Termino de leer Contra la distopía: la cara B de un género
de masas, de Francisco Martorell Campos (La Caja Books, 2021). Martorell es
doctor en Filosofía por la Universidad de Valencia.
El libro me ha
resultado muy interesante y entretenido. Aborda el género de la distopía, antes
limitado a la ciencia ficción prospectiva y ahora expandido, de modo
transversal, a otros géneros no realistas (lo fantástico y lo maravilloso) e
incluso al realismo. Además de referencias literarias, también hay
cinematográficas y audiovisuales. El autor nos hace un recorrido histórico por
este tipo de ficciones, sus más antiguos antecedentes y novelas clásicas como Nosotros, de Zamiátin, Un mundo feliz de Huxley, 1984 de Orwell o Fahrenheit 451 de Bradbury. Distingue entre lo que él considera
distopías propiamente dichas (“el género
político de la ciencia ficción que describe con detalle e intención crítica la
estructura de sociedades imaginarias del porvenir peores que, y nacidas de,
aquellas que viven los lectores o espectadores”) y los futuros apocalípticos y
postapocalítpticos, en el sentido de excluir a estas últimas de la distopía. Yo,
sin embargo, no veo tan clara esta diferencia ni la comparto.
Lo mejor de este ensayo
divulgativo son las reflexiones filosóficas, sociales y políticas sobre la
enorme difusión de este género, que se ha convertido realmente en una moda
literaria y audiovisual. Y ya se sabe que, cuando un tema o género se pone de
moda, mucha gente se anima a escribirlo o dibujarlo o filmarlo, precisamente
porque piensa que se venderá mejor (la consecuencia, sin embargo, con demasiada
frecuencia, es que se satura el mercado). Como dice Martorell en una entrevista,
la distopía se ha convertido en una forma en la que vemos la realidad y
nuestras sociedades. Una visión bastante pesimista, pero que llega a ser un
tanto cómoda y muy poco crítica o con una crítica sin verdadera profundidad.
Nos refocilamos en lo distópico, caemos en una distopofilia. Refleja nuestros
miedos, a veces reales, pero otros infundados. Las sociedades que han alcanzado
ciertos privilegios tienen un enorme miedo a perderlos. Todo les resulta una
amenaza y un gravísimo peligro, porque aplican a los posibles cambios en el
mundo el mecanismo básico de lo distópico, la hipérbole. Los negacionistas de
la COVID-19 y los antivacunas se complacen en imaginarse víctimas y, a la vez,
rebeldes contra un totalitarismo que los margina y calla, a ellos que son los
únicos capaces de ver la auténtica verdad. A menudo, desconocen por completo lo
que es el verdadero totalitarismo.
Por otro lado, el autor
evidencia la dificultad de proponer utopías, tan necesarias hoy, y lo
acomodaticio de mantenerse en esa mirada funesta de lo distópico. También me ha
parecido muy acertado su planteamiento sobre la idealización de la naturaleza
en las distopías.
“El éxito de la
distopía tiene lugar en una sociedad marcada por el miedo, la inseguridad y la impotencia política”, escribe por
ejemplo. “Ni la distopía es enteramente pesimista ni la utopía enteramente
optimista”; “El género distópico no es progresista per se”. “El efecto más
reincidente de la distopía […] es la pasividad”.
Ahora bien, aparte de
todas estas reflexiones que me han parecido de gran interés y me han hecho
entender mejor las ficciones distópicas, me ha llamado la atención que el autor
haga solo referencias a las primeras narraciones de ciencia ficción españolas y
a autores anglosajones. De lo cual nada tendría que decir, si no fuera por
algunas afirmaciones que hace. La que más me ha sorprendido es esta: “Aun así,
me pregunto: si las feministas actuales sueñan con futuros mejores, ¿por qué no
los novelan?” (en la Introducción). Bien. Resulta que sí lo hacemos. El
problema, quizás, es que Martorell no conoce nuestras obras porque han sido
publicadas casi siempre en editoriales independientes, mientras que la suya
aparece en una editorial mainstream. Comprensible,
pero quien investiga debe buscar antes de afirmar, aunque sea mediante una
pregunta retórica, tan rotundamente.
Por supuesto que hay
narraciones utópicas feministas en la ciencia ficción española de autoras y
actual. Tenemos Newropia de Sofía
Rhei (Minotauro, 2020), Pakminyó de Felicidad Martínez, (Cerbero, 2019) o Bionautas de Cristina Jurado (Literup,
2021). Y en cuanto a alternativas a los estereotipos patriarcales, la lista
podría ser mucho más larga. Es un ejemplo más de la poca visibilidad que
seguimos teniendo las autoras españolas de ciencia ficción y no sé si decir del
escaso interés de algunos críticos por encontrarlas. Por otro lado, vuelvo a
decir, tal como lo he escrito en otros artículos, que deberían considerarse
algunos ensayos de teoría feminista como propuestas utópicas, desde La dialéctica del sexo de Shulamith
Firestone hasta las obras de Paul Preciado.
Más allá de la cuestión
en sí, aprovecho para remarcar una cuestión que me parece muy significativa: se
han dado casos, el último no hace mucho, en los que una autora española de
ciencia ficción ha elaborado un trabajo, una guía de lectura de obras de
escritoras del género y, por el hecho de no haber mencionado a alguna novelista
estadounidense consagrada o por haber incluido en la guía una de sus propias obras (debido a que había
ganado un premio), ha recibido ataques en las redes sociales, de una manera muy
violenta. Esto no sucede tanto cuando quien desconoce algunos datos es un
hombre con prestigio y además académico, y yo desde luego me alegro mucho de
que no pase. Simplemente, lo comento porque me parece que esta diferencia de
trato sigue reflejando un sesgo sexista y hasta misógino importante, no
reconocido para variar.
Contra
la distopía, me parece, en todo caso, un libro
recomendable para iniciarse en el género de las distopías o entender mejor su
significado actual.