¿Nos contará de los otros mundos allá
entre las estrellas, de los otros hombres, las otras vidas?
Ursula K. Le Guin
Creo que si hay un género propio del siglo XX es la ciencia ficción: la expresión de las inquietudes, reflexiones, perspectivas que ofrecen a la imaginación creadora, los descubrimientos de la ciencia, el avance de la tecnología y los cambios sociales que conmocionaron profundamente la concepción tradicional del mundo. Y así, transgrediendo los límites de los espacios que nos son familiares (nuestro mundo-planeta), y del tiempo conocido (presente y pasado históricos), este género se convierte en una ficción especulativa sobre el futuro –no sólo en sus aspectos científico-tecnológicos, sino también políticos, sociales, humanos–, y una especulación asimismo sobre otros mundos, otras dimensiones de la realidad que pudieran existir.
entre las estrellas, de los otros hombres, las otras vidas?
Ursula K. Le Guin
Creo que si hay un género propio del siglo XX es la ciencia ficción: la expresión de las inquietudes, reflexiones, perspectivas que ofrecen a la imaginación creadora, los descubrimientos de la ciencia, el avance de la tecnología y los cambios sociales que conmocionaron profundamente la concepción tradicional del mundo. Y así, transgrediendo los límites de los espacios que nos son familiares (nuestro mundo-planeta), y del tiempo conocido (presente y pasado históricos), este género se convierte en una ficción especulativa sobre el futuro –no sólo en sus aspectos científico-tecnológicos, sino también políticos, sociales, humanos–, y una especulación asimismo sobre otros mundos, otras dimensiones de la realidad que pudieran existir.
Excluida con frecuencia por la crítica de la literatura general (la “gran literatura”), bajo la etiqueta de ciencia ficción (CF) se han publicado sin embargo un ingente número de obras. De la ciencia ficción dura a las novelas de aventuras espaciales (space opera); de la fantasía heroica al ciberpunk, o a las utopías y antiutopías, es una narrativa tan diversa en subgéneros y temas como desigual en calidad literaria.
Sin duda, todavía hoy sigue teniendo mucho de guetto: la mayoría de autoras y autores escriben exclusivamente ciencia ficción, al igual que hay un público especializado en su afición al género. Éste cuenta con sus propias revistas y fanzines, asociaciones, convenciones y premios literarios. Un dato curioso –y digno de mayor estudio– es el notable número de matrimonios compuestos por autora y autor de CF, y que con frecuencia escriben en colaboración parte de su obra.
Hay en la ciencia ficción creaciones que han pasado, por derecho propio, a formar parte de la historia de la literatura, y que no sólo han cuestionado nuestra concepción de la realidad, sino también presentan críticas radicales a las sociedades existentes, y a las manipulaciones de la tecnología y la ciencia. Pero también hay otro gran número escritas para un consumo rápido, de pura evasión, por lo cual poco tienen de auténtica ficción especulativa, y sí, con frecuencia, son ejemplo de los defectos que se achacan al género: no sólo falta de calidad en lo que al lenguaje literario se refiere, sino una tendencia al maniqueísmo y moralismo más tópicos, al servicio de unos valores culturales, sociales y políticos conservadores, tendencia que se agudiza, como veremos, en el tratamiento que muchos autores dan a las mujeres en sus obras.
Es frecuente que la CF se mezcle con otros géneros, como el terror o la narrativa fantástica. La diferencia fundamental entre lo fantástico y la ciencia ficción es que ésta última intenta dar verosimilitud científica o racional a sus creaciones. En las obras de fantasía –desde los cuentos de hadas a las novelas góticas o las voluminosas trilogías de la serie Dragonlance– se nos presentan mundos que de antemano sabemos que pertenecen al ámbito de lo maravilloso, lo irreal o irracional. A la CF sin embargo no le interesa lo imposible, sino lo posible que cuente con verosimilitud; trata de explicar los elementos extraños basándose en el desarrollo de la ciencia, la técnica y la evolución de los seres humanos.
