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10 de octubre de 2008

DE LOS NOMBRES DE LOS LIBROS



¿Es el título de un libro un elemento secundario de éste, de la creación?.Me atrevo a asegurar que ningún escritor que haya vivido en libro propio la experiencia de terminarlo después de meses o años de trabajo sin haber encontrado un título a su entera satisfacción podría responder que no a esta pregunta.

La imaginación literaria es caprichosa. A veces la idea de una obra surge con el nombre adecuado. En otras ocasiones, no: por mucho que lo intentas, no aparece; por más que hagas innumerables listas mentales o escritas, por más que revuelvas palabras y posibilidades, no sirve de nada, ninguna propuesta te convence, hasta que al fin rompes el papel o dejas el asunto para otro día. Quizás -al fin- el nombre del libro se revelará cuando estés a punto de dormirte, o mientras te duchas o paseas, o gracias a un amigo con mejor suerte y clarividencia: se revelará, porque es el único posible, al verdadero. Es una especie de iluminación, de éxtasis, y desde luego un descanso. Claro que no siempre se tiene la fortuna de inventar el título perfecto: los hay vulgares, simples rótulos de compromiso que sólo se recordarán si acompañan a una buena obra. Hay otros casos en que un libro de contenido mediocre lleva un título envidiable, o en que una obra ha cambiado de nombre a lo largo del proceso idea-escritura-publicación; y no es tan extraño imaginar títulos sin una historia para llenarlos.

Quizás para muchos -salvo para la mayoría de escritores- detalle periférico, marginal, lo cierto es que incluso como lectora el título de un libro puede seducirme tanto que he llegado a comprar algunos sólo por aquel, aunque luego la obra me defraudara. Me considero incluso una coleccionista de títulos, pues a través de los años he ido recopilando los que en mi opinión son mejores.

A lo largo de la historia de la literatura -y aun sin haber hecho desde luego un estudio a fondo de la cuestión- diría que el tipo de título más frecuente es el denotativo: el que indica el contenido de la obra de forma descriptiva (Veinte mil leguas de viaje submarino, Los últimos días de Pompeya, En busca del tiempo perdido), o de forma nominativa, refiriéndose al o los protagonistas, personajes o lugares. Los ejemplos de este último modo de titular son numerosísimos:

-desde un simple nombre propio (Rebeca, Romeo y Julieta, Orlando) o un apellido (Macbeth, Ivanhoe)

-nombre y apellido (Jane Eyre, Miguel Strogoff, Pedro Páramo)

-con mención de relaciones familiares (Los hermanos Karamazov, Mi prima Rachel)

-título nobiliario, cargo, oficio (El conde de Montecristo, El corsario negro, La Regenta, El Señor Presidente)

-lugares protagonistas de la acción (La isla del tesoro, Las minas del rey Salomón, El pabellón de oro, La plaza del Diamante)

-las menciones pueden ser metafóricas (La dama del alba, La joya de la corona, donde la dama del alba = la muerte; la joya de la corona = la India).

-Se puede especificar el género: (Cuentos de soldados y civiles, Memorias de Adriano, Crónicas marcianas)

Otra posible forma de abordar los títulos sería analizarlos desde el punto de visto morfológico-sintáctico. Desde esa perspectiva, el nombre de un libro puede consistir:

1) en una sola palabra: Ella, Hielo, Antígona, Neuromante. O una cifra: 1984, o incluso abreviatura: QB VII.

2) un determinante más un sustantivo: Los adioses, Las olas, Tres guineas.

3) Determinante + sustantivo + adjetivo, o Det. + adjetivo + sustantivo : Los pasos perdidos, La región más transparente, La educación sentimental, Los ríos profundos, El honorable colegial, El último mohicano. O sin determinante: Cumbres borrascosas, Cosecha roja.

4) Det. + sustantivo + sintagma preposicional: El Señor de los Anillos, La noche de la iguana, Cien años de soledad, Extraños en un tren, Una rosa para el Eclesiastés, El guardián entre el centeno. O sin el determinante: como ejemplo, un título para mí hermosísimo: Tiempo de cerezas, de Montserrat Roig.

5) (Det.) + Adjetivo + Sustantivo + Sintagma preposicional (donde el determinante puede aparecer o no, el adjetivo ir antepuesto o pospuesto al primer sustantivo, o en algunos casos complementar al núcleo del sintagma preposicional): El obsceno pájaro de la noche, El cuarzo rojo de Salamanca, Ancho mar de los Sargazos, Onomatopeya del ojo silencioso, La balada del café triste.

