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21 de agosto de 2017

VIOLENCIA, HUMOR Y REDES (y algo más)

Lola Robles, Agosto 2017

No hace demasiado tiempo que empecé a interactuar en las redes sociales, sobre todo en Facebook. A Twitter he llegado mucho más tarde. Desde el principio me sorprendió la extremada violencia que había en ambos espacios, comprobándolo sobre todo cuando consultaba los muros de los medios de comunicación (televisiones, periódicos, radios…).

Antes que nada quiero plantear qué considero (y no solo yo, desde luego) violencia, pues me temo que hay mucha gente que no lo sabe. La violencia no consiste solo en la agresión física y el asesinato, sino también en determinadas conductas como insultar, amenazar, chantajear, difamar, injuriar, vejar, menospreciar, ridiculizar, manipular, y un etcétera bastante largo. Por supuesto hay que tener en cuenta que no todas las violencias tienen la misma intensidad y gravedad. Algunas de estas conductas están tipificadas en el Código Penal como delitos o faltas, otras no. Una característica casi esencial de la violencia es que quien la ejerce no suele o no quiere ser consciente de ella, puede negarla y, más incluso, acusar a sus víctimas de que en realidad son ellas quienes le están agrediendo.

Comprobé pronto que, amparadas en el anonimato y con mucha frecuencia en perfiles falsos, un buen número de personas entraba en esos muros de los medios de comunicación a decir todo tipo de barbaridades, mostrando a menudo que ni leían aquello que criticaban ni sabían bien de lo que se estaba hablando. Los debates se llenaban de insultos y exabruptos. Un comportamiento de «masa» y un triste reflejo de la incultura en nuestro país. Nada de extrañar, porque basta con ver una sesión del Congreso de los Diputados para entender que la ciudadanía simplemente repite la conducta de los políticos, que se basa, con demasiada asiduidad, en arrojarse imprecaciones, burlas, risotadas, abucheos y ataques continuos.
Luego comencé a interesarme por casos concretos. 
Me fascinó morbosamente una señora, que se dice 
muy de izquierdas y feminista, eso sí desconocida más allá de las redes, único ámbito donde consigue cierta notoriedad escribiendo tuits en los que da palos a diestro y siniestro, porque al parecer sabe más que nadie de cualquier tema, aunque sus fuentes no vayan más allá de lo que encuentra en la pantalla de su ordenador o móvil. Aparte del carácter lapidario de los tuits en sí, esta Señora suele utilizar insultos tan progresistas como «mongolo» o mongólico» para contraargumentar a aquellos que no piensan como ella. Mucha  burla, mucha chulería, un tono muy macarra. Es importante incidir en que, igual que los políticos nos enseñan a comportarnos como energúmenos, los tertulianos de los medios de comunicación quieren demostrarnos que se puede saber y opinar de todo, y claro, luego la gente común se lo cree.  


Después me enfrenté a un tema que considero de enorme importancia, el de la gestación por pago o contrato, ya saben, lo que unas llaman «úteros/vientres de alquiler» y otros «gestación subrogada» o «maternidad por sustitución». Leí a una mujer que participa en la directiva de una organización a favor de este procedimiento y que posiblemente creía que todas las feministas íbamos a respaldar su postura, pero se encontró, oh aciaga sorpresa, con que NO. A hombres activistas gay, (sin duda porque las feministas estamos más en contacto con ellos a causa de las luchas comunes que hemos mantenido, no porque utilicen más la gestación por pago o contrato, ya sabemos que lo hacen mayoritariamente las parejas heterosexuales). Hasta a algún escritor gay de renombre hablando de la «libertad de decisión» de las mujeres respecto de su cuerpo, cuando no recordaba yo que hubiese salido nunca a la palestra a defender nuestro derecho a no ser ni maltratadas ni asesinadas. Se lamentaban ellos y ellas, hasta Javier Marías llegó a quejarse de que les negáramos la condición de feministas. Claro, a veces llega una a sospechar que llamarse «feminista» es una excelente estratagema para decir lo que te dé la gana. Pero al parecer, si en otras ideologías se le niega a cualquiera la condición de pertenecer a ellas si expone repetidas y abundantes argumentaciones totalmente contrarias a lo más básico que defiende ese movimiento ideológico, las feministas tenemos que callarnos y decir amén a todo.



