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29 de octubre de 2024

¿MERECE LA PENA ESCRIBIR EN EL SIGLO XXI? (6)

         
Siguiendo con lo que contaba en la publicación anterior sobre mi lectura en mi infancia de “Miguel Strogoff”, de Julio Verne, no se me olvida tampoco la sobrecubierta del libro de Bruguera donde finalmente pude leer la novela al completo. Esa sobrecubierta era de papel satinado y llevaba una escena pintada en colores vivos. En este caso, aparecía el héroe, rubio y con barba, con una especie de casaca de color blanco, sucia de polvo y sangre, pero todavía con un extraño brillo. Dos tártaros le sujetaban por los brazos. Strogoff miraba al frente. Más en primer plano, otro tártaro sostenía un sable calentado al rojo vivo, con el que quemaría los ojos al correo ruso, que esperaba impasible su destino. Aquella portada, como las otras de la misma colección de libros, era toda una obra de arte.

 Tiempo después, conseguí también la versión en tebeo, de la misma editorial, ejemplar que aún conservo. Repito que los dibujantes de entonces eran verdaderos maestros. En el caso de Miguel Strogoff, la portada era de Antonio Bernal Romero y las viñetas interiores y adaptación corrieron a cargo de Juan García Quirós. Esa portada resulta muy curiosa, porque Strogoff aparece a la izquierda según se mira y se diría que en segundo plano, ya que el primero lo ocupa Nadia Fedor, caída en la tierra y con un gesto de terror ante el ataque de un gigantesco oso pardo que llena prácticamente el centro de la imagen. Strogoff, enarbolando un cuchillo en su mano derecha y corriendo hacia el animal, va vestido de verde, disfrazado de comerciante, aunque ese traje sigue manteniendo un cierto aire de uniforme militar, como para que no olvidemos quién es realmente el que lo lleva. San Jorge, el oso-dragón y la doncella en apuros. En las viñetas interiores, Miguel es un joven rubio, con un pelo casi dorado, sin barba, muy guapo ─sí, aquellos dibujos podían crear a la perfección hombres y mujeres bellos u horribles─ y Nadia, a su vez, también aparece blanca y rubia, hermosa, mientras que Iván Ogareff, el «traidor», tiene el pelo y la barba oscuros, como su amante, la gitana Sangarra. Los antagonistas estaban, pues, racializados, máxime cuando hay que añadir al tártaro Féofar-Khan, el supervillano de la historia, el oriental perverso.