En 2005 viajé a Israel y Palestina, a un Encuentro de la Red Internacional de Mujeres de Negro contra la guerra, que se celebraba en Jerusalén. Esta Red, a la cual he pertenecido desde entonces, es un movimiento de mujeres feministas, pacifistas, antimilitaristas y que promueven la noviolencia y la educación por la paz para la resolución de conflictos. Precisamente, el primer grupo se creó en Israel en 1988, cuando mujeres judías salieron a calles y plazas para denunciar la política de su propio gobierno contra los palestinos, la ocupación de los territorios de estos y la violación de los Derechos Humanos que se realizaba por parte del Estado de Israel. Después fueron surgiendo otros grupos. En 1991, las Mujeres de Negro contra la guerra de Belgrado, que también salían a la calle para protestar contra las actuaciones bélicas de su propio gobierno en la guerra de los Balcanes. Más tarde, se han ido extendiendo a países de todos los continentes: Italia, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Holanda, Bélgica, Colombia, Uruguay, Estados Unidos, India…, solo por mencionar algunos. Además, Mujeres de Negro se relacionan con otros colectivos de mujeres pacifistas rusas, kurdas, afganas, iraquíes... En los lugares donde hay conflictos armados, estos grupos actúan muchas veces denunciando la política de sus propios gobiernos y tratando de establecer vínculos con las mujeres y la población civil del país al que se gobierno se enfrenta. En los lugares sin conflictos, apoyan a los anteriores y dejan que sean estos los que expresen sus necesidades, sin ningún tipo de intervención exterior.
El viaje al Encuentro de Jerusalén fue muy enriquecedor para mí. Deseaba conocer aquella tierra y saber más de un conflicto tan largo y complejo, del mismo modo que he sentido siempre mucho interés por la historia del pueblo judío. Aproveché la ocasión para documentarme leyendo, conversando y escuchando. Para quien quiera saber sobre el origen y desarrollo del conflicto palestino-israelí, recomiendo que lea todo lo posible. Hay una enorme bibliografía al respecto. Como en cualquier situación semejante, cada una de las partes pone toda la responsabilidad de la situación en el bando contrario, justificando su propio comportamiento y violencia. Los aliados de ambas partes suelen actuar de la misma manera.
En el Encuentro conocí a una mujer judía, nacida en Argentina pero que se había criado en Chile, con una discapacidad visual muy semejante a la mía, de origen ruso (su familia había tenido que huir de los pogromos hacia Sudamérica) y que se había visto obligada a escapar de Chile durante la dictadura, por lo que terminó viviendo en Israel. Era una pacifista convencida de que podía encontrarse una solución noviolenta al conflicto. En una ocasión dijo: «Yo creo que, dentro de quinientos años, nuestros dos pueblos serán uno».
Fue esa frase lo que con el tiempo hizo madurar en mí el proyecto de esta novela corta, El árbol de Sefarad, publicada este año de 2018 por la Editorial Cerbero. Solo he adelantado el plazo que ella puso. No planteo con ello que pueda ser posible tan pronto. También quiero dejar muy claro que mi postura no es en absoluto «equidistante» respecto de israelíes y palestinos. La superioridad militar, económica y a casi todos los niveles del Estado de Israel, su violación de los derechos humanos, la ocupación de los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania, territorios ya diezmados después de las muchas guerras, me parecen inadmisibles. La solución de los dos Estados resulta inevitable si se produce, como debería, a corto o medio plazo. Ahora bien, desde la noviolencia comparto la idea de que la solución no vendrá nunca con acciones de agresión de ningún tipo por ninguna de las dos partes, por mucho que las podamos entender mejor o peor.
Sin embargo, quería formular una «utopía simbólica»: la posibilidad de que el futuro los dos pueblos se unieran en uno solo, en igualdad, libertad y con todas las garantías.