Salvador
Bayarri
Holocracia
Sevilla,
Premium, 2024
297
páginas
Salvador
Bayarri ha escrito una novela de ciencia ficción muy entretenida, de ritmo ágil
y con mucha acción, aventura e intriga, pero que también plantea importantes
cuestiones de actualidad sobre lo utópico, la tecnología y la inteligencia
artificial, el trans y poshumanismo, y las alternativas al tipo de poder y de
sociedad que conocemos. Se trata de una obra que puede gustar tanto a un
público juvenil como adulto.
Hay
cuatro personajes en los que se focaliza la mirada narrativa y que cuentan
cuanto sucede en primera persona: Amanda, Julius, Nina y Betha. La historia
comienza en el territorio de los tres valles, un reducto aislado y protegido
por una barrera electrónica. Sus habitantes viven en pleno contacto con la
naturaleza, dedicados a la agricultura y la ganadería, y con un desarrollo
tecnológico muy rudimentario, con escasa maquinización. La niña Amanda y su
padre Julius tienen una granja en esta región. Están solos, ya que la madre y
esposa, Eva, se encuentra en las montañas del norte, luchando en la guerra que
mantienen con unos invasores bárbaros. Un día, reciben en la granja una extraña
visita, la de una mujer del exterior, llamada Nina, que llega con su perro
Tibi. Julius recela profundamente de Nina, al igual que sus convecinos, ya que
siempre consideran una amenaza todo lo que viene de ese espacio de afuera.
Amanda, sin embargo, se muestra más receptiva.
El
objetivo del viaje de Nina es hacer una propuesta a los tres valles: que
conozcan el exterior y puedan unirse a la Asociación, la unión de los enclaves
en que se organiza ese mundo, una especie de confederación. Pide ayuda a Julius
para que este intermedie a favor de su propuesta. Julius se niega de modo
rotundo, pero cambia de opinión cuando Nina le ofrece ayuda para curar a Amanda
de una enfermedad degenerativa, retinosis pigmentaria, que incluso el padre
desconoce que la niña padece. Los vallesianos siempre han rechazado cualquier
tipo de intervención médica que suponga manipulación de los genes. No obstante,
Julius está ahora dispuesto a todo y logra persuadir a los otros pobladores del
territorio sobre la oportunidad que supone ese viaje. Finalmente, Amanda,
Julius y dos representantes de los tres valles despegan en la nave de Nina
rumbo al exterior. Allí conocerán toda una serie de novedades que les causarán
asombro, miedo, inquietud o agrado. La que más se muestra abierta a la
maravilla es de nuevo Amanda.
Pero
ese viaje de descubrimiento se trunca de súbito (lo que precipita la acción y
la hace trepidante) por un ataque que sufren los viajeros y del que los salva
Betha, una empresaria con ideas propias sobre la sociedad en la que habita. Y
es que este mundo exterior está regido y controlado por inteligencias
artificiales. Las decisiones se toman a través de un sistema llamado holocracia,
que se diferencia de las democracias parlamentarias representativas que
conocemos. Aquí se trata de que las IAs recojan las opiniones y propuestas de
todas las personas que habitan la comunidad y extraigan de ellas soluciones de
consenso, las más convenientes de llevar a la práctica: una especie de asamblea
gigantesca organizada por el tecnopoder y la tecnointeligencia, sin reuniones
interminables para ponerse de acuerdo y cuyos usuarios-ciudadanos no se limitan
a votar en las elecciones sin prácticamente ninguna otra capacidad de decisión.