Creo que el esquema 3) puede lograr títulos muy atractivos si los términos usados agradan por su belleza o sus connotaciones: La nieve del Almirante, El desierto de los tártaros; o por su valor semántico (La soledad de las parejas, libro de relatos de Dorothy Parker, me parece un título envidiable) y que el esquema Adj. + Sust. + Sint. Preposicional (Ancho mar de los Sargazos, Dulce pájaro de juventud) proporciona un ritmo más potente que si se le antepone un determinante.

Y por supuesto, el esquema más simple, det. + sust. + complementos (adjetivos, sintagmas preposicionales o adverbiales, oraciones de relativo) puede alargarse o implementarse cuanto se desee: El tesoro del lago de la Plata, El inconfundible aroma de las violetas silvestres, El espía que surgió del frío, hasta llegar a La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y su abuela desalmada.

6) un esquema no demasiado frecuente es el sustantivo o pronombre más aposición: Yo, el Supremo; Sinuhé el egipcio; Abdul Bashur, soñador de navíos.

7) Y en mi opinión los títulos que se basan en un sintagma preposicional o comienzan con un adverbio, asimismo no tan comunes como los que he enumerado del 1 al 5, dan muy buenos resultados: Con el viento solano; En los días del cometa; De repente, el último verano; No apto para mujeres; Como un torrente.

8) Sin olvidar las fórmulas que utilizan sintagmas coordinados: El fulgor y la sangre, Rojo y negro, Murciélagos dorados y palomas rosas (un título de Gerald Durrell que no he leído pero por su singularidad fue el que me inició, al conocerlo, en esta afición mía de coleccionar títulos que me gustan), o La señorita Smila y su especial percepción de la nieve, (del novelista danés Peter Høeg, que sí he leído y cuya lectura recomiendo).

9) Los nombres de libros también pueden construirse bajo el esquema Verbo + complementos: Confieso que he vivido, Dejemos hablar al viento, Duermen bajo las aguas; y en este caso una de las construcciones más rítmicas es el uso de una forma verbal en futuro: Volverás a Región, Pagarás con maldad (nótese en que en estos dos casos el esquema acentual se repite: _ _ _ ´_ _ _´), Escupiré sobre vuestras tumbas.

10) Y ahora ha llegado el momento de confesar mi predilección por los títulos que utilizan oraciones completas: Ilona llega con la lluvia (hay una película también, como en muchos otros casos, por cierto con una excelente banda sonora), El inspector Ghote sigue los dictados del corazón (una novela policíaca que compré por su nombre y realmente me defraudó), El corazón es un cazador solitario, El dios de la lluvia llora sobre Méjico, El mundo es ancho y ajeno; y por apuestas más atrevidas incluso: como las oraciones con vocativo: Madre, no entiendo a los salmones, o Espera a la primavera, Bandini; los títulos en forma interrogativa: ¿Quién teme a Virginia Wolf?, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, o que en sí mismos son una cita literaria o cinematográfica (que llamo metaliterarios): Nunca le des la mano a un pistolero zurdo, de Benjamín Prado, utiliza una frase de la película Johnny Guitar; Más vasto que los imperios y más lento, un magnífico relato de la autora de ciencia ficción Ursula K. Le Guin, en unos versos de Andrew Marvell, poeta inglés: “My vegetable love should grow/ vaster than empires and more slow = mi amor vegetal debería crecer más vasto que los imperios y más lento”; En Grand Central Station me senté y lloré, auténtica joya y obra de culto escrita por la canadiense Elizabeth Smart, en el salmo 137 de la Biblia, la Balada del desterrado: “A orillas de los ríos de Babilonia / nos sentamos y lloramos / acordándonos de Sión; / en los álamos de la orilla / teníamos colgadas nuestras cítaras”; al igual que en el Génesis se inspira John Steinbeck para Al este del Edén: “Caín salió de la presencia de Yahveh, y se estableció en el país de Nod, al este del Edén”. Forastero en tierra extraña, novela del autor estadounidense de ciencia ficción Robert Heinlein (que escribió asimismo La Luna es una cruel amante), repite en ese título la frase que Moisés pronunció (Éxodo, 2, 22). La Biblia ha sido siempre, indudablemente, una inagotable fuente literaria.

Es posible, sin duda también, que algún otro de los títulos que yo he citado se basen en una cita qué yo conozco.

La seriedad parece una característica común a la mayoría de títulos, pero por qué no emplear el humor para llamar la atención: tengo recopilados dos títulos muy curiosos, de autoras que, la verdad, no he leído: Ven a África y salva tu matrimonio, de Maria Thomas, y Viviendo así, es lógico que no recibieras mi telegrama, de Rosa Pérez.


