Sofía Rhei
Newropía: elige
tu propia utopía
Barcelona, Minotauro, 2020
352p.
Al empezar a leer la novela de Sofía Rhei, me pareció todo un flipe. Me
pregunté qué seta había mordisqueado la autora, en un campo semejante a los de
La Foresta, para haberse inventado aquello. Lo había hecho con una imaginación
exuberante, lujuriosa. Yo no me sentía muy capaz de asimilar tal despliegue de nóvums de ciencia ficción o entidades de
lo maravilloso (no me quedaba claro si pertenecía al género de lo prospectivo,
de la fantasía o era un híbrido).
Poco a poco, me dejé llevar. Inmersioné en ese continente futuro en que
se había convertido nuestra vieja Europa. Un territorio atomizado, un
conglomerado de taifas con un denominador común: elige tu propia utopía.
Habréis oído decir que la utopía que podemos desear y por la que lucharíamos
sería el infierno para otras personas. Una sociedad vegetariana resultaría aborrecible
para los carnívoros apasionados, por ejemplo. De modo que una solución estaría
en que cada colectivo de personas afines eligiese su propia utopía. Y que un territorio
se lo permitiera. Por ejemplo, Europa.
Newropía nos presenta a
Elliot, un muchacho ingenuo y simpático, animoso, con las hormonas algo
revueltas, que ha vivido en un pequeño mundo que recrea los años ochenta del
siglo XX y se llama Xanadú. Su infancia ha transcurrido jugando videojuegos,
devorando música y películas, hamburguesas y helados, montando en bicicleta.
Claro, en los años ochenta no se había filmado Matrix y Elliot, dedicado a sus felices juegos, no podía saber que quizás
su realidad no era lo que creía, sino… Y eso que Baudrillard ya había hablado
de hiperrealidad, sociedad de consumo y simulacros. La posmodernidad estaba en
marcha, sin vuelta atrás.
A nuestro joven amigo le van a encomendar una importante misión. Ocurre
que hay un nuevo proyecto en Newropía, tan formidable como peligroso. Su diseñador
va de incógnito, es un Rainer camuflado en un grupo de varios Rainer, ya lo
verán. Elliot debe desenmascararlo. Su misión se desarrollará en un viaje, el viaje
del héroe. Por muchas moderneces que construyan los escritores, resulta
inevitable recurrir a los arquetipos de siempre. Son los que mejor funcionan.
También hay una heroína. Se llama Verbena y es bruja. No tiene poderes
mágicos, se curra sus habilidades. Vive en una comunidad de brujas, perfectamente
adaptada a la naturaleza, el vegetarianismo… y el lesbianismo, porque en La
Foresta no hay varones. Se trata de una sociedad comunal, donde las
criaturas son cuidadas entre todas y la monogamia no está bien
considerada. En este territorio, solo se habla en femenino. Eso no quiere
decir, por favor, que todas las palabras que usan las hechiceras acaben en el
morfema vocálico –a. No se trata de
algo tan simple ni tan limitado. De hecho, puede pasar incluso inadvertido
hasta que Verbena parte para su propia misión y empieza a tener problemas con
ciertas palabras. Y es que la joven tiene asimismo una misión e inicia su viaje
heroico. Estas mujeres brujas son ecologistas acérrimas, militantes,
combativas, hasta se las llama terroristas. Por ahí va el objetivo que debe
cumplir.
Y a esos dos
recorridos, historias paralelas que al
final confluyen, vamos a asistir.
La novela de
Rhei se presenta como «política ficción y aventuras, distopía». ¿Distopía? No
exactamente. Ya he explicado que contiene un sinnúmero de sociedades utópicas
para quienes las habitan, aunque algunas nos puedan parecer absurdas o terribles.
Si consideramos lo distópico como una hipérbole de los problemas, males y
conflictos de nuestro presente, entonces, sí.
En Newropía hay humor, crítica social, ecologismo,
feminismo, anticapitalismo, drones, inteligencias artificiales, palabras prohibidas,
personas extremadamente manipuladoras aunque sean igual de atractivas, intriga,
la sombra de una pandemia, helados de fresa, violencia, rimas. Maravillas a
tutiplén.
Y no hay repeticiones
de palabras, de esas que molestan, ni cacofonías. Sofía Rhei es una crack, tiene
talento y trabaja mucho sus obras. Me gusta mucho cómo está escrita la novela.
Y sus personajes: Verbena, Elliot, Segismundo, el pequeño Sancho, Hierba-Luisa,
Roxana, incluso Iosepha.
El viaje del
héroe y la heroína tienen un principio, tienen aliados y adversarios, un
supervillano o villana y momentos de profunda desolación. Tienen un final. De
esos viajes, aunque sean victoriosos, ya no se regresa del mismo modo a la
tierra de origen. Algo ha cambiado en quien viajó. Una transformación profunda.
Podemos llamarla pérdida de la inocencia o madurez y aprendizaje. El héroe o la
heroína vuelven con un regalo, un don, pero también con una serena, lúcida
melancolía. Le pasó a Frodo en El señor
de los anillos.
Newropía es un espejo de este mundo occidental cuya economía se basa en el turismo, los servicios, el consumo, la publicidad, los estereotipos de género, la violencia machista, la moda, los parques temáticos, el maltrato a los animales no humanos y a la naturaleza. La novela muestra algunos de estos problemas muy extremados, y también ciertas posibilidades de cambio o revolución, desde sociedades colectivas como La Foresta hasta masculinidades alternativas, como la de Elliot o Segismundo. Pero ninguna utopía es perfecta, pues todas ellas pueden caer en la rigidez, la excesiva confianza en estar en la verdad. Darse cuenta de eso no supone una decepción, sino una mayor sabiduría.