Holocracia puede ser muy útil para abrir un buen debate sobre el
tema de la utopía y la necesidad que tenemos de imaginarla en un momento en que
nuestro modo de pensar tiende al pesimismo o incluso al fatalismo. ¿Cuáles son
las posibilidades reales de que un intento utópico funcione? Bayarri no plantea
utopías acabadas ni completas, lo cual puede considerarse un valor, por su
verosimilitud. Ni siquiera son sociedades complementarias, sino más bien
enfrentadas. A cada una de ellas le falta algo que quizá esté en la otra. Digo
que las propuestas de Bayarri son un valor porque se trata de borradores, de
ensayos, de pruebas con sus aciertos y errores, y ya sabemos que solo
equivocándonos podremos aprender y mejorar. Y en la tercera década del siglo
XXI, ya tenemos claro también que muy difícilmente una utopía va a ser una
sociedad perfecta, estática y acabada, pues siempre debería seguir en proceso
de cambio para evitar los males que aquejan a cualquier organización humana. En
esta novela, la utopía naturalista, por ejemplo, rechaza avances médicos de
enorme utilidad y tiene un miedo paralizante al exterior, aunque ese miedo
oculta secretos que se nos irán desvelando. El autor nos hace ver que no
siempre lo natural es lo bueno y lo artificial, lo pernicioso. En cuanto a la
sociedad hipertecnificada y controlada por el tecnopoder, la opción de la
holocracia resulta muy interesante, pero quizá a este mundo le falta vínculos
con la naturaleza y, desde luego, tiene detractores y fuerzas de reacción que lo
hacen peligrar. Ambos espacios guardan secretos demasiado importantes, lo que
revela que no son honestos por completo, ni siquiera consigo mismos. El caso es
que, por unos u otros motivos, resulta bastante difícil escapar de cualquiera
de los dos.
Tras
el final de la historia, algunas preguntas siguen quedando abiertas a discusión
y eso es un elemento que da también interés a la novela. Cada vez que abordamos
el tema utópico nos enfrentamos a las mismas cuestiones. Si, como se afirma a
veces, la utopía de unos es la distopía o incluso el infierno de otros, ¿qué
hacemos, renunciar a ese proyecto o seguir buscando otras posibilidades? En
cualquier intento utópico surgirán los detractores del mismo y habrá fuerzas
que intenten, desde dentro o desde fuera, anularlo, destruirlo. En toda
sociedad hay individuos y grupos disruptivos, reaccionarios, egoístas, que no
tienen interés en el bien común. ¿Qué se hace con ellos, cuando intentamos una
utopía que no se reduce a partidarios que deciden hacerla solos y aislados? Una
cosa es una mirada lúcida y crítica sobre cualquier proyecto, muy necesaria, en
realidad imprescindible, y otra las fuerzas contrarias, que luchan para que la
utopía fracase porque quieren mantener sus privilegios. Otra pregunta, en consecuencia,
de lo anterior, que me suscita el libro de Bayarri es la siguiente: ¿habría
unos criterios básicos sobre los que tendría que fundarse cualquier utopía, criterios
para que aquella no se convirtiese en el reducto de intereses más que cuestionables
(pongamos el caso de un grupo humano que se propone crear una sociedad
esclavista, patriarcal, muy jerárquica o totalitaria; llevándolo a un extremo
clásico, imaginemos el proyecto de crear una “utopía” nazi)? Es decir, ¿se
puede hablar de utopía solo porque así lo creen sus promotores,
independientemente del contenido de la misma? Y, por último, ¿sería la
inmortalidad humana de la que habla el transhumanismo tan deseable como puede
parecer en principio?
En
cualquier caso, se agradecen propuestas narrativas como la de Holocracia,
que mantienen una mirada crítica, pero sin eliminar la esperanza. La obra de
Bayarri no es ni ingenua ni cae en ese pesimismo que nos lleva a la conformidad
resignada (¿para qué intentarlo, si no va a funcionar?). Sin duda, la ciencia
ficción es un género ideal para estas especulaciones narrativas, político-sociales
y filosóficas.
Salvador
Bayarri (Valencia, 1967) es doctor en Física y licenciado en Filosofía. Ha
publicado otras novelas de ciencia ficción como El espejo del tiempo
(Apache, 2019) i Las edades de Itnis (Premium, 2021). Colabora con la
Fundación Asimov, que desarrolla un proyecto, Pragma, para promover los
contenidos utópicos En el género.