No obstante muchas autoras cultivan a la vez CF y fantasía en sus obras, y entre ambos géneros no suele haber una separación nítida: como literatura que es, buena parte de la ciencia ficción no es rigurosa desde un punto de vista científico, permitiéndose libertades y convenciones que el público lector acepta a priori.
Precisamente ese intento de verosimilitud se encuentra en la que se considera la primera obra de auténtica CF: Frankenstein, de Mary Shelley (hija de la feminista Mary Wollstonecraft), quien, en 1818, publica una historia donde por primera vez los conocimientos científicos de una época sirven para hacer creíble lo fantástico: el monstruo es una creación humana, no surge, como en el caso de, pongamos, Drácula, del mito o la leyenda.
Precisamente ese intento de verosimilitud se encuentra en la que se considera la primera obra de auténtica CF: Frankenstein, de Mary Shelley (hija de la feminista Mary Wollstonecraft), quien, en 1818, publica una historia donde por primera vez los conocimientos científicos de una época sirven para hacer creíble lo fantástico: el monstruo es una creación humana, no surge, como en el caso de, pongamos, Drácula, del mito o la leyenda.
Tras Mary Shelley hubo otros precursores en el siglo XIX, como Verne o Wells; pero es en el XX donde la CF se desarrolla con plenitud. El género es fundamentalmente anglosajón, aunque también hay una tradición importante –aunque menos favorecida por las editoriales– en países de lengua hispana como Argentina o México, y en Europa, por ejemplo Francia o la ex-Unión Soviética.
Los roles sexuales en la ciencia ficción
son tan rígidos como el caso de una nave espacial;
emancipación es una palabra desconocida.
Sam J. Lundwall
son tan rígidos como el caso de una nave espacial;
emancipación es una palabra desconocida.
Sam J. Lundwall
Aunque fue una escritora, Mary Shelley, la primera en escribir una obra de CF contemporánea, lo cierto es que durante la mayor parte del siglo XX las mujeres escritoras del género fueron una minoría. La causa podría estar en su relación con la ciencia y tecnología, tradicionales dominios masculinos; también en que, al haber sido escrito mayoritariamente y durante mucho tiempo por autores varones y para un público masculino y en buena parte juvenil (este último tan aficionado a los combates en escenarios galácticos como en los videojuegos, afición menos compartida por las jóvenes), las mujeres no hayamos encontrado elementos interesantes para identificarnos.
Pero realmente es curioso –o incluso paradójico– que una literatura cuyo carácter de marginalidad le ha permitido ser profundamente crítica con la sociedad, y que se ha caracterizado por presentar todo tipo de alternativas a ésta, por tratar de abrir nuestras mentes a infinitas posibilidades, más allá de lo conocido, de las creencias aceptadas, se haya mostrado tan conservadora respecto a las mujeres, o incluso decididamente reaccionaria y misógina.
En el mejor de los casos, la presencia de las mujeres es suprimida casi por completo de las historias, cuyos protagonistas, científicos, aventureros, colonos o guerreros espaciales, se mueven en un mundo exclusivamente masculino.
Sin embargo, lo más normal es que las mujeres sí aparezcan, pero con los estereotipos más consabidos. Esposas, madres e hijas; compañeras decorativas –y por supuesto bellas– cuya pasividad y fragilidad las convierte en víctimas perfectas que deben ser defendidas y salvadas por el héroe de sus enemigos, y de toda clase de libidinosos monstruos: éstas son las buenas, que asumen su papel de meras comparsas con complacencia total. Claro que también encontramos a las malas, las eróticamente perversas o taimadas reinas de un matriarcado feroz. Quizás sea en el cine y en las series de televisión donde esos estereotipos se muestren con una mayor transparencia. Películas y series casi siempre de aventuras espaciales: el space-opera, en el que predomina asimismo la apología de lo militar, del imperialismo y del racismo. Pero incluso en las producciones –y obras literarias– de mayor calidad, el sexismo permanece, no tan burdo, pero siempre no cuestionado.
