Nació
en la Serenísima República de Venecia, en 1364. Cuando era muy niña, su familia
se trasladó de Italia a Francia, porque su padre, Tomasso de Pizzano, fue
llamado para ser físico (médico), astrólogo y asesor del rey Carlos V de
Francia. Christine de Pizán (o Pisan, Pisán o Pizzano, porque su apellido puede
encontrarse escrito de diversas formas) vivió entre el final de la Edad Media y
un Renacimiento temprano. Se casó muy joven, tuvo tres hijos, enviudó y tuvo
que dedicarse a la literatura para ganarse la vida. Está considerada como la
primera escritora profesional de Occidente.
En
1405 publicó La ciudad de las damas (Le livre de la cité des dammes), su obra
más conocida. Estamos ante un vehemente alegato
en defensa de las mujeres, contra la feroz misoginia imperante entonces (y
antes y después). La misoginia es odio, menosprecio, prejuicio, mentiras y
ridiculización hacia, sobre y de las mujeres, y se encarnó en diatribas
literarias que a muchos les debían parecer muy jocosas. Al defenderse de estas,
La ciudad de las damas se inscribe en
la tradición literaria de las querelles
des femmes, donde se trataba precisamente de refutar esos ataques. Desde
ese punto de vista, la obra puede considerarse como precursora del feminismo,
aunque, por otra parte, defienda a la vez los valores “femeninos” más
tradicionales. Claro que, por supuesto, hay que situar a la autora en su época.
Lo que hizo, en su libro, es desarrollar una serie de pequeños textos contando “vidas
ejemplares” de mujeres ilustres: guerreras, sabias, reinas, santas.
Claro
que también dice, por ejemplo: «Por esto me da pena, me causa indignación, oír
a los hombres decir que a muchas mujeres les gusta ser violadas, que no les
molesta que un hombre las viole, aunque protesten, que sus protestas solo son
palabras. No puedo admitir que les cause placer esa vejación». Debería
sorprender que, seis siglos después, estas palabras sigan teniendo vigencia.
Debería indignar y escandalizar.
Pero
Pizán va más allá de una simple defensa o alegato. Propone una alternativa
utópica, un espacio ideal: una ciudad habitada solo por mujeres. Así, el libro
se incardina en otra tradición, la de las utopías. Porque, aunque lo distópico,
en cine y literatura, venda y atraiga más, sin embargo a los seres humanos nos
ha sido inevitable y necesario soñar un mundo mejor. Utopía, antes de que Tomás
Moro diera nombre al género con su obra de 1516, pero que ya planteaban los
pensadores griegos clásicos. La de Pizán es, además, una de las primeras
utopías feministas. Y así se incluye en otra tradición, la específica creada
por autoras imaginando una sociedad no patriarcal, libre para nosotras. No
obstante, tanto a principios del siglo XV como a comienzos del XX, cuando Charlotte
Perkins Gilman publicó Herland (1915),
la única alternativa posible a la
sociedad patriarcal parece ser un espacio exclusivo de mujeres: es decir, el
separatismo (hay más ejemplos de ello). Tal vez si las utopías “generales” no
se hubiesen olvidado, casi siempre, de los problemas específicos de las mujeres,
ese separatismo no se hubiera reiterado.
Cierto
que la ciudad que fabula Pizán no es precisamente una comuna libertaria, sino
que, en su deseo, será ocupada solo por mujeres «ilustres», una clara meritocracia.
Pero la obra se lee con interés, es entretenida y curiosa. Me parece una
lectura recomendable, para conocer nuestra historia y los antecedentes de
utopías feministas posteriores.
Recomiendo
la edición de Siruela, con un buen prólogo de Marie-José Lemarchand.