(Este artículo fue una comunicación presentada en el I Congreso Internacional de Literatura Fantástica y de Ciencia Ficción, celebrado del 6 al 9 de mayo de 2008 por la Universidad Carlos III de Madrid.
Podéis ver el video con mi conferencia en el vínculo que pongo a continuación, lo único que tengáis en cuenta de que somos tres conferenciantes y yo hablo la segunda, tras la investigadora griega que da su charla en inglés. El vínculo es: I Congreso Internacional de Literatura Fantástica y Ciencia Ficción: Mesa de comunicaciones “Literatura fantástica, de ciencia ficción y feminismos”: Agape Virginia Spyratou, Lola Robles Moreno, Elisa García McCausland.)
Hace unos meses cayó en mis manos la antología Obras maestras: la mejor ciencia ficción del siglo XX, seleccionada por Orson Scott Card (2007). Partiendo de la evidencia de que es imposible recoger en un solo volumen “la mejor ciencia ficción del siglo XX”, tuve la curiosidad de comprobar a qué autores había elegido Card, y cómo no, ya que llevo años tratando de estudiar la presencia de mujeres en la literatura fantástica, cuántas escritoras aparecían entre los seleccionados. No me sorprendí al comprobar que eran 4 frente a 24 autores varones: Ursula K. Le Guin, C.J. Cherryh, Karen Joy Fowler y Lisa Goldstein. Menos de un 15%. Sin poder creer que ese porcentaje correspondiera a la realidad, consulté la obra de Miquel Barceló (1990) Ciencia ficción: guía de lectura, una referencia para mí imprescindible. Allí constaté de nuevo que entre los 98 autores mencionados únicamente había 14 mujeres: ni un 15% tampoco. Repasé las autoras citadas por Barceló, todas pesos pesados: Marion Zimmer Bradley, Lois Mcmaster Bujold, Octavia Butler, C. J. Cherryh, Ursula K. Le Guin, Anne McCaffrey, Vonda McIntyre, Andre Norton, Joanna Russ, James Tiptree, Jr., Pamela Sargent, Joan D. Vinge, Kate Wilhem y Connie Willis.

Faltaban desde luego otras como Leigh Brackett, Suzy Mckee Charnas, Catherine L. Moore, Zenna Henderson, Judith Merrill, Sheri S. Tepper, Julian May, Suzette Haden Elgin, Chelsea Quinn Yarbro, Eleanor Arnason, Elizabeth Moon, Nancy Kress, Lisa Tuttle, Nicola Griffith, Angela Carter o Tanith Lee. Tampoco nombra Barceló (creo que con buen criterio, pues de hacerlo su labor hubiese sido mucho más ardua aún) a escritoras turistas en la ciencia ficción (en adelante CF), como Doris Lessing o P. D. James, o claramente dentro de la fantasía (tipo Margaret Weis, sus dragones y el largo etcétera de autoras similares que la siguió).
Curiosamente, y volviendo a la antología seleccionada por Scott Card, éste, pese a sólo recoger cuatro autoras, dice en el prólogo: “Me desconsuela la lista de escritores que no están representados: Bruce Sterling, Connie Willis, Lucius Shepherd, Lois McMaster Bujold, Norman Spinrad, Clifford Simak, Vonda McIntyre, Octavia Butler, David Wolverton…”. Curiosamente, digo, porque aquí menciona a 4 autoras frente a 5 escritores varones, prácticamente mitad y mitad.
Pero, aunque a quienes queremos recuperar a cuantas autoras han podido y puedan existir nos duela reconocerlo, hay una realidad empírica: las mujeres hemos sido una minoría, tanto escritoras como lectoras, en el género de CF. ¿Ocurre lo mismo con el resto de géneros fantásticos? Creo que no, que en la literatura de fantasía, fantástica clásica, gótica o de terror, ha habido más mujeres que la leen y escriben.
¿Por qué? Hay que repetir que la CF suele asociarse a obras sobre ciencia y tecnología, dominios hasta no hace tanto tradicionalmente masculinos. Sin embargo siempre ha habido una CF interesada por los temas sociales, políticos, humanos, lingüísticos, muy crítica con la realidad en la que vive, y que presenta alternativas a esa realidad. ¿Por qué tan pocas escritoras han aprovechado esas posibilidades?
Otra causa puede estar en que, desde fuera del género y por desconocimiento, se lo asocia a un cine en que predomina la acción y la violencia, y se entiende que más bien es literatura para jóvenes. Voy a añadir una hipótesis más, sabiendo que ninguna explica todos los motivos: la CF se vincula asimismo con la aventura, el viaje, la exploración espacial, la colonización de otros mundos, o incluso la guerra con otras especies. Son éstos terrenos que las mujeres, durante muchos siglos, apenas hemos podido ocupar, de igual modo que los libros de aventuras fueron escritos en su gran mayoría por varones. Sin embargo la literatura fantástica (clásico, terror, gótico), puede desarrollar sus acciones en espacios mucho más limitados que los de la aventura: edificios (castillos, sí, pero éstos tienen paredes), y ámbitos domésticos, límites a los que las mujeres hemos sido acostumbradas. En cualquier caso, hemos tenido más hábito de visitar los cementerios que de escalar el Everest.