He utilizado bastantes títulos de ciencia ficción, género en el que siempre he encontrado ejemplos sobresalientes para mi colección, ya que los escritores de este tipo de literatura (con frecuencia, por qué no reconocerlo, de calidad literaria inferior a la literatura general) suelen por contrapartida ser tituladores muy inspirados; no me resisto a la tentación de mencionar algunos más, por curiosos, sorprendentes, extravagantes, originales: Cómo Dorothy mantuvo alejada la primavera, de Joanna Russ; Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, de Philip K. Dick; Mona Lisa acelerada y Quemando Cromo, de William Gibson; No vengas a mí en el blanco invierno, de Harlan Ellison y Roger Zelazny; Las mujeres que los hombres no ven, de James Tiptree Jr., (autora estadounidense que utilizó casi siempre ese seudónimo masculino y llegó a convencer a críticos del género que no podía ser sino un varón), El tiempo considerado como una hélice de piedras semipreciosas, de Samuel R. Delany, y también Si podéis penetrar en los gérmenes del tiempo, uno de los relatos escritos por los españoles María Guera y Arturo Mengotti, madre e hijo, que escribieron y publicaron a principios de los años 70 y merecerían ser reeditados.

Y por destacar a alguien, destaco a la argentina Angélica Gorodischer, a quien admiro tanto por sus relatos de ciencia ficción y fantásticos, muy imaginativos y llenos de humor, como por su ingenio a la hora de titular: he ahí Bajo las jubeas en flor; A la luz de la casta luna electrónica; Acerca de ciudades que crecen descontroladamente; El inconfundible aroma de las violetas silvestres; Mala noche y parir hembra; Un cuento de amor, por fin; Casos en los cuales puede una dama ceder su asiento a un caballero.

No he pretendido hacer un Manual de instrucciones para inventar un título. Como dije al principio, creo que el nombre de un libro se revela en la imaginación como el necesario para la obra; de no ser así, se puede tratar de buscarlo, con mayor o menor fortuna, incluso conseguir uno que nos guste; o con el que nos conformaremos, pero quizás y para siempre con cierta insatisfacción. En mi experiencia al escribir, ha habido casos, los mejores, en que he tenido claro un título desde el comienzo de la escritura: La señorita Amargarita Páez y la sintaxis, por ejemplo, el relato con el que inauguré las historias de este personaje, surgió de inmediato: a partir de él fue más fácil nombrar los restantes. Otro grupo de relatos, inéditos hasta este momento en el que escribo, lo uní bajo el título El orden de la urdimbre, pero antes llevaba Historias de vampiros locos y de adioses fríos, que me parecía muy ingenioso pero deseché con el tiempo por resultarme poco, digamos, serio. La rosa de las nieblas, la primera novela que publiqué, de ciencia ficción, se quedó con ese nombre porque era eufónico y no encontraba otro mejor; lo acepté por su valor simbólico, pero nunca ha acabado de convencerme; es posible que hubiera debido titular la novela Niflheim, nombre más adecuado al contenido, pero hay consejos literarios que sí tengo en cuenta: por ejemplo no poner títulos difíciles de pronunciar para los posibles lectores, compradores del libro y hasta para la autora.

Pese a todo creo que conocer los distintos tipos de títulos, y algunos recursos rítmicos, eufónicos o sintácticos (o fonéticos, como la aliteración: Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante; The word for world is forest (El nombre del mundo es bosque) de Ursula K. Le Guin) puede ser una ayuda para titular mejor. Luego ya está el gusto personal: el campo es libre, y va desde la simplicidad más absoluta (la cual, aunque se pueda creer lo contrario por la abundancia de títulos muy extensos en mi colección, también me gusta: ahora mismo recuerdo El sur, de Adelaida García Morales, como un ejemplo admirable de sencillez y condensación de toda la obra en dos palabras breves), hasta lo más complicado, atrevido, absurdo, extraño o misterioso (aquí están por ejemplo Reflejos en un ojo dorado, de Carson Mccullers, El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas, de Paul Zinder, y Otra vuelta de tuerca, de Henry James, algunos de los cuales han hecho correr tantos ríos de tinta, a la hora de interpretarlos, como sus respectivas novelas).

Y para quien posea tanta imaginación que es capaz de titular pródigamente, siempre queda el recurso de los títulos dobles, esos que se unen por la conjunción o: Bearn o la sala de las muñecas; Angelina o el honor de un brigadier.

Lola Robles, 2004.
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(CONTINÚA EN LA SIGUIENTE ENTRADA, EN EL TEXTO: SEIS TÍTULOS EN BUSCA DE UN AUTOR)