Los que vivimos
Bilbao, Deusto, 2020.
576 páginas.
Alisa Zinóvievna Rosenbaum, que luego se llamaría Ayn Rand, nació en San Petersburgo en 1905 y murió en Nueva York en 1982. Tuvo las nacionalidades rusa y estadounidense. Fue filósofa y autora de las novelas Los que vivimos (1936), Himno o ¡Vivir!, de 1938, obra de la cual hay una reseña en este blog, pincha aquí, El manantial (1943) y La rebelión del Atlas (1957). También escribió ensayos como La virtud del egoísmo (1964), donde transmite su filosofía objetivista. Nacida en el Imperio ruso, de familia judía, aunque ella era atea, con los años se convertiría en una figura de referencia en los Estados Unidos, incluso mesiánica para los sectores más ultraliberales. No voy a centrarme en su ideología política más que indirectamente. Aquí me interesa su narrativa.
Empezó a escribir en la infancia; le gustaban mucho los autores románticos. Tanto ella como su familia, con una posición económica acomodada, vivieron la revolución rusa de 1917. La familia se trasladó a Crimea temporalmente y después volvió a San Petersburgo, convertido ya en Petrogrado (el cambio de nombre no vino de los bolcheviques, sino del zar Nicolás II, pues al parecer «San Petersburgo» le sonaba demasiado alemán; en 1924 se la renombró Leningrado y hasta 1991 no recobraría su nombre original, el que ahora conserva). En la universidad de la ciudad, Rand estudió filosofía e historia. En el Instituto Estatal de Artes Cinematográficas se matriculó para aprender a escribir guiones, ya que era una gran amante del cine. En filosofía, se interesó por la obra de Nietzsche y Aristóteles, dos autores que le influirían notablemente. En 1926 viajó a Estados Unidos, con permiso de las autoridades soviéticas, para visitar a unos familiares. Nunca regresó a Rusia. Se dirigió a Hollywood para trabajar como guionista. Allí conocería a Cecil B. de Mille y al que sería su marido, el actor Frank O’Connor.
Es curioso cómo la vida de Ayn Rand tiene similitudes con la de la pensadora anarquista Emma Goldman, que nació en el Imperio ruso, en Kaunas, actual Lituania, una mujer también de ascendencia judía, también atea y que asimismo se trasladaría a los Estados Unidos para vivir allí gran parte de su vida. Claro que Goldman nació en 1869 y viajó a América en 1885. Ambas tenían un fuerte sentimiento antiestatal. Sin embargo, y pese también a los aires de la época, no se puede compararlas más allá. Goldman era libertaria, pero tenía fuertes intereses y convicciones a favor de lo social, lo común, lo colectivo, los derechos de todos, no solo de ella misma (de hecho, como obrera textil conoció las duras condiciones de vida de sus compañeros de trabajo, las desigualdades existentes en el supuesto paraíso americano), mientras que Rand aboga por un individualismo radical y su anticomunismo es un rechazo del colectivismo, de priorizar los colectivos sobre las personas. Para ella, Estados Unidos sí fue un paraíso de libertad y de posibilidades. Desde luego, ninguna de las dos era afín al comunismo soviético. Ahora se usa el término «libertario» para denominar algunos pensamientos ultraconservadores y muy reaccionarios que defienden, precisamente, lo individual frente al Estado, frente a lo público y a lo común. El anarquismo es otra cosa, no es un movimiento individualista y no promueve el que cada uno haga lo que le dé la gana sin pensar en los demás ni el bien colectivo.
Voy a hablar aquí de una novela de Ayn Rand que acabo de leer y me ha gustado mucho: Los que vivimos. He tenido acceso a una edición antigua, de 1962, en Plaza & Janés, pero, actualmente y, como he indicado más arriba, hay una edición en la editorial Deusto que se puede conseguir con facilidad. Deusto ha publicado más obras de esta autora.
Los que vivimos fue su primera novela. Rand dijo de ella que era la más personal de todas. Habría que matizar esto. Cierto que nos habla de un mundo y un tiempo que ella conoció, el posterior a la Revolución rusa de 1917, y que algunas vivencias de la protagonista pueden ser similares a las de Rand. Sin embargo, la trayectoria de ambas fue muy diferente, ya que, pese a todas sus críticas al sistema de gobierno soviético, Rand obtuvo permiso para viajar a los Estados Unidos.