«¿Hacia dónde se dirige un género que retrata con mayor verosimilitud a los extraterrestres que a las mujeres?», pregunta Nicola Griffith al comienzo de su artículo (2006) “Los nuevos alienígenas de la ciencia ficción”, publicado en la revista española Gigamesh. Luego de un repaso muy interesante sobre el tratamiento que la CF ha dado a los monstruos, Griffith recuerda también la visión acerca de las mujeres, incluidas las lesbianas, y de los homosexuales.
Realmente es curioso que la CF, que tanto interés ha mostrado en explorar las relaciones con el otro alienígena, extraño por fuerza, y ha usado esas historias como espejo de nuestro propio mundo, no haya sabido qué hacer, a lo largo de demasiados años, con las mujeres, y con las personas de sexualidad e identidad de género distinta a la normalizada. El resultado es desconocimiento = estereotipos = pobreza literaria.

La literatura fantástica tampoco escapa a la marginación, silenciamiento y olvido de muchas escritoras, pero por diversas razones parece haber tenido más éxito que la CF entre las lectoras; según José Antonio Navarro seleccionador de la antología (2007) Venus en las tinieblas: relatos de horror escritos por mujeres:
“La literatura fantástica y de terror consiguió rápidamente un puesto destacado entre los gustos literarios de las mujeres –junto a los melodramas románticos y las novelas históricas–, porque las trasladaba a lugares exóticos y misteriosos, les hacía vivir aventuras increíbles sin correr riesgo y, además, alimentaba su fascinación por lo sobrenatural y lo macabro, oponiendo lo imposible a la razón. O, como señala Julia Kristeva, las enfrentaba con aquellos elementos que se encuentran en el límite de los inconscientes, nuestro lado tenebroso y primigenio no del todo reprimido u oculto. Era una forma de vulnerar las rígidas estructuras patriarcales que han delimitado sus funciones como esposas y madres.”
Desde esa otredad que nos ha definido mucho tiempo a las mujeres, ha habido que esperar a que nosotras mismas, y sin duda algunos varones con más apertura mental, escribiéramos todo tipo de literatura fantástica.

Lo que me sorprende es que no haya habido una antología de creadoras fantásticas que escriban en castellano, pues, aunque en España no sería fácil encontrar suficientes autoras para ella, sí las habría incluyendo a las latinoamericanas. Pero tal vez habrá que esperar. Después de tres años impartiendo un taller sobre literatura fantástica en el que he tratado de incluir autoras de diversas nacionalidades y estilos, especialmente en español, todavía no me he acostumbrado a que me pregunten: ¿pero vas a continuar con ese tipo de literatura?, como si fuera una excentricidad que algún día, tras recapacitar debidamente, abandonaré para volver a la literatura seria.
El problema no está ni mucho menos en que las autoras no gusten, sino en una especie de prejuicio anti-fantástico del que es difícil liberarse. El trabajo de difusión de estas escritoras debe hacerse pues no sólo para dar a conocerlas, sino para reivindicar el género en sí mismo.
¿Feminismo = subversión en la narrativa fantástica escrita por mujeres?
Hay muchos otros ejemplos: obras que son revisiones de un pasado más o menos histórico: Marion Zimmer Bradley en Las nieblas de Avalon, o Jean M. Auel en la larga serie iniciada con El clan del oso cavernario, antiutopías como El cuento de la criada, de Margaret Atwood, o Lengua materna, de Suzette Haden Elgin, o parodias como Consecuencias naturales, de Elia Barceló. Asimismo, la española residente en México Blanca Martínez, o la cubana residente en USA Daína Chaviano, han creado universos ficcionales en los que el protagonismo femenino es fundamental, donde recuperan y rehabilitan a las brujas en su antiguo papel de sanadoras, o donde lo mágico y las fuerzas sobrenaturales son un elemento más de la realidad.
Dentro de este amplio espectro, incluyo también a una autora como Joanna Russ, y su ya clásica obra feminista de CF El hombre hembra, de 1975, muy cercana al ensayo, que trata sobre el conflicto entre géneros en varias sociedades patriarcales, incluyendo un mundo alternativo en el que sólo viven mujeres, topos de la CF que merecería una exploración más detallada y aparece también en “Houston, Houston, ¿me recibe?”, de 1976, d