Lo que más me sorprendió es la violencia del discurso de estas personas que defienden la gestación por pago o contrato. Nos han llamado «doncellas de hierro», señoritas Rottenmeiers (sin duda por lo de solteronas amargadas, ese gran tópico antifeminista), mentirosas, manipuladoras, paternalistas, autoritarias, burguesas, fascistas como los manifestantes provida. Pero ocurre que estos varones gays tienen un interés muy claro en este tema, pues la gestación por pago o contrato les beneficia personalmente en su deseo y objetivo de lograr hijos biológicos. Tener descendencia sin que las mujeres cuenten más que como gestantes es desde luego un chollo no solo para las empresas intermediarias que van a forrarse con un negocio de dimensiones impresionantes, sino para todo varón patriarcal. Pues el gran sueño y fundamento del patriarcado, como la teoría feminista ha dicho siempre en el capítulo primero de sus ensayos, ha sido y nos queda claro a muchas que sigue siendo el control de la reproducción humana, dado que ellos no pueden gestar y parir. Lástima que ese capítulo no lo conozcan muchos nuevos presuntos feministas. Comprensible, por otra parte, porque otra cosa que demuestran los comentarios en las redes sociales es que no leemos ni aquello a lo que estamos atacando. O veces manipulamos, tergiversamos y hasta
mentimos sobre lo que dice la parte contraria.

Curiosamente a estos varones con claros intereses personales de conseguir hijos por este medio los han apoyado otros hombres activistas LGTBQ que se consideran muy revolucionarios, aunque el ataque al feminismo que no les da la razón es igual de virulento y tópico que el de los machistas de toda la vida. Según dicen los que apoyan, en su caso carecen por completo de deseos de ser padres, pero luchan  por el «derecho a decidir» y la «libertad o soberanía sobre el propio cuerpo», aunque no sea el de ellos sino el de nosotras. Llama la atención sin embargo que no haya asociaciones de mujeres que pretendan ser gestantes, sino solo de posibles beneficiarios.

Llega una a tener la sospecha de que muchos varones defienden ante todo sus privilegios de género de manera consciente o inconsciente, aunque estén en posiciones ideológicas opuestas. Pero, ¡qué difícil es ser activista y feminista de verdad cuando eso perjudica nuestros intereses!

Bien sé que a la violencia verbal de los y las defensores de la gestación por pago o contrato le corresponde por la otra parte, la nuestra, parecida agresividad. Yo misma la he sufrido en debates sobre la cuestión trans, por parte de algunas feministas radicales y otras directamente terf. He escrito sobre ello, por si os interesa, un artículo (aviso que bastante largo).

Hay incluso alguna más o menos conocida  feminista «disidente» que apoya con mucho ahínco esto de la gestación presuntamente garantista, por aquello del derecho a decidir y de que quienes estamos en contra somos unas mandonas que les decimos a las otras mujeres lo que tienen que hacer o no hacer. Considera, parece, que la disidencia consiste en atacar a todo lo que se mueve y no le da la razón, principalmente y de manera casi obsesiva a otras feministas. Son problemas derivados de conflictos no resueltos con la figura de autoridad materna, que exceden en todo caso el objeto de este artículo. Mi ironía es clara, supongo. Pues bien, sería tomada por esta feminista como una agresión y linchamiento, por completo injustificados. Se trata, ya lo he dicho, de una característica que se repite hasta la saciedad.  Las personas acostumbradas a agredir muestran una sensibilidad extrema cuando les toca a ellas y de inmediato proceden a situarse en el papel de víctimas que tanto dicen odiar. Por otra parte, me da por pensar que si el discurso de una feminista cae en los tópicos de siempre sobre otras compañeras y además le gusta a los varones (algo así como un sindicato aplaudido por la empresa), no es porque sea «mala» y «disidente», sino porque a lo mejor lo que en realidad hace es reforzar el sistema.

El segundo tema que tengo gran interés en tratar es el del humor y los chistes, en concreto los chistes machistas. Humor hay de todo tipo: blanco, negro, verde, absurdo y surrealista, cruel, tonto, inteligente, zafio, subversivo y reaccionario. Esto se debe a que el chiste es un enunciado escrito, oral o gráfico, y como cualquier otro enunciado, contextualizado por supuesto, puede analizarse desde el punto de vista ideológico (o lingüístico, cultural, geográfico, semiótico, etc.).

No me cabe duda de que cualquier comentario público en las redes sociales, sea chiste, broma o no, puede recibir respuestas agresivas que en ocasiones lleguen al linchamiento, por más que se trate de ser cortés o escribir desde la no violencia, peligro que aumenta cuanto más conocida seas. Pero esto no implica que no haya chistes machistas, racistas, homófobos, tránsfobos, etc.

