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Podéis leer buenas narraciones en la Biblioteca de Relatos.

9 de enero de 2025

¿MERECE LA PENA ESCRIBIR EN EL SIGLO XXI? (9)

EL ORDEN DE LA URDIMBRE

«Existe una cualidad obsesiva y adictiva en el acto de hilar la hilaza, de tejer una tela; una tentación de seguir una fijación y trabarse en procesos que se arrastran a sí mismos».

Sadie Plant, Ceros + Unos: mujeres digitales + la nueva tecnocultura.

Hay algo inmanentemente literario en el proceso de tejer y algo en la literatura que evoca el arte textil: Penélope, que hace y deshace interminablemente mientras aguarda el regreso de Ulises a Ítaca; Sherezade, que, noche tras noche, hila historias para salvar la vida. También, desde siempre, el tejer está unido a lo mágico. Husos y ruecas, hechizos y relatos, redes y conjuros, cuentos de hadas y mitos.

Hace ya años que cruzamos el umbral de un nuevo paradigma en literatura. Sadie Plant explicó en su obra de ensayo Ceros + Unos: mujeres digitales más la nueva tecnocultura, de 1998, el enorme cambio que supuso la invención de la imprenta, en cuanto a aumento de libros publicados y de lectores, en comparación con un pasado donde las obras se escribían y copiaban a mano, y gran parte de la literatura seguía siendo oral. Algo parecido sucedió cuando la máquina de escribir, que, al fin y al cabo, permite un número limitado de correcciones, fue sustituida por el procesador de textos, así como a la edición tradicional en papel y a las viejas imprentas se añadieron la publicación digital y la autoedición. Por mucho que el libro físico continúe manteniendo su prestigio, se ha creado un ámbito de publicación paralelo bastante concurrido. El número de escritores ha aumentado vertiginosamente.

En mi niñez, el oficio de narrador continuaba siendo como tantas veces ha aparecido en las propias novelas y el cine: se empezaba a escribir, se enviaban los manuscritos a editoriales y los cuentos, a revistas; si tu obra era buena, te publicaban. Solo algunos autores llegaban a destacar, a hacerse famosos y a vender mucho. Pero todavía pasaba ─hablo de los años setenta y ochenta del siglo XX─ que una novedad salía mencionada o reseñada en todos los suplementos de cultura de los periódicos y estaba en los mostradores de todas las librerías y en muchas casetas de la Feria del Libro de Madrid, por ejemplo. No era extraño el que bastantes lectores coincidiesen en comprar y leer a la vez la misma obra. Ahora, esa coincidencia resulta una anécdota que llama la atención. Se dice que en España se lee poco, pero lo cierto es que, aunque todos los ciudadanos y ciudadanas fueran lectores compulsivos, no darían abasto. Esto tiene sus aspectos positivos: más donde elegir y más posibilidades de publicar. El problema es que, con demasiada frecuencia, no resulta fácil encontrar una mínima calidad.

Ante esta situación, muchas personas que quieren vivir de la literatura, aunque sea a duras penas, optan por dar cursos de escritura a principiantes o por dedicarse a la corrección literaria o a la traducción. Algunos espabilados montan empresas poco fiables de autoedición para sacar los euros a los más ansiosos.
 Así está la cosa.