Todas estas autoras han escrito con visiones feministas críticas y subversivas del orden patriarcal, pero vuelvo a hacer incidencia en su falta de auténtica mala leche; no hay para nada el vitriolo de las visiones misóginas.
Si he hablado de unas autoras fantásticas luminosas, ello conlleva el polo opuesto, lo oscuro, ya que la luz es la mano izquierda de la oscuridad. Pienso que la CF suele tender siempre hacia la claridad, lo racional (con excepciones como el ciberpunk), pues es una literatura de ideas, de especulación imaginativa. Dentro de lo fantástico clásico, lo gótico y el terror, es más fácil desde luego encontrar afición hacia lo oscuro, y hasta fascinación por lo perverso, lo que supone muchas veces trasgresión al ser un desorden, una ruptura con lo debido. Por ejemplo en damas refinadas, cultas y ricas como Daphne Du Maurier, quien, más allá de sus famosas novelas, escribió unos relatos que dejan un poso de inquietud, desasosiego, que es el mejor regusto de lo gótico y lo fantástico.

Y Tanith Lee, de la cual recomiendo la lectura de El Señor de la Noche, de 1978, e Hijos de lobos, de 1981, magnífico relato sobre la marginación social, en el que se demuestra que los licántropos no son ni mucho menos las criaturas más peligrosas dentro de una


Híbridos, ciborgs, hermafroditas, trans, monstruos, menstruos: escritoras fantásticas y teoría queer
Aquí he de repetir que me sigue sorprendiendo que géneros como los fantásticos, que desafían la concepción normal, racional y natural de la realidad, hayan obviado tan sistemáticamente el tema de la identidad sexual humana. En general, la sexualidad no ha tenido nunca un papel destacable en la CF, no sé si debido a que mucho de su público lector ha sido juvenil, aunque siempre ha existido una CF para adultos. Con el resto de géneros fantásticos hay que hacer un planteamiento diferente, ya que muchas obras de terror y góticas (desde relatos de vampiros a un clásico como Otra vuelta de tuerca, de Henry James), presentan y juegan con oscuras pulsiones sexuales. Eros y Thanatos, por supuesto. Lo que se echa de menos es un cuestionamiento de las identidades establecidas y normativas de género y sexo. La aparición de personajes transexuales, transgéneros, andróginos, intersexuales, hermafroditas, es casi una anécdota. ¿Por qué ocurre esto? La androginia, el hermafroditismo y la sexualidad han inspirado a la mitología desde el principio de la historia humana. Oscuro, profundo deseo humano también, el romper los esquemas binarios impuestos no por la naturaleza sino por el propio hombre.

Los ciborgs, híbridos humano-máquina, son en la CF el equivalente al monstruo de lo fantástico: seres más allá de lo que somos nosotros los de carne y hueso, su transgresión puede ser penada o, por el contrario, devenir en otro tipo de existencia, tan válida como la nuestra. Hay dos magníficos relatos sobre ciborgs escritos por mujeres: “La nave que cantaba”, de Anne McCaffrey, y “Ninguna mujer nacida”, de C. L. Moore.
¿Pero dónde están los híbridos de sexo y género? Antes de continuar, voy a tratar de hacer una breve introducción a la teoría queer.

