Lola Robles,
Agosto 2017
No hace demasiado
tiempo que empecé a interactuar en las redes sociales, sobre todo en Facebook. A
Twitter he llegado mucho más tarde. Desde el principio me sorprendió la
extremada violencia que había en ambos espacios, comprobándolo sobre todo
cuando consultaba los muros de los medios de comunicación (televisiones,
periódicos, radios…).
Antes que nada quiero plantear
qué considero (y no solo yo, desde luego) violencia, pues me temo que hay mucha
gente que no lo sabe. La violencia no consiste solo en la agresión física y el
asesinato, sino también en determinadas conductas como insultar, amenazar,
chantajear, difamar, injuriar, vejar, menospreciar, ridiculizar, manipular, y un
etcétera bastante largo. Por supuesto hay que tener en cuenta que no todas las
violencias tienen la misma intensidad y gravedad. Algunas de estas conductas
están tipificadas en el Código Penal como delitos o faltas, otras no. Una
característica casi esencial de la violencia es que quien la ejerce no suele o
no quiere ser consciente de ella, puede negarla y, más incluso, acusar a sus
víctimas de que en realidad son ellas quienes le están agrediendo.
Comprobé pronto que, amparadas
en el anonimato y con mucha frecuencia en perfiles falsos, un buen número de
personas entraba en esos muros de los medios de comunicación a decir todo tipo
de barbaridades, mostrando a menudo que ni leían aquello que criticaban ni
sabían bien de lo que se estaba hablando. Los debates se llenaban de insultos y
exabruptos. Un comportamiento de «masa» y un triste reflejo de la incultura en
nuestro país. Nada de extrañar, porque basta con ver una sesión del Congreso de
los Diputados para entender que la ciudadanía simplemente repite la conducta de
los políticos, que se basa, con demasiada asiduidad, en arrojarse imprecaciones,
burlas, risotadas, abucheos y ataques continuos.
Me fascinó morbosamente una señora, que se dice
muy de
izquierdas y feminista, eso sí desconocida más allá de las redes, único ámbito donde
consigue cierta notoriedad escribiendo tuits en los que da palos a diestro y
siniestro, porque al parecer sabe más que nadie de cualquier tema, aunque sus
fuentes no vayan más allá de lo que encuentra en la pantalla de su ordenador o
móvil. Aparte del carácter lapidario de los tuits en sí, esta Señora suele
utilizar insultos tan progresistas como «mongolo» o mongólico» para contraargumentar
a aquellos que no piensan como ella. Mucha burla, mucha chulería, un tono muy macarra. Es
importante incidir en que, igual que los políticos nos enseñan a comportarnos
como energúmenos, los tertulianos de los medios de comunicación quieren demostrarnos
que se puede saber y opinar de todo, y claro, luego la gente común se lo cree.
Después me enfrenté a un
tema que considero de enorme importancia, el de la gestación por pago o
contrato, ya saben, lo que unas llaman «úteros/vientres de alquiler» y otros «gestación
subrogada» o «maternidad por sustitución». Leí a una mujer que participa en la
directiva de una organización a favor de este procedimiento y que posiblemente creía
que todas las feministas íbamos a respaldar su postura, pero se encontró, oh aciaga
sorpresa, con que NO. A hombres activistas gay, (sin duda porque las feministas
estamos más en contacto con ellos a causa de las luchas comunes que hemos
mantenido, no porque utilicen más la gestación por pago o contrato, ya sabemos
que lo hacen mayoritariamente las parejas heterosexuales). Hasta a algún
escritor gay de renombre hablando de la «libertad de decisión» de las mujeres
respecto de su cuerpo, cuando no recordaba yo que hubiese salido nunca a la
palestra a defender nuestro derecho a no ser ni maltratadas ni asesinadas. Se lamentaban
ellos y ellas, hasta Javier Marías llegó a quejarse de que les negáramos la
condición de feministas. Claro, a veces llega una a sospechar que llamarse
«feminista» es una excelente estratagema para decir lo que te dé la gana. Pero
al parecer, si en otras ideologías se le niega a cualquiera la condición de
pertenecer a ellas si expone repetidas y abundantes argumentaciones totalmente
contrarias a lo más básico que defiende ese movimiento ideológico, las
feministas tenemos que callarnos y decir amén a todo.
Lo que más me
sorprendió es la violencia del discurso de estas personas que defienden la
gestación por pago o contrato. Nos han llamado «doncellas de hierro», señoritas
Rottenmeiers (sin duda por lo de solteronas amargadas, ese gran tópico
antifeminista), mentirosas, manipuladoras, paternalistas, autoritarias, burguesas,
fascistas como los manifestantes provida.