Las mujeres acceden como escritoras a la CF en número ya destacable a partir de los años sesenta (aunque desde luego hubo autoras de calidad en las décadas anteriores: para una cronología es imprescindible el prólogo de Pamela Sargent a la antología Mujeres y maravillas)
Entre ellas ha habido quienes seguían ateniéndose a la tradición e imaginario masculino: posiblemente de no hacerlo no hubieran tenido oportunidad de publicar. También destaca (al igual que en la novela policíaca o negra) las muchas veces que recurrieron a seudónimos masculinos para escribir. El caso más llamativo es el de James Tiptree Jr (Alice Sheldon), una magnífica autora de relatos (dicho sea de paso, el relato es una de las formas de escritura más importantes en la CF, y con frecuencia de más calidad). De James Tiptree dijo el escritor y antologista Robert Silverberg que “se ha sugerido que es una mujer, teoría que encuentro absurda porque hay para mí algo ineluctablemente masculino en sus narraciones”. La verdadera personalidad de la autora (uno de cuyos relatos, presentado precisamente por Silverberg en la antología que incluye esas palabras, lleva el significativo título "Las mujeres que los hombres no ven") se descubrió en 1978, diez años después de que empezara a publicar. Posteriormente escribe, con seudónimo femenino, relatos como "Carne de probada moralidad", una escalofriante reflexión sobre el aborto, y uno de los textos más feministas que he leído.
La irrupción masiva de escritoras en la CF ha ido cambiando poco a poco los tópicos del género. Autoras como Ursula K. Le Guin, Joanna Russ, Suzette Haden Elgin, Vonda McIntyre, Octavia Butler, Marion Zimmer Bradley o Naomí Mitchison son sólo algunos ejemplos de esta visión innovadora –y en algunos casos claramente feminista– que convierte a la CF en un espacio ideal para especular sobre un futuro distinto, para presentar alternativas al mundo patriarcal, a los valores culturales y morales y la sexualidad institucionalizados.
Para Pamela Sargent “sólo la ciencia ficción y la literatura fantástica pueden mostrarnos a las mujeres en ambientes totalmente nuevos o extraños. Pueden aventurar lo que podemos llegar a ser cuando las restricciones presentes que pesan sobre nuestras vidas se desvanezcan, o mostrarnos nuevos problemas y nuevas limitaciones que puedan surgir ( ...) ¿Nos convertiremos en seres muy parecidos a los hombres, o idénticos a ellos ...o aportaremos nuevos intereses y valores a la sociedad, cambiando tal vez a los hombres en este proceso? ¿Cómo pueden afectarnos los adelantos en el campo de la biología, el mayor control que podremos tener sobre nuestros cuerpos? ¿Qué es lo que sucedería si las mujeres en el futuro retrocedieran a una posición en la que se reafirmara el poder del macho? ¿Y qué pasaría realmente si las dominantes fueran las mujeres?”
Estas preguntas que plantea Sargent las tratan de responder las escritoras de CF a través de las antiutopías y utopías, dos manifestaciones muy características del género. La antiutopía describe un futuro en el que se han radicalizado los males de nuestro presente en lo social, político o tecnológico. Obras como El cuento de la criada, de Margaret Atwood, o Lengua materna, de Suzette Haden Elgin, nos sitúan en futuros donde las mujeres han sido reducidas, de nuevo, a una situación de práctica esclavitud: ese futuro sombrío es un espejo para analizar el presente e intentar encontrar caminos de liberación.
Es mediante las utopías feministas como esos caminos son explorados en profundidad. Una utopía es la construcción imaginaria de una sociedad, si no perfecta, si al menos mejor, para la autora, que las presentes. Las posibilidades son varias: desde sociedades donde gobiernan las mujeres (El país de ellas, de Charlotte Perkins Gilman o Las hijas de Egalia, de Gerd Brantenberg); o mundos andróginos (Woman on the Edge of Time, de Marge Piercy, o el planeta Gueden de La mano izquierda de la oscuridad, de Le Guin), hasta sociedades que se muestran como igualitarias: Los desposeídos, de Le Guin, que plantea como sistema político utópico el anarquismo (de hecho, el sistema que suelen preferir las escritoras de utopías feministas), incluyendo, además de los cambios sociales y políticos, los sexuales. Pero sin duda una de las obras más representativas es El hombre hembra, de Joanna Russ, el mejor compendio –y la reflexión más radical desde el feminismo– de las alternativas mencionadas.
