El
libro de Joan.
Lidia Yuknavitch.
Barcelona, Alpha Decay,
2018.
312 páginas.
He leído El libro de Joan casi un año después de
que la editorial tuviese la amabilidad de enviármelo, sabiendo muy bien, al
parecer, que me iba a gustar mucho. Así ha sido y reitero mi agradecimiento a
ese envío. He preferido una lectura tranquila y pausada de la novela, porque,
como muchas veces he escrito, no me interesa leer solo novedades. Me alegra,
por otra parte, poder recordarla ahora.
Lidia Yuknavitch, escritora estadounidense, nació en 1963. Su novela, El libro de Joan, es compleja y de no fácil lectura para quienes
solo busquen acción y entretenimiento (sin ánimo de hacer ninguna valoración al
respecto, a mí también me gusta entretenerme con los libros).
Se trata de una
distopía. El problema de las distopías en la actualidad está en que es un subgénero transversal (puede hibridarse con
muchos otros) y de moda, de manera que
resulta difícil que una obra destaque entre tantas. Sin embargo, Yuknavitch lo
consigue, porque va más allá de lo distópico.
Nos encontramos ante
una recreación futurista de la figura de Juana de Arco. Y no es este el único
personaje de tiempos pasados que aparece en la novela, pues otra de las
protagonistas nos recuerda a la creadora medieval Christine de Pizán, autora de La
ciudad de las damas (1405). Mediante dos argumentos paralelos que se van
entrelazando, nos adentramos en la exploración de un futuro postapocalíptico en
el que la Tierra ha quedado devastada, pero la vida pugna por subsistir. Fuera
de nuestro planeta, en una plataforma espacial, CIEL, habitan otros seres,
blancos como la nieve de Siberia, poshumanos y sin género. CIEL está dominada
por un déspota, Jean de Men. La resistencia a su tiranía se desarrolla en la
Tierra y es liderada por Joan de Dirt.
Yuknavitch ha escrito una
historia de monstruos, de cíborgs, de dominación y de lucha por la libertad,
ecologista y profundamente humana. La obra también nos cuenta sobre el amor, aunque se trate de amores
extraños, como el de Christine y Trínculo, y el de Joan con su compañera Leone.
También nos habla sobre la propia literatura, que aquí se escribe sobre los propios cuerpos.
Me ha recordado la belleza alucinada con la que Anna Kavan narró Hielo
(1967). Creo que, sin duda, puede incardinarse en esa línea de novelas de
belleza extraña, perturbadora, que hay que saborear con lentitud. Muy adecuada
para un taller de lectura y para estudios sobre el vínculo entre la ciencia
ficción, lo fantástico, el terror y lo monstruoso, lo poshumano y lo
posgenérico.