El activismo queer nace en Estados Unidos a finales de los años ochenta, y «supone una ruptura (auto)crítica, desde dentro pero desde los márgenes, del movimiento de gays y lesbianas y su defensa de la normalización e integración de las minorías sexuales» (Trujillo Barbadillo)
Integrando el anarquismo, el anticapitalismo, antimilitarismo y antirracismo, el movimiento queer cuestiona la idea de una identidad de género y sexo estables y naturales, y niega las categorías dicotómicas, los dualismos: mujer/varón, femenino/masculino, heterosexualidad/ homosexualidad, por considerarlas construcciones culturales e ideológicas. Frente a esos binarismos, lo queer reivindica la multiplicidad, la flexibilidad, y a la vez lo raro, lo inapropiado, la parodia para hacer visible que el género es una perfomance, la marginalidad, la incorrección política y la malsonancia (la reapropiación con orgullo de los insultos hacia los diferentes, por ejemplo), la provocación, y asimismo la producción de un saber propio que nos haga sujetos del conocimiento.
«Lo hacen sin tabúes, de manera irrespetuosa, sin necesidad de vistos buenos […]; sin perseguir que se les entienda, ni que se les acepte. Lo que quieren es contarse a sí mismos y […] denunciar la normalidad que les rodea y que les construye como pecadores, perversos, peligrosos.» (Trujillo Barbadillo). Monstruos, pues, que quieren serlo.
La teoría queer tiene como referencia el pensamiento y la obra de autoras como Teresa de Lauretis, Monique Wittig, Judith Butler, Michel Foucault, Donna Haraway, y en España Beatriz Preciado.

Tras definir el ciborg como “un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción.”, o “una criatura en un mundo postgenérico”, explica asimismo que “la ciencia ficción contemporánea está llena de cyborgs -criaturas que son simultáneamente animal y máquina, que viven en mundos ambiguamente naturales y artificiales.”. Y añade:
“Ciertos dualismos han persistido en las tradiciones occidentales; han sido todas sistémicas para las lógicas y las prácticas de dominación de las mujeres, de las gentes de color, de la naturaleza, de los trabajadores, de los animales, en unas palabras, la dominación de todos los que fueron constituidos como otros, cuya tarea es hacer de espejo del yo. Los más importantes de estos turbadores dualismos son: yo/otro, mente/cuerpo, cultura/naturaleza, hombre/mujer, civilizado/primitivo, realidad/apariencia…”
“Prefiero ser un cyborg que una diosa”, es la frase con la que termina Haraway su Manifiesto, en el que cita como autores de ciencia ficción «técnicos del cyborg» a Joanna Russ, Samuel R. Delany, John Varley, James Tiptree, Jr., Octavia Butler, Monique Wittig y Vonda McIntyre.
Teniendo en cuenta que lo queer no sólo se refiere a un contenido sino a un enfoque lector, yo pondría de ejemplos desde autoras como la estadounidense Nicola Griffith o la española Conchi Regueiro Digón, en cuyas obras aparecen con normalidad lesbianas y homosexuales, a feministas como Angela Carter y su La pasión de la nueva Eva, queer avant la lettre, pero hay que entender que la teoría queer también parte del feminismo y es, en mi opinión, un camino de avance para éste.



Y también, para quien quiera indagar más en este tema, hay dos artículos muy interesantes a consultar: “Ciencia ficción y teoría queer”, de Wendy Pearson, donde nombra a autores que pueden ser leídos desde la perspectiva queer, por ejemplo Eleanor Arnason, Marge Piercy, Melissa Scott, Samuel Delany, Theodore Sturgeon o John Varley. Y “Cyborgqueers, o de cómo deshacer al homo sapiens”, del libro Teoría queer: políticas bolleras, maricas, trans, mestizas; en él, Desiré Rodrigo y Helena Torres, además de explicar la relación entre CF y teoría queer, señalan como autoras muy a tener en cuenta, además de Joanna Russ, Le Guin o C. L. Moore, a la afroamericana Octavia Butler y a la chicana Gloria Anzaldúa.
Pero del mismo modo que la realidad, frente al deseo, muestra que las mujeres escritoras de ciencia ficción han sido y son todavía minoritarias, igualmente, por mucho que tratemos de forzar las cosas, lo cierto es que la ciencia ficción, pese a sus ciborgs, sus mutantes, monstruos y aliens, es, ante tantas posibilidades de contacto entre especies, de identidades nuevas, plásticas por cambiantes, de géneros libremente elegidos, conformados, deseados, es y ha sido un espacio tan poco explorado como lo son aún en la realidad las galaxias lejanas.