Un elemento fundamental para que haya más lectoras aficionadas a la ciencia ficción sería que las autoras crearan más protagonistas femeninas, lejos de los tópicos. Cuando, después de ver durante demasiados años películas en que las mujeres eran sólo seres pasivos cuya función primordial consistía en ser rescatadas de peligros y secuestros por el héroe, apareció un personaje como la teniente Ripley (Sigourney Weaver) en Alien, el octavo pasajero, muchas aficionadas al género nos quedamos tan admiradas como sorprendidas: pero los intereses comerciales de la cinematografía estadounidense no tardaron en convertirla, en el resto de la saga Alien, en un inequívoco remedo masculino, armado hasta los dientes –y no hay que recordar el poder de difusión que tiene el cine, muy superior a la literatura. Por otra parte, si bien sería muy interesante analizar qué imaginario sustenta la repetición de determinadas figuras: las mujeres que tienen la capacidad de convertirse en un animal (desde La mujer pantera a Lady Halcón), las vampiras, brujas y magas, también lo sería que hubiera prototipos nuevos.
Por último, me gustaría destacar a las autoras en lengua castellana, casi siempre olvidadas en los estudios, guías e historias del género, incluidos los realizados por críticos españoles (para los anglosajones simplemente no parecen existir los escritores de otras lenguas, exceptuando casos muy excepcionales).
Aunque sean una minoría si las comparamos con las autoras de lengua inglesa, y no cuenten con una tradición tan importante y antigua como éstas, sí ha habido y hay autoras con una obra destacable: en España, actualmente sólo Elia Barceló publica con asiduidad novelas y relatos; antes de ella, las incursiones de las mujeres en el género se limitaban a una, o como mucho dos o tres narraciones, o novelas para jóvenes. Sí hay una escritora que publicó más, María Guera (en colaboración con su hijo Arturo Mengotti), cuyos relatos (aparecidos en Nueva Dimensión, una revista fundamental para la difusión del género en nuestro país), aunque de estilo un poco antiguo, muestran una imaginación sorprendente, muy original; lamentablemente, no ha vuelto a ser reeditada.
Es en Argentina donde las autoras han sido más prolíficas, ya que allí la tradición propia es mayor. De todas, no cabe duda de que sobresale Angélica Gorodischer, con una obra muy amplia, equiparable en calidad a la de las mejores autoras anglosajonas, y con una originalidad y sentido del humor difíciles de igualar. Posiblemente el conjunto de su producción se podría encuadrar más bien como literatura fantástica, lo cual podría acercarla a aquell@s lector@s no demasiado aficionad@s a la CF más estricta.
(Lola Robles, 2000)
Enero 2005:Creo que en estos pocos años la ciencia ficción ha retrocedido un tanto en número de publicaciones, en beneficio de otros más o menos próximos, como la fantasía y quizás sobre todo obras de temática que podríamos llamar pseudorreligiosa –tipo El código Da Vinci–; pero desde luego no ha perdido afición lectora ni fuerza literaria.
Enero 2005:Creo que en estos pocos años la ciencia ficción ha retrocedido un tanto en número de publicaciones, en beneficio de otros más o menos próximos, como la fantasía y quizás sobre todo obras de temática que podríamos llamar pseudorreligiosa –tipo El código Da Vinci–; pero desde luego no ha perdido afición lectora ni fuerza literaria.
En la narrativa anglosajona, la presencia de escritoras ha crecido y sobre todo se ha normalizado tanto como en el resto del mundo laboral: esa presencia ya no resulta excepcional, aunque continúen siendo una minoría y sus nombres no sean tan conocidos como los de los escritores varones. ¿Y en España? Aquí el proceso se da más lento, y las mujeres autoras de cifi aún son claramente minoritarias.
