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4 de diciembre de 2024

"HOLOCRACIA", DE SALVADOR BAYARRI


 Salvador Bayarri

Holocracia

Sevilla, Premium, 2024

297 páginas

 Salvador Bayarri ha escrito una novela de ciencia ficción muy entretenida, de ritmo ágil y con mucha acción, aventura e intriga, pero que también plantea importantes cuestiones de actualidad sobre lo utópico, la tecnología y la inteligencia artificial, el trans y poshumanismo, y las alternativas al tipo de poder y de sociedad que conocemos. Se trata de una obra que puede gustar tanto a un público juvenil como adulto.

Hay cuatro personajes en los que se focaliza la mirada narrativa y que cuentan cuanto sucede en primera persona: Amanda, Julius, Nina y Betha. La historia comienza en el territorio de los tres valles, un reducto aislado y protegido por una barrera electrónica. Sus habitantes viven en pleno contacto con la naturaleza, dedicados a la agricultura y la ganadería, y con un desarrollo tecnológico muy rudimentario, con escasa maquinización. La niña Amanda y su padre Julius tienen una granja en esta región. Están solos, ya que la madre y esposa, Eva, se encuentra en las montañas del norte, luchando en la guerra que mantienen con unos invasores bárbaros. Un día, reciben en la granja una extraña visita, la de una mujer del exterior, llamada Nina, que llega con su perro Tibi. Julius recela profundamente de Nina, al igual que sus convecinos, ya que siempre consideran una amenaza todo lo que viene de ese espacio de afuera. Amanda, sin embargo, se muestra más receptiva.

El objetivo del viaje de Nina es hacer una propuesta a los tres valles: que conozcan el exterior y puedan unirse a la Asociación, la unión de los enclaves en que se organiza ese mundo, una especie de confederación. Pide ayuda a Julius para que este intermedie a favor de su propuesta. Julius se niega de modo rotundo, pero cambia de opinión cuando Nina le ofrece ayuda para curar a Amanda de una enfermedad degenerativa, retinosis pigmentaria, que incluso el padre desconoce que la niña padece. Los vallesianos siempre han rechazado cualquier tipo de intervención médica que suponga manipulación de los genes. No obstante, Julius está ahora dispuesto a todo y logra persuadir a los otros pobladores del territorio sobre la oportunidad que supone ese viaje. Finalmente, Amanda, Julius y dos representantes de los tres valles despegan en la nave de Nina rumbo al exterior. Allí conocerán toda una serie de novedades que les causarán asombro, miedo, inquietud o agrado. La que más se muestra abierta a la maravilla es de nuevo Amanda.

Pero ese viaje de descubrimiento se trunca de súbito (lo que precipita la acción y la hace trepidante) por un ataque que sufren los viajeros y del que los salva Betha, una empresaria con ideas propias sobre la sociedad en la que habita. Y es que este mundo exterior está regido y controlado por inteligencias artificiales. Las decisiones se toman a través de un sistema llamado holocracia, que se diferencia de las democracias parlamentarias representativas que conocemos. Aquí se trata de que las IAs recojan las opiniones y propuestas de todas las personas que habitan la comunidad y extraigan de ellas soluciones de consenso, las más convenientes de llevar a la práctica: una especie de asamblea gigantesca organizada por el tecnopoder y la tecnointeligencia, sin reuniones interminables para ponerse de acuerdo y cuyos usuarios-ciudadanos no se limitan a votar en las elecciones sin prácticamente ninguna otra capacidad de decisión.