Criticar el “dualismo que domina el pensamiento humano”, en palabras extraídas del propio texto, y hacer ese crítica mediante la presentación de una construcción biológica y social alternativa, la de Gueden, no implica que dentro de nuestro mundo no pueda haber alternativas también: las diferencias no tienen por qué conllevar opresión, y más aún, el sexo puede entenderse como una categoría conformada por lo social y cultural más que por lo biológico. Esta idea puede ser difícil de aceptar y de asumir por muchas personas. No resulta extraño. Lo mismo ocurre con el libro de Le Guin: hay prejuicios que impiden comprenderlo. Que un autor de la talla de Stanislav Lem, capaz de inventar un mundo como Solaris para hacernos ver que nuestra concepción de la realidad –la de los humanos bípedos terrestres– no es la única posible, haya dicho, en relación con La mano izquierda de la oscuridad, que la vida de los guedenianos sería una “cruel amargura”, “una gran desdicha e infelicidad”, por no saber si van a convertirse en machos o hembras en el próximo kémmer, resulta francamente alucinante… (Para más detalles acerca del debate entre Lem y Le Guin, véase el magnífico prólogo de Pamela Sargent a la antología Mujeres y maravillas.)
La propia autora ha explicado su dificultad a la hora de referirse a los guedenianos, ya que el inglés tiene división genérica. También en castellano al leer el libro por primera vez cuesta hacerse a la idea de que se está hablando de individuos andróginos, puesto que se usa para ellos el masculino. Un buen ejemplo de la falsedad del pretendido uso del masculino como neutro.
La mano izquierda de la oscuridad es un intento serio, profundo y complejo de subvertir la visión dicotómica de los sexos-géneros humanos. Supone la creación literaria de un mundo completo; es una historia de amor y amistad entre dos seres, Genly Ai y Derem Har rem ir Estraven, que han nacido en planetas muy distintos; es la narración de un viaje inolvidable.
Este artículo ha sido sólo una aproximación a un tema (feminismo, teoría queer y escritoras de literatura fantástica), del que me gustaría saber mucho más, por lo que agradeceré cualquier aportación.
Lola Robles, mayo 2008
(Podéis encontrar más información sobre las autoras citadas en este mismo blog (ver ETIQUETAS) así como sobre sus obras en la Bibliografía de escritoras fantásticas)
Referencias bibliográficas:
– CARD, Orson Scott (comp.) (2007): Obras maestras: la mejor ciencia ficción del siglo XX, Barcelona: Ediciones B.
– GRIFFITH, Nicola (2006): “Los nuevos alienígenas de la ciencia ficción”, en Gigamesnh, núm. 43, pp. 19-25.
– (1998): Río lento, Barcelona: Ediciones B.
– HARAWAY, Donna (1995): “Manifiesto cyborg: Ciencia, Tecnología y Feminismo Socialista a finales del siglo XX”, en Ciencia, ciborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza, Madrid: Cátedra.
– NAVARRO, Antonio José (comp.) (2007): Venus en las tinieblas: relatos de horror escritos por mujeres, Madrid: Valdemar.
- PEARSON, Wendy (2006): “Ciencia ficción y teoría queer”, en Gigamesh, núm. 43, pp.55-68. - PHILLIS, Julie (2007): Alice B. Sheldon: la doble vida de Alice B. Sheldon, James Tiptree, Jr., Barcelona: Circe.
- RODRIGO, Desiré, y Helena Torres (2005): “Cyborgqueers, o de cómo deshacer al homo sapiens”, en Teoría queer: políticas bolleras, maricas, trans, mestizas, Madrid,: Egales, pp. 187- 211.
- TRUJILLO BARBADILLO, Gracia (2005): “Desde los márgenes: prácticas y representaciones de los grupos queer en el Estado español”, en El eje del mal es heterosexual: figuraciones, movimientos y prácticas feministas queer, Madrid: Traficantes de Sueños, pp. 29-44.