Aunque poco a poco van apareciendo, en antologías, revistas, fanzines, más relatos de nuevas autoras, el problema principal está en su falta de continuidad: que no sigan publicando a lo largo del tiempo, que no editen, además de cuentos aislados, libros de relatos y/o novelas. Sólo Elia Barceló permanece como autora de larga trayectoria, que en los últimos años, además de cifi, ha abordado otros géneros en sus novelas.
¿Por qué ocurre esto? Puede haber muchas causas para esa presencia fugaz, efímera, de las escritoras de cifi en España: ¿falta de interés? no creo que sea la razón más importante, en absoluto. La dificultad de acceder al mundo editorial es enorme, un camino plagado de obstáculos donde se necesita suerte, mucha paciencia y afición: perseverar es un esfuerzo casi ímprobo si eres novel y, claro, precisamente las autoras que intentan publicar suelen serlo. Las grandes editoriales comerciales apenas apuestan por la cifi española. Las editoriales españolas independientes suelen ser pequeñas, fruto del trabajo personal de un editor; sus posibilidades son limitadas, y su alcance, modesto; quizás no encuentran escritoras con una creación narrativa suficiente para ser publicadas, quizás hacerlo suponga una dificultad o riesgo añadidos, en cuanto a ventas, a las muchas que ya tienen.
En este sentido, la alternativa es Internet, que ofrece un espacio mucho más libre y accesible para nosotras (y sin los intermediarios –editoriales, distribuidoras, librerías– inevitables si se publica en papel).
¿Y qué pasa con las mujeres como personajes de la narrativa cifi? Aquí sí creo que poco a poco los estereotipos van desapareciendo (aunque todavía queda camino por recorrer): ya no es tan frecuente que las mujeres estemos limitadas a papeles pasivos en las historias; hemos pasado a ser protagonistas, y sobre todo –quizás sea esto aún más importante– a ocupar profesiones antes masculinas y ahora normalizadas para nosotras: científicas, navegantes espaciales, etc.
A este respecto también me llama la atención encontrar bastantes películas y series de televisión (estadounidenses, cómo no), de ciencia ficción, fantásticas, acción o aventuras, con protagonistas femeninas. Por supuesto son chicas guerreras capaces de luchar cuerpo a cuerpo y usar todo tipo de armas igual que ellos, y sexys, por supuesto también: nada novedoso ni muy alentador; lo único positivo es que al menos son inteligentes además de belicosas, y que parecen responder a una demanda: que hay un público, sobre todo supongo de chicas jóvenes y adolescentes, que quieren ver protagonistas femeninas y ya no se conforman con encontrarlas en papeles secundarios y pasivos. Esperemos que no tarden mucho en aparecer otro tipo de personajes que rompan esos modelos épicos y violentos, archisabidos, en favor de mejores cualidades.
La mejor ciencia ficción, la ciencia ficción de calidad, no es la que repite lugares comunes, sino que se ha caracterizado siempre por su inquietud, su capacidad de imaginar, especular sobre un futuro diferente, una sociedad distinta; ha sido rebelde, radical, crítica, inadaptada. Es difícil creer que a las mujeres no nos interesa una literatura con tal potencial subversivo. Hemos llegado al siglo XXI que soñó la cifi del XX: ahora es el momento de plantear a través de este tipo de creación literaria cómo puede ser este nuevo siglo para nosotras.
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Lola Robles
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Lola Robles
(Este artículo fue publicado como prólogo a la Bibliografía Escritoras de ciencia ficción y fantasía, publicado por la Biblioteca de Mujeres, de Madrid, en forma de libro, en 2000)
(Podéis encontrar más información sobre las obras de todas estas autoras en la Bibliografía de escritoras de ciencia ficción. Asimismo, podéis ver las entradas de este mismo blog: MUJERES EN LA CIENCIA FICCÓN: IMÁGENES Y FOTOS)