Pero ocurre que estos varones gays tienen un interés muy claro en este tema,
pues la gestación por pago o contrato les beneficia personalmente en su deseo y
objetivo de lograr hijos biológicos. Tener descendencia sin que las mujeres cuenten
más que como gestantes es desde luego un chollo no solo para las empresas
intermediarias que van a forrarse con un negocio de dimensiones impresionantes,
sino para todo varón patriarcal. Pues el gran sueño y fundamento del
patriarcado, como la teoría feminista ha dicho siempre en el capítulo primero
de sus ensayos, ha sido y nos queda claro a muchas que sigue siendo el control
de la reproducción humana, dado que ellos no pueden gestar y parir. Lástima que
ese capítulo no lo conozcan muchos nuevos presuntos feministas. Comprensible,
por otra parte, porque otra cosa que demuestran los comentarios en las redes
sociales es que no leemos ni aquello a lo que estamos atacando. O veces
manipulamos, tergiversamos y hasta
mentimos sobre lo que dice la parte
contraria.
Curiosamente a estos
varones con claros intereses personales de conseguir hijos por este medio los han
apoyado otros hombres activistas LGTBQ que se consideran muy revolucionarios,
aunque el ataque al feminismo que no les da la razón es igual de virulento y
tópico que el de los machistas de toda la vida. Según dicen los que apoyan, en
su caso carecen por completo de deseos de ser padres, pero luchan por el «derecho a decidir» y la «libertad o
soberanía sobre el propio cuerpo», aunque no sea el de ellos sino el de
nosotras. Llama la atención sin embargo que no haya asociaciones de mujeres que
pretendan ser gestantes, sino solo de posibles beneficiarios.
Llega una a tener la
sospecha de que muchos varones defienden ante todo sus privilegios de género de
manera consciente o inconsciente, aunque estén en posiciones ideológicas
opuestas. Pero, ¡qué difícil es ser activista y feminista de verdad cuando eso
perjudica nuestros intereses!
Bien sé que a la
violencia verbal de los y las defensores de la gestación por pago o contrato le
corresponde por la otra parte, la nuestra, parecida agresividad. Yo misma la he
sufrido en debates sobre la cuestión trans, por parte de algunas feministas
radicales y otras directamente terf. He escrito sobre ello, por si os interesa,
un artículo (aviso que bastante largo).
Hay incluso alguna más
o menos conocida feminista «disidente» que apoya con mucho ahínco esto de la
gestación presuntamente garantista, por aquello del derecho a decidir y de que
quienes estamos en contra somos unas mandonas que les decimos a las otras
mujeres lo que tienen que hacer o no hacer. Considera, parece, que la
disidencia consiste en atacar a todo lo que se mueve y no le da la razón,
principalmente y de manera casi obsesiva a otras feministas. Son problemas derivados
de conflictos no resueltos con la figura de autoridad materna, que exceden en
todo caso el objeto de este artículo. Mi ironía es clara, supongo. Pues bien,
sería tomada por esta feminista como una agresión y linchamiento, por completo
injustificados. Se trata, ya lo he dicho, de una característica que se repite
hasta la saciedad. Las personas
acostumbradas a agredir muestran una sensibilidad extrema cuando les toca a
ellas y de inmediato proceden a situarse en el papel de víctimas que tanto
dicen odiar. Por otra parte, me da por pensar que si el discurso de una
feminista cae en los tópicos de siempre sobre otras compañeras y además le
gusta a los varones (algo así como un sindicato aplaudido por la empresa), no
es porque sea «mala» y «disidente», sino porque a lo mejor lo que en realidad
hace es reforzar el sistema.
El segundo tema que
tengo gran interés en tratar es el del humor y los chistes, en concreto los chistes
machistas. Humor hay de todo tipo: blanco, negro, verde, absurdo y surrealista,
cruel, tonto, inteligente, zafio, subversivo y reaccionario. Esto se debe a que
el chiste es un enunciado escrito, oral o gráfico, y como cualquier otro
enunciado, contextualizado por supuesto, puede analizarse desde el punto de
vista ideológico (o lingüístico, cultural, geográfico, semiótico, etc.).
No me cabe duda de que cualquier
comentario público en las redes sociales, sea chiste, broma o no, puede recibir
respuestas agresivas que en ocasiones lleguen al linchamiento, por más que se trate
de ser cortés o escribir desde la no violencia, peligro que aumenta cuanto más
conocida seas. Pero esto no implica que no haya chistes machistas, racistas,
homófobos, tránsfobos, etc.
