Termino de leer la novela de fantasía Pakminyó,
de Felicidad Martínez, aparecida este mismo año 2019 y publicada por la
editorial Cerbero, aunque no en sus colecciones de bolsilibros, porque esta es
una obra de bastante extensión.
He de decir que la historia me ha gustado e interesado mucho. Pero me
gustaría dar unas recomendaciones para su lectura. La primera, tomárselo con
calma, dadas las muchas páginas y la complejidad de la trama. Merece la pena,
de vez en cuando, leer despacio. La segunda recomendación es ir, antes de
empezar el libro, a los apéndices finales, que facilitarán mucho la lectura,
sobre todo a la hora de comprender la sociedad que se nos presenta, sus
jerarquías, los nombres de los personajes y los tratamientos que se les dan,
que se forman por sufijación (algo que no ocurre en castellano, pues aquí se
utilizan términos delante del nombre: doña marta, señor Vicente, maese Pérez,
mi capitán, apreciada María, etc.). Además, los nombres son cortos y parecidos
a los orientales, diría que a los chinos o coreanos, lo que dificulta más
recordarlos. Yo, que en vez de leer visualmente escucho la obra, he tenido que
volver atrás varias veces.
Dicho esto, comentar que se trata de la creación de todo un mundo de lo
maravilloso, territorio de ficción no frecuentado por la autora, pero en el que
incursiona con soltura, buen estilo y eficacia. Ese mundo creado es verosímil y
coherente. Cierto que la fantasía permite más libertad que, por ejemplo, la
ciencia ficción, sin embargo, necesita también presentar una trama sólida que
posibilite el pacto de ficción. Yo creo que la autora se cree lo que cuenta y
eso se nota. Aparte de ello, pienso que la escritura de Martínez ha evolucionado a mejor con los años, va
siendo más madura y de mayor calidad.
Esta sociedad, con una estructura que recuerda la de algunos insectos (las
abejas, resulta fácil pensar enseguida) es de una complejidad enorme. Tiene sus
propias costumbres, ritos, historia, lenguaje, problemas. En ese sentido,
Martínez ha hecho un gran esfuerzo de creación. Porque hay varias partes en
esta historia, que queda, por añadidura, abierta a una continuación. Partes que
ocurren en diferentes lugares de aquel mundo y que plantean situaciones
relacionadas entre sí, pero distintas y complejas.
Hay algunos elementos propios de toda la obra de Felicidad Martínez que
reaparecen aquí: las arduas intrigas, la violencia y las luchas cuerpo a
cuerpo, los conflictos y guerras, los juegos de poder, los personajes un tanto
retorcidos. Pero también consigue protagonistas muy simpáticos, incluso dotados
de una gran ternura y que pueden ser, a la vez, encantadores y fieros. Estamos
ante figuras complejas, no meros estereotipos, aunque, por supuesto, esto se ve
más en los principales que en los secundarios.
No debe resultar fácil, me parece a mí, escribir una obra de fantasía
demasiado original, porque es un género muy transitado. No es de los que más me
gustan, precisamente por sus recurrencias. Sin embargo, siempre se pueden
utilizar y reelaborar bien los tópicos. En Pakminyó
asistimos al clásico tema de la formación del o la protagonista. Novela de formación, pues, de
paso a la madurez, y un viaje de la heroína, geográfico y psicológico. Pan, la
prota, es un encanto, de verdad.
Me gusta cómo se trata la cuestión de la magia. Estamos dentro de un mundo
de lo maravilloso, pero, ay, que se acerca a una gran crisis. En ese sentido, y
con todas sus diferencias, la obra de Martínez me recuerda a las dos novelas de
Conchi Regueiro pertenecientes a la serie Los
espíritus del humo, aunque las narraciones de Regueiro son más realistas
(como género) y más cercanas a la ciencia ficción. Por otro lado, hay un
trasfondo metafórico (de tipo social) en Pakminyó.
Se descubre al final y está creado de manera bastante sutil, nada panfletaria.
Más elementos que me han gustado: el colorido de estos personajes,
literalmente; el interés por el vestuario y todo tipo de detalles de esa
sociedad, las relaciones personales, nada simples, como no lo son nunca las humanas.
Me ha costado, eso sí, meterme en las escenas de lucha, que se me han hecho
largas. En ocasiones, me perdía un poco (o bastante) en las intrigas.
Dos son los aspectos que me parecen más interesantes y destacables en esta
historia, advirtiendo de antemano que ello se debe a mi gusto precisamente por
esos temas.
El primero es la muy elaborada creación del lenguaje de esta sociedad. La
cuestión de los tratamientos, por ejemplo. Supongo que la autora se habrá
inspirado en algunas lenguas orientales, al igual que para los nombres y
apellidos. Y, en particular, me ha parecido de gran interés su uso de un género
neutro para designar al conjunto de varios individuos de diferentes sexos o
identidades de género sexual. En castellano y otras lenguas romances, esa
función la cumple el masculino supuestamente genérico, pero debido a que
nuestra sociedad tiene una estructura patriarcal, ese masculino acaba, con
demasiada frecuencia, por no denominar más que a los individuos varones,
convirtiéndolos en universales, en únicos, es decir, no solo invisibilizando y
ocultando a las mujeres, sino, más aún, excluyéndolas por completo. Bien, en
este mundo que crea Martínez, eso no ocurre. El neutro, representado por los
morfemas –e y –es, actúa como verdadero genérico y también sirve para referirse
a individuos que no son de género sexual masculino ni femenino, sino neutros o
fluidos.
Este otro aspecto de la narración, la existencia de una diversidad de
géneros, el no binarismo, el que sea una sociedad no patriarcal, me ha
encantado. No es fácil hacerlo de forma creíble, porque, como ahora es un tema
que se ha puesto un poco de moda, hay algunos autores y autoras que lo incluyen
de un modo que resulta forzado, inverosímil o estereotipado. No pasa así en Pakminyó.
Recomiendo la obra a amantes de historias largas de fantasía; a quienes
trabajen el tema LGTBQIA, en especial el tema queer; a quienes gusten de buenas invenciones con el lenguaje.
Chapeau.