Parto de creer en la libertad de expresión, y aviso a quien la cuestione que tenga cuidado y sea egoísta porque si se impone la censura también le puede tocar a él/ella.

Pero como partidaria de la libertad de expresión, he comprobado con enorme asombro que cuando yo contesto a un defensor de chistes violentos o absolutamente rancios en su machismo, y le lanzo un «tarado» por aquí y un «gilipollas» por allá, planteándole que a mí eso de insultar me resulta muy divertido y humorístico, a la par que subversivo y políticamente incorrecto, entonces el defensor de los chistes se escandaliza debido a que le he insultado. ¿Por qué motivo el insulto ligero es inadmisible, mientras que el chiste machista debe aceptarse como humor y nada más o hasta un modo de rebelarse contra la corrección política?

La polémica estuvo y está en las redes: con motivo de los tuits bastante gilipollas de un nuevo concejal en el Ayuntamiento de Madrid, quien no fue capaz de darse cuenta de que iban a investigar lo que había escrito desde que hizo la primera comunión, a los chistes crueles muchas veces copiados y comentarios cargados de odio y violencia de la tuitera con nombre de profetisa griega, que ya bastante tiene la pobre con vivir con tanto dolor y resentimiento en su alma. O hemos tenido que soportar la bazofia garrula de algún joven descerebrado que comparte chistes sobre violaciones a niñas.






El último ejemplo ha sido el del poeta que siempre lleva abierta la bragueta (ingeniosísima tontería mía), un autor muy poco conocido que ha vertido en Facebook supuestas bromas:

Bien. En estos tiempos en que hay más escritores que lectores, la fama es difícil de lograr y hay que intentarlo por todos los medios. Unos planean hacer atentados, a ver si así les hace caso la gente, que de natural deben ser muy sosos. Otros, como en el caso del poetastro, se crean un personaje a su medida.

Pero lo realmente asombroso no es su presunto sentido del humor, de un machismo más rancio que Matusalén y más antiguo que las cucharas de palo. Lo que a mí me deja estupefacta a la par que atónita es su corte de palmeros y defensores, que le consideran «brillante», «sarcástico», con «un humor excepcionalmente inteligente», «subversivo», «crítico», que se ríe «de la hipocresía generalizada» y supongo que «disidente» y por supuesto «políticamente incorrecto», no faltaría más. Pero por supuesto también, los insultos contra él son alucinantes, escandalosos e inadmisibles, aunque diviertan a quienes los profieren y no posean tampoco corrección política. ¿Y si la gente que denuncia su perfil lo hace por sentido del humor y por rebeldía cultural? ¿No hay insultos creativos y llenos de poder destructor de esta sociedad podrida? Pero sobre todo, sobre todo, necesito que me expliquen, a mí, que no estoy a la altura intelectual de todos los bromistas que he nombrado: ¿dónde está lo nuevo, lo rebelde, lo transgresor, lo que hace tambalear los pilares del patriarcado? Y ¿dónde termina la libertad de expresión y empieza la impunidad pura y dura de los machistas de toda la vida?

Queridas amigas y amigos: ahora molan los jóvenes intelectuales que parecen iconoclastas y lúcidos porque lo critican casi todo aunque luego pocas veces se mojen de verdad. Si queréis saber lo que es ser CRÍTICA con mayúsculas, leed a Emma Goldman.

Os voy a decir lo que más me inquieta: que la amplísima mayoría de mis contactos varones en las redes sociales no hagan mención NUNCA de los constantes asesinatos de mujeres por violencia machista. Me inquieta que incluso nosotras otorguemos autoridad intelectual a esos autores que siguen la estela de Francisco Umbral, Javier Marías, Arturo Pérez-Reverte o Juan Manuel de Prada. Autores que imitan a estos y que en bastantes temas, no lo dudo, pueden ser muy subversivos, muy críticos, muy rebeldes, muy lúcidos, muy a contracorriente, pero, ay, lo del machismo ni lo huelen, ni les importa, o lo minimizan, justifican o defienden. Y hasta les hace gracia. Corporativismo viril, de nuevo. Con algunas ayuditas femeninas. Siempre hubo colaboradoras, ya sabemos.

Como nosotras no vayamos cogiendo sitio y teniendo nuestra propia voz y autoridad intelectual, no hay nada que hacer.