LAS PRIMERAS LECTURAS: LOS TEBEOS
En mi infancia, estaban los tebeos del Pulgarcito, que mi tía me compraba cada sábado cuando la acompañaba a la peluquería, en un sótano del barrio de Salamanca. Mientras ella esperaba su turno, mientras le cortaban el pelo, ponían los rulos, pintaban las uñas y acomodaban un buen rato en el secador ─aquellos antiguos donde había que meter la cabeza como en un enorme casco espacial─, yo leía y leía, sentada en el vestíbulo, arriba, a pie de calle; el salón quedaba abajo, había que descender un corto tramo de escaleras.
Entre las páginas del tebeo, que devoraba por completo y guardaba para releerlo en la terraza de la casa de mi abuela y de mi tía, en las tardes de verano, podía encontrar las aventuras del sheriff King, amigo del líder apache Jerónimo o Gerónimo, del que no se decía entonces que había nacido en México y hablaba español. El Pulgarcito incluía asimismo, además de las historietas cómicas, entregas gráficas basadas en novelas famosas, que podían encontrarse en forma de fascículo independiente en la colección Joyas Literarias Juveniles, de la misma editorial, Bruguera.