Holocracia puede ser muy útil para abrir un buen debate sobre el tema de la utopía y la necesidad que tenemos de imaginarla en un momento en que nuestro modo de pensar tiende al pesimismo o incluso al fatalismo. ¿Cuáles son las posibilidades reales de que un intento utópico funcione? Bayarri no plantea utopías acabadas ni completas, lo cual puede considerarse un valor, por su verosimilitud. Ni siquiera son sociedades complementarias, sino más bien enfrentadas. A cada una de ellas le falta algo que quizá esté en la otra. Digo que las propuestas de Bayarri son un valor porque se trata de borradores, de ensayos, de pruebas con sus aciertos y errores, y ya sabemos que solo equivocándonos podremos aprender y mejorar. Y en la tercera década del siglo XXI, ya tenemos claro también que muy difícilmente una utopía va a ser una sociedad perfecta, estática y acabada, pues siempre debería seguir en proceso de cambio para evitar los males que aquejan a cualquier organización humana. En esta novela, la utopía naturalista, por ejemplo, rechaza avances médicos de enorme utilidad y tiene un miedo paralizante al exterior, aunque ese miedo oculta secretos que se nos irán desvelando. El autor nos hace ver que no siempre lo natural es lo bueno y lo artificial, lo pernicioso. En cuanto a la sociedad hipertecnificada y controlada por el tecnopoder, la opción de la holocracia resulta muy interesante, pero quizá a este mundo le falta vínculos con la naturaleza y, desde luego, tiene detractores y fuerzas de reacción que lo hacen peligrar. Ambos espacios guardan secretos demasiado importantes, lo que revela que no son honestos por completo, ni siquiera consigo mismos. El caso es que, por unos u otros motivos, resulta bastante difícil escapar de cualquiera de los dos.

Tras el final de la historia, algunas preguntas siguen quedando abiertas a discusión y eso es un elemento que da también interés a la novela. Cada vez que abordamos el tema utópico nos enfrentamos a las mismas cuestiones. Si, como se afirma a veces, la utopía de unos es la distopía o incluso el infierno de otros, ¿qué hacemos, renunciar a ese proyecto o seguir buscando otras posibilidades? En cualquier intento utópico surgirán los detractores del mismo y habrá fuerzas que intenten, desde dentro o desde fuera, anularlo, destruirlo. En toda sociedad hay individuos y grupos disruptivos, reaccionarios, egoístas, que no tienen interés en el bien común. ¿Qué se hace con ellos, cuando intentamos una utopía que no se reduce a partidarios que deciden hacerla solos y aislados? Una cosa es una mirada lúcida y crítica sobre cualquier proyecto, muy necesaria, en realidad imprescindible, y otra las fuerzas contrarias, que luchan para que la utopía fracase porque quieren mantener sus privilegios. Otra pregunta, en consecuencia, de lo anterior, que me suscita el libro de Bayarri es la siguiente: ¿habría unos criterios básicos sobre los que tendría que fundarse cualquier utopía, criterios para que aquella no se convirtiese en el reducto de intereses más que cuestionables (pongamos el caso de un grupo humano que se propone crear una sociedad esclavista, patriarcal, muy jerárquica o totalitaria; llevándolo a un extremo clásico, imaginemos el proyecto de crear una “utopía” nazi)? Es decir, ¿se puede hablar de utopía solo porque así lo creen sus promotores, independientemente del contenido de la misma? Y, por último, ¿sería la inmortalidad humana de la que habla el transhumanismo tan deseable como puede parecer en principio?

En cualquier caso, se agradecen propuestas narrativas como la de Holocracia, que mantienen una mirada crítica, pero sin eliminar la esperanza. La obra de Bayarri no es ni ingenua ni cae en ese pesimismo que nos lleva a la conformidad resignada (¿para qué intentarlo, si no va a funcionar?). Sin duda, la ciencia ficción es un género ideal para estas especulaciones narrativas, político-sociales y filosóficas.

Salvador Bayarri (Valencia, 1967) es doctor en Física y licenciado en Filosofía. Ha publicado otras novelas de ciencia ficción como El espejo del tiempo (Apache, 2019) i Las edades de Itnis (Premium, 2021). Colabora con la Fundación Asimov, que desarrolla un proyecto, Pragma, para promover los contenidos utópicos En el género.