PASIÓN POR LOS LIBROS
Amo los libros, me apasionan, tengo vicio por ellos, una auténtica adicción. Siempre me han acompañado. Aunque ya no puedo leerlos por mis problemas visuales, al igual que escribió Borges, yo sigo jugando a no ser medio ciega, sigo comprando libros, sigo llenando mi casa de libros.
Después de irme de la vivienda de mis padres, alquilé una habitación en un piso por Valdeacederas, al norte de Madrid, cerca de la plaza de Castilla. Allí, en unas baldas clavadas en la pared, coloqué los pocos libros que me había llevado. También contaba con un escritorio y ningún ordenador, porque entonces no eran de uso común ni yo hubiese tenido dinero para comprarlo. Ni siquiera pude llevarme de la casa familiar la máquina de escribir, de modo que tenía que hacerlo a mano y usar las de mi trabajo para emergencias. Luego, me marché a compartir un quinto sin ascensor en la calle Alvarado, donde me hice con las primeras estanterías, de esas de fácil montaje. Subía a cuestas el paquete, desplegaba el contenido en el suelo de mi dormitorio o en el comedor, y construía la estructura sin apenas cansarme. Fuera como fuera, los libros siempre desbordaban los estantes. Lo mismo en la siguiente casa, en otra habitación en un piso compartido. Y, por fin, en mi vivienda propia, que he habitado tantos años. Al serme imposible acumular demasiados volúmenes, los doné, los regalé a amigas, incluso los vendí, con la esperanza, repetidamente inútil, de no volver a llenar el espacio liberado.