La historia se ambienta en San Petersburgo-Petrogrado. La protagonista es Kira Argounova, una joven de familia burguesa que ve cómo la ciudad y el país cambian como consecuencia de la revolución de 1917. Su familia se queda sin nada porque los expropian. Llegan a pasar hambre. Ella sueña con ser ingeniera, pero la burocracia, el férreo control y la rigidez del nuevo régimen se lo impiden. Kira se vinculará a dos hombres: por una parte, Leo Kovalenksy, del que se enamora instantáneamente, un joven de origen aristocrático y convertido prácticamente en un paria por haber tenido un padre considerado traidor al régimen y por su oposición a ese sistema político; ambos tratarán de huir del país en un momento determinado, una huida que fracasará. Y por otra parte está Andrei Taganov, oficial de la policía secreta soviética, comunista convencido, honesto y cuya bondad natural es notable (en ocasiones, parece casi un santo de Tolstói). Andrei ama a Kira, aunque esta no le corresponde, enamorada de Leo.
Estamos ante una novela claramente anticomunista y anticolectivista. El individuo contra el Estado. Rand nos presenta un sistema totalitario, controlador por completo y represor de las personas. Kira, su familia y Leo se verán enfrentados de modo radical a esa burocracia y a la falta de compasión de los gobernantes y también de todos los miembros de menor rango que forman parte del aparato estatal, que deviene, poco a poco, cada vez más elitista (en contradicción con sus ideales primigenios) y más corrupto. Es un drama que casi roza la tragedia. Más bien un melodrama, porque los amores entre los personajes más jóvenes, la generación que protagoniza la historia, son una parte fundamental de esta. Todos, jóvenes y no tan jóvenes, se mueven entre la rebeldía que conlleva castigos sin piedad o la decisión de acomodarse al régimen o incluso colaborar con él. La historia de amor entre Kira y Leo es apasionada, muy romántica. Los dos son hermosos y vehementes. Kira se presenta como una heroína casi sin tacha. Resulta curioso que el personaje que la sigue en cuanto a valores positivos sea el de Andrei, ya que la novela es muy maniquea y aquellos que están del lado del gobierno, del comunismo, aparecen retratados como personas corruptas, incluso crueles.
¿Por qué me ha gustado tanto Los que vivimos? Pues bien, dejando a un lado su ideología política, en la que hay un claro sesgo anticomunista (por mucho que pudiera reflejar parte de la realidad), me ha parecido una narración intensa, apasionada, vibrante. No tengo mucho que ver con Rand como pensadora, pero sus novelas me encantan. Era capaz de imaginar personajes con mucha fuerza, se creía las historias que narraba y eso se nota. Su estilo me suena un poco antiguo; no obstante, ese fervor que pone en el relato me engancha por completo.
Por cierto que Los que vivimos es tan distópica como Himno, una novela breve que me parece equiparable al Nosotros de Zamiatin. El manantial será otra cosa. Su protagonista principal, un arquitecto estadounidense, encarna la apuesta de Rand por las propias convicciones y objetivos que podemos tener en la vida: el personaje luchará sin descanso por lo que él cree y quiere hacer, sin que le importe la opinión de los demás ni se someta a las obligaciones que intentan imponerle. Sorprende la moral muy poco convencional de la autora sobre las relaciones sexuales de los personajes, en ambas novelas, teniendo en cuenta la época en que se escribieron. Además, en la relación amorosa principal que aparece en las dos historias hay un flechazo fulminante y una pasión muy intensa entre Kira y Leo, por un lado, y el arquitecto (Howard Roark) y la mujer de la que se enamora (Dominique Francon), por otro. Sobre El manantial se rodó una película, estadounidense, de 1949, titulada The Fountainhead, dirigida por King Vidor, con Gary Cooper y Patricia Neal como protagonistas.Los que vivimos consigue muy bien la identificación entre lector/a y los protagonistas. La
narración es ágil y amena. Sin duda, su carga ideológica resulta más que
notable y el libro ha podido ser utilizado desde posturas abiertamente
anticomunistas para convencer de que estos regímenes eran verdaderos infiernos
con un totalitarismo absoluto. No se trata de negar aquí ese totalitarismo,
sino de destacar el profundo sesgo y el maniqueísmo de la novela de Rand, que
presenta la vida en la Unión Soviética como lo más terrible del mundo. En
cualquier caso, la novela no es apta para nostálgicos de la Unión Soviética ni
para comunistas en general, ya que se van a poner de mal humor leyéndola.
Por cierto que hay una película basada en el libro, italiana, de 1942, dirigida por Goffredo Alessandrini y protagonizada por Alida Valli, Fosco Giachetti y Rossano Brazzi. Fue rodada y estrenada bajo el gobierno fascista de Italia, gobierno que la censuró poco después de su estreno, precisamente por su mensaje antitotalitarista.