Parto de creer en la
libertad de expresión, y aviso a quien la cuestione que tenga cuidado y sea
egoísta porque si se impone la censura también le puede tocar a él/ella.
Pero como partidaria de
la libertad de expresión, he comprobado con enorme asombro que cuando yo
contesto a un defensor de chistes violentos o absolutamente rancios en su
machismo, y le lanzo un «tarado» por aquí y un «gilipollas» por allá, planteándole
que a mí eso de insultar me resulta muy divertido y humorístico, a la par que subversivo
y políticamente incorrecto, entonces el defensor de los chistes se escandaliza debido
a que le he insultado. ¿Por qué motivo el insulto ligero es inadmisible,
mientras que el chiste machista debe aceptarse como humor y nada más o hasta un
modo de rebelarse contra la corrección política?
La polémica estuvo y
está en las redes: con motivo de los tuits bastante gilipollas de un nuevo concejal
en el Ayuntamiento de Madrid, quien no fue capaz de darse cuenta de que iban a
investigar lo que había escrito desde que hizo la primera comunión, a los chistes
crueles muchas veces copiados y comentarios cargados de odio y violencia de la
tuitera con nombre de profetisa griega, que ya bastante tiene la pobre con
vivir con tanto dolor y resentimiento en su alma. O hemos tenido que soportar la
bazofia garrula de algún joven descerebrado que comparte chistes sobre
violaciones a niñas.
El último ejemplo ha
sido el del poeta que siempre lleva abierta
la bragueta (ingeniosísima tontería mía), un autor muy poco conocido que ha
vertido en Facebook supuestas bromas:
Bien. En estos tiempos
en que hay más escritores que lectores, la fama es difícil de lograr y hay que
intentarlo por todos los medios. Unos planean hacer atentados, a ver si así les
hace caso la gente, que de natural deben ser muy sosos. Otros, como en el caso
del poetastro, se crean un personaje a su medida.
Pero lo realmente
asombroso no es su presunto sentido del humor, de un machismo más rancio que
Matusalén y más antiguo que las cucharas de palo. Lo que a mí me deja
estupefacta a la par que atónita es su corte de palmeros y defensores, que le
consideran «brillante», «sarcástico», con «un humor excepcionalmente inteligente»,
«subversivo», «crítico», que se ríe «de la hipocresía generalizada» y supongo
que «disidente» y por supuesto «políticamente incorrecto», no faltaría más. Pero
por supuesto también, los insultos contra él son alucinantes, escandalosos e
inadmisibles, aunque diviertan a quienes los profieren y no posean tampoco
corrección política. ¿Y si la gente que denuncia su perfil lo hace por sentido
del humor y por rebeldía cultural? ¿No hay insultos creativos y llenos de poder
destructor de esta sociedad podrida? Pero sobre todo, sobre todo, necesito que
me expliquen, a mí, que no estoy a la altura intelectual de todos los bromistas
que he nombrado: ¿dónde está lo nuevo, lo rebelde, lo transgresor, lo que hace
tambalear los pilares del patriarcado? Y ¿dónde termina la libertad de
expresión y empieza la impunidad pura y dura de los machistas de toda la vida?
Queridas amigas y
amigos: ahora molan los jóvenes intelectuales que parecen iconoclastas y
lúcidos porque lo critican casi todo aunque luego pocas veces se mojen de
verdad. Si queréis saber lo que es ser CRÍTICA con mayúsculas, leed a Emma
Goldman.
Os voy a decir lo que
más me inquieta: que la amplísima mayoría de mis contactos varones en las redes
sociales no hagan mención NUNCA de los constantes asesinatos de mujeres por
violencia machista. Me inquieta que incluso nosotras otorguemos autoridad
intelectual a esos autores que siguen la estela de Francisco Umbral, Javier
Marías, Arturo Pérez-Reverte o Juan Manuel de Prada. Autores que imitan a estos
y que en bastantes temas, no lo dudo, pueden ser muy subversivos, muy críticos,
muy rebeldes, muy lúcidos, muy a contracorriente, pero, ay, lo del machismo ni
lo huelen, ni les importa, o lo minimizan, justifican o defienden. Y hasta les
hace gracia. Corporativismo viril, de nuevo. Con algunas ayuditas femeninas.
Siempre hubo colaboradoras, ya sabemos.
Como nosotras no
vayamos cogiendo sitio y teniendo nuestra propia voz y autoridad intelectual, no
hay nada que hacer.