, independientes, se relacionan entre sí, no obstante, temáticamente y mediante algunos personajes.

Hay que leer con calma y atención. No es un libro para prisas. Conviene fijarse en los detalles. Estamos ante una sucesión de piezas que encajarán al final. Merece la pena una segunda lectura si la primera ha sido demasiado rápida o nos ha dado una visión imprecisa del conjunto.

El estilo es sencillo, no encontraremos ninguna complicación. No hacen falta barroquismos. Frases más bien cortas, donde abundan los paralelismos, es decir, la repetición de la misma estructura sintáctica (sujeto + verbo + predicado). Esta repetición, que podría convertirse en un demérito, aquí funciona muy bien, al crear un ritmo monocorde, casi hipnótico.

En la primera historia, “Inextinguible”, el autor nos lleva a un minúsculo islote con ese nombre, en danés Uudslukkelige. En el islote hay un faro y en el faro se ha instalado una escritora danesa, Karen, la “Rowling del norte”, famosa por su literatura infantil y juvenil, al estilo de la serie Harry Potter o de Los cinco, de Enid Blyton. Karen ha heredado ese islote de su padre, constructor de faros, y se ha retirado allí, a un paraje no solo solitario, sino bastante arisco. Daneel, su traductor, que, además, ha sido su amante, va a visitarla, con la intención de hacerle reconsiderar la decisión de vivir en ese faro que parece el del fin del mundo, como en la novela de Verne. Este argumento realista se transformará, de pronto, en algo muy distinto. Una metamorfosis, la primera de muchas.

Atención a las múltiples referencias literarias, cinematográficas y musicales. Unas son reales y otras, diría yo, inventadas. Se va tejiendo así una red, un entramado donde la realidad y la ficción, la ficción real y la falsa se mezclan. Sin embargo, ¿qué quiero decir al hablar de “ficción real” y “ficción falsa”? Al releerlo, me parece que esas expresiones no tienen mucho sentido, la ficción es per se falsa, si es ficción no es real. Ese entramado que sujeta por debajo las historias resulta endeble, poroso, tiene agujeros. Agujeros.

Acordémonos de Hans Christian Andersen. ¿Escribía para la infancia? A mí Andersen siempre me ha parecido patético y aterrador, con una ideología repugnante. Hay algo siniestro y una crueldad poco disimulada en muchos cuentos de hadas y, desde luego, en los del escritor danés (la misma procedencia de Karen). Ya se encargó Angela Carter de mostrar la feroz didáctica que ha habido en los cuentos de hadas, sobre todo para con las niñas.

Algo cambia de súbito en la trama que se ubica en el faro del islote Inextinguible, ya lo he comentado antes, pero no puedo decir qué es. Solo mencionaré que aparecen niños. Y un Magister Ludi. Y que Daneel empieza a recordar su propia infancia: él no fue nunca un chico precisamente normal. Tampoco fue Harry Potter, ni un personaje de Verne. Ni de Los cinco. Ni siquiera como los que inventa la propia Karen, tan simpáticos, tan entrañables.

“Zoo” es la segunda historia de este tríptico, protagonizada por Kuni, un hombre enjaulado en un zoo y que antes se llamaba, ejem ejem, doctor Pérez (miren la biografía del autor). Junto a Kuni hay varias mujeres. Ellas y él son atracciones del zoo, como el resto de los animales.

Y por último, “Bestiario” nos cuenta de hombres oso (es decir, la versión osuna del hombre lobo); sobre telquines, que ya averiguarán ustedes lo que son; sobre niños desaparecidos durante una excursión campestre a un lago o más bien a una presa (que son todavía más chungas que los lagos); y sobre cazadores de bestias y monstruos, perseguidores que acaban por no diferenciarse de sus presas. Ah, y sobre caballeros andantes. También aparecen referencias históricas: el autor nos lleva hacia atrás en el tiempo para hablarnos de esta cuestión, los hombres oso, de sucesos acaecidos en torno a ellos en el pasado.

¿Qué fabrica Pérez Navarro con todo esto? Bien, un mosaico tan duro como hipnótico acerca de la monstruosidad y la bestialidad. Habla sobre realidad y ficción, los límites imprecisos entre una y otra, y no solo entre lo real y lo ficticio, sino entre lo racional versus lo irracional (insano, demencial, enloquecido). Estamos ante la esencia del género fantástico: hacernos dudar sobre nuestras certidumbres. El libro de Pérez Navarro se convierte en una criatura híbrida y espantosa, con una estructura profunda que nos sacude como un seísmo, nos golpea en la tripa.

En la infancia soñamos con monstruos: pesadillas. Monstruos bajo la superficie del agua o bajo la cama. Nos dicen que son mentira, pero ¿y si fuesen verdad? ¿Y si hubiese otras dimensiones en las que realmente existen y podemos acabar en una de ellas, o estas criaturas pueden acceder a la nuestra? ¿Acaso no son, todos esos cuentos y leyendas, avisos de peligros? ¿Y si el monstruo, la bestia, no está en otro lugar, en una realidad paralela, en el fondo de un lago escocés, en el reino de los sueños, sino en nuestra propia alma, escondido o hibernando para despertar un día?

¿Qué diferencia hay entre un caballero andante vestido con armadura de plata y un repulsivo cazador de hombres osos? ¿Perciben los niños el horror con más claridad que los adultos? ¿Acaso la violencia con que tratamos a los animales no resulta demasiado parecida a la que usamos entre los de nuestra propia especie?

El libro está muy trabajado y es un placer leerlo, pese a su crudeza. Nos encontramos, en efecto, tal y como señala el título, ante ritos salvajes, descarnados, porque la carne se consume, se quema, se devora. Los ritos suelen implicar sacrificios de sangre y aquí no se distingue entre humanos y bestias, recuérdenlo. Y no olviden tampoco la frágil frontera entre los monstruos y nosotros. Esa frontera es horizontal: la superficie, la tierra, por un lado; por otro, lo profundo, lo subterráneo o subacuático. Lo consciente y lo inconsciente, vamos. Pero existe otra frontera vislumbrada en este tríptico: esas dimensiones paralelas entre nuestro mundo y otros, entre la ficción y lo que llamamos realidad. Fronteras con agujeros. El caso es que, por todas partes, nos acechan los peligros. Nos encontramos como prisioneros en jaulas. Y el enemigo puede estar dentro también de esos barrotes.

 Hay que tener cuidado con los embalses, con los islotes perdidos, sobre todo si tienen un faro, con los niños (desde luego), con los superhéroes y cazadores de hombres osos y vampiros en nombre del Bien, y con quienes escriben desde una mente tan perturbada, porque reflejan la nuestra y eso no nos va a gustar.