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14 de julio de 2019

"LA CIUDAD DE LAS DAMAS", DE CHRISTINE DE PIZÁN


Nació en la Serenísima República de Venecia, en 1364. Cuando era muy niña, su familia se trasladó de Italia a Francia, porque su padre, Tomasso de Pizzano, fue llamado para ser físico (médico), astrólogo y asesor del rey Carlos V de Francia. Christine de Pizán (o Pisan, Pisán o Pizzano, porque su apellido puede encontrarse escrito de diversas formas) vivió entre el final de la Edad Media y un Renacimiento temprano. Se casó muy joven, tuvo tres hijos, enviudó y tuvo que dedicarse a la literatura para ganarse la vida. Está considerada como la primera escritora profesional de Occidente.

En 1405 publicó La ciudad de las damas (Le livre de la cité des dammes), su obra más conocida. Estamos ante  un vehemente alegato en defensa de las mujeres, contra la feroz misoginia imperante entonces (y antes y después). La misoginia es odio, menosprecio, prejuicio, mentiras y ridiculización hacia, sobre y de las mujeres, y se encarnó en diatribas literarias que a muchos les debían parecer muy jocosas. Al defenderse de estas, La ciudad de las damas se inscribe en la tradición literaria de las querelles des femmes, donde se trataba precisamente de refutar esos ataques. Desde ese punto de vista, la obra puede considerarse como precursora del feminismo, aunque, por otra parte, defienda a la vez los valores “femeninos” más tradicionales. Claro que, por supuesto, hay que situar a la autora en su época. Lo que hizo, en su libro, es desarrollar una serie de pequeños textos contando “vidas ejemplares” de mujeres ilustres: guerreras, sabias, reinas, santas.

Claro que también dice, por ejemplo: «Por esto me da pena, me causa indignación, oír a los hombres decir que a muchas mujeres les gusta ser violadas, que no les molesta que un hombre las viole, aunque protesten, que sus protestas solo son palabras. No puedo admitir que les cause placer esa vejación». Debería sorprender que, seis siglos después, estas palabras sigan teniendo vigencia. Debería indignar y escandalizar.

Pero Pizán va más allá de una simple defensa o alegato. Propone una alternativa utópica, un espacio ideal: una ciudad habitada solo por mujeres. Así, el libro se incardina en otra tradición, la de las utopías. Porque, aunque lo distópico, en cine y literatura, venda y atraiga más, sin embargo a los seres humanos nos ha sido inevitable y necesario soñar un mundo mejor. Utopía, antes de que Tomás Moro diera nombre al género con su obra de 1516, pero que ya planteaban los pensadores griegos clásicos. La de Pizán es, además, una de las primeras utopías feministas. Y así se incluye en otra tradición, la específica creada por autoras imaginando una sociedad no patriarcal, libre para nosotras. No obstante, tanto a principios del siglo XV como a comienzos del XX, cuando Charlotte Perkins Gilman publicó Herland (1915),  la única alternativa posible a la sociedad patriarcal parece ser un espacio exclusivo de mujeres: es decir, el separatismo (hay más ejemplos de ello). Tal vez si las utopías “generales” no se hubiesen olvidado, casi siempre, de los problemas específicos de las mujeres, ese separatismo no se hubiera reiterado.

Cierto que la ciudad que fabula Pizán no es precisamente una comuna libertaria, sino que, en su deseo, será ocupada solo por mujeres «ilustres», una clara meritocracia. Pero la obra se lee con interés, es entretenida y curiosa. Me parece una lectura recomendable, para conocer nuestra historia y los antecedentes de utopías feministas posteriores.

Recomiendo la edición de Siruela, con un buen prólogo de Marie-José Lemarchand.