¿Saben ustedes qué es el neomachismo? ¿Acaso se trata de un neologismo de esos raros que
inventamos las feministas radicales forzando el pobre lenguaje? (Sí, las
feministas radicales como yo, que lo soy también aunque vaya de simpa).
Pues bien, el artículo «Trabajo equitativo, talentoazaroso», publicado en El País el domingo 20 de noviembre de 2016, escrito por Javier
Marías, ilustre prócer de nuestras letras, es un ejemplo impecable.
Ahora ya no son tiempos de ir por ahí diciendo que te
consideras machista y a dios gracias, y menos si eres un académico de renombre
y reconocido escritor. Ahora, la nueva estrategia consiste en declararte feminista, para después poner a parir a
las feministas acusándolas de radicales, ultras, carcas, etc. Luego, añades
alguna de tus convicciones sobre lo que debe ser o no ser el feminismo, y a qué
deben dedicarse sus activistas, cuáles tendrían que ser sus prioridades, y con qué
estupideces no han de perder el tiempo. La objeción de que eso es precisamente
lo que hemos pretendido evitar a toda costa las mujeres, que los varones nos
digan lo que tenemos que hacer o no hacer (como en los mejores tiempos del
patriarcado, ese al parecer inexistente sistema de opresión), no parece
hacerles mella. Me refiero justo a los neomachistas. Así funcionan y se
manifiestan.
(Otro día hablo de cómo es utilizada esa misma
estrategia consistente en declararse feminista, por parte de algunos varones que
en realidad pretenden defender sus privilegios, antiguos o actuales o futuros, como
en el caso del tema de la gestación subrogada por pago, donde abundan este tipo
de señores pseudofeministas, a los que
se conoce rápido por los insultos de nos dirigen, o incluso por lo pelotas que son
con ciertos sectores de algunos partidos políticos y sus baronesas. Ejem ejem)
Pero vuelvo ahora al señor Javier Marías, nunca
suficientemente ponderado. Tras denunciar como gran injusticia que mujeres y
varones cobren diferentes sueldos por el mismo trabajo, algo en lo que, vaya,
parece que nosotras las ultrafeministas no
habíamos caído, pasa el susodicho caballero a decir que no tiene sentido sin
embargo que nos quejemos de que no se nos valoran por igual en arte, música o literatura.
Porque eso es cuestión de talento, de las musas, del
azar.
O sea, que no hay ninguna explicación al hecho de
que en el Siglo de Oro español coincidieran grandes escritores como Cervantes,
Lope de Vega, Calderón de la Barca, Quevedo, o Góngora (nada que ver con el
Imperio Español, nada), y en el siglo XIX de la literatura anglosajona
estuvieran Mary Shelley, Jane Austen, George Eliot, Emily y Charlotte Brontë,
Elizabeth Gaskell, Elizabeth Barrett Browning y Christina Rossetti (nada que ver
con el Imperio Británico, nada). Dicho esto, resulta evidente que si no ha
habido más mujeres renombradas en literatura, o más escritores africanos
conocidos internacionalmente, pongamos dos casos, solo se debe a la falta de talento,
no a las condiciones sociales, económicas, políticas, culturales, geográficas, históricas,
humanas, como hemos señalado tantas veces las feministas. Qué va. El hecho de
que Javier Marías sea hijo de un reputado intelectual no influyó nada en su
formación. De acuerdo, hubiese podido ser solo un estúpido completo en vez de a
la vez un buen escritor. Todo es azar y talento, nada tiene que ver con las
circunstancias. Quien quiere, puede, ya se sabe. Lo explican bien los libros de
autoayuda.
Esto…. Eso sí, parece que no ha leído Una habitación propia, de Virginia
Woolf. Ni siquiera se ha acordado de nuestra comúnmente admirada Karen Blixen, que
tuvo el capricho de usar un seudónimo masculino, Isak Dinesen, vete a saber por
qué. Pero quién soy yo, pobre mortal, para enmendarle la plana al académico, y
recordarle algunas lecturas que le faltan.
¿Puede un hombre ser feminista? Claro. Pero no basta
con una simple declaración. Obras son amores, ya se ha dicho, no buenas
razones. Sí, en ocasiones no queda más remedio que callarse, no opinar,
escuchar y aprender. Y a veces se nos ve el plumero rápido, la estrategia o la
ignorancia. O ambas cosas. O la prepotencia. Ay, ese ego del que las mujeres (en
general por supuesto) hemos carecido tanto. Cómo se percibe su ausencia y cómo se
nota su presencia.
Lola
Robles, 21 de noviembre de 2016