Se trata de una de las primeras novelas de Carter, aparecida después de Shadow dance, de 1966 (no traducida), La juguetería mágica, de 1967, y Varias percepciones, de 1968. En la contraportada del libro, la sinopsis dice: “En un misterioso escenario de ruinas y bosques, los Profesores son los últimos restos del orden humano. Cosechan, enseñan, leen. Pero más allá de los muros de las aldeas, hay Bárbaros pintarrajeados, vestidos con extraños atuendos, que asaltan y roban. Marianne pertenece al mundo de la civilización y la cordura; Joya, el joven bárbaro, a un mundo de virilidad animal, de salvaje esplendor”.
La sinopsis no es del todo precisa, pero me gusta esa referencia a las ruinas y al bosque, a la virilidad animal y el salvaje esplendor. Estamos ante una distopía posapocalíptica, en un futuro impreciso de la Tierra. Ha habido una catástrofe, muy probablemente nuclear, aunque no se nos habla sobre ella más que por referencias indirectas. La naturaleza ha revivido, no así la civilización humana, que parece reducida a aldeas fortificadas donde habitan los herederos de esa vieja forma de existencia, los Profesores, una suerte de eruditos, y sus familias, dedicados, además de sus lecturas y enseñanzas, a la agricultura y ganadería. Más allá, es cierto, están los bárbaros, nómadas, asilvestrados, que viven del pillaje, de asaltar las aldeas rodeadas de muros y llevarse lo que pueden; los bárbaros se hacinan entre las ruinas o en campamentos, tienen que mudarse con frecuencia, van medio desnudos, usan pinturas de guerra para amedrentar. Y, más allá todavía, en la más completa marginalidad, se esconden los Parias, de los que se nos explica muy poco, personas que han sufrido mutaciones por la radiactividad, carroñeros que se alimentan de lo que incluso los bárbaros desechan, y muy peligrosos.
Marianne es, en la novela, primero una niña de seis años que ve morir a su hermano, soldado, por el ataque de un joven asaltante bárbaro. Reaparece más tarde con dieciséis años: su madre murió algún tiempo después que su hermano y su padre es asesinado también por su niñera, que ha sufrido un arrebato de locura. Hay otro ataque bárbaro y Marianne ve cómo uno de los asaltantes se esconde en un cobertizo. Decide ayudarlo. Ella ya ha hecho incursiones fuera del recinto de su aldea, movida por la curiosidad. Lleva comida al bárbaro, el cual, aunque herido, logra escapar y la rapta. A partir de ahí empieza una nueva fase de su vida, con esos bárbaros por los que siente a veces fascinación y otras desprecio, rechazo y asco. En ocasiones intenta escapar, pero, al mismo tiempo, algo le impulsa a permanecer entre aquellas gentes. Su secuestrador se llama Joya o Jewel. Tiene una melena larga y espesa, oscura, se pinta la cara y usa muchos collares sobre un pecho delgado pero musculoso, y anillos en todos sus dedos; procura protegerse con amuletos. Jewel es bello y brutal; viola a Marianne y, a la vez, mantiene con ella un vínculo de seducción; su comportamiento es salvaje y muy patriarcal. Como consecuencia de la violación, Marianne y Jewel-Joya tienen que casarse por presión del grupo y ella queda embarazada. Además, la joven descubre que fue Jewel quien mató a su hermano soldado.
Recuerdo haber leído esta novela hace muchos años, en la década de los noventa del siglo pasado, y me sorprendió mucho la ambigüedad que hay en Marianne hacia el joven bárbaro, pues rechaza su violencia y lo detesta por haber matado a su hermano, pero al mismo tiempo se siente atraída por él, sin la menor duda. No comprendía yo cómo una escritora feminista podía tener ese planteamiento y utilizar el motivo del violador y asesino del padre/hermano de la protagonista que finalmente acaba casándose con ella, con el añadido de que ella termina por amarlo (es una tradición que se ha repetido en literatura y en la cultura popular). Añado que hace unos días, hablando de Erzsébet Báthory, la Condesa Sangrienta, un hombre joven me dijo que no entendía cómo yo podía estar tan fascinada por el personaje de una mujer que supuestamente se dedicó a asesinar a centenares de muchachas; y, además, yo prefería que Báthory siguiese siendo mala, muy mala, perversa, sádica, una asesina en serie. El porqué de ese sentimiento mío ya lo explicaré en otro momento. En cuanto a Carter, después de haber leído buena parte de su obra entiendo mucho mejor Héroes y villanos. Y es que, como en otras obras suyas, hay una importante dimensión simbólica. Estamos ante mujeres y hombres, feminismo y empoderamiento de las mujeres frente a violencia y dominación patriarcal, pero también nos encontramos ante un conflicto entre civilización y barbarie, cultura y violencia, lo intelectual y lo corporal, la naturaleza y lo construido. Carter explora la sexualidad femenina en toda su complejidad. Se centra, al igual que en La juguetería mágica o en La cámara sangrienta, en la infancia y, sobre todo, en la pubertad y primera juventud de las mujeres, que es un momento de formación de la identidad de género. La niña libre pasa a convertirse en una mujer encauzada por derroteros convenientes, salvo que opte por una alternativa de liberación. Sin embargo, no queda duda tampoco de que ese mundo bárbaro, primitivo y natural, es atrayente, bello y deseable. Sexualidad, feminidad, masculinidad, poder, violencia, libertad, empoderamiento, cultura, amor y deseo, son elementos que construyen esta narración. Con los años, Carter nos hablará también de mujeres mayores y viejas, por ejemplo, en Niñas sabias.
Esta novela es la única historia de ciencia ficción (distopía posapocalíptica en un planeta que ha retrocedido hacia el pasado) que yo he leído de Carter. Ella suele preferir lo fantástico y lo maravilloso con toques góticos. Resulta difícil clasificar su obra, muy singular, pero se mueve en esos ámbitos, hay realismo y hay elementos sobrenaturales, aparece lo fantástico y también lo maravilloso en su recreación y su versión de los cuentos de hadas y populares, todo ello aderezado con frecuencia con motivos góticos: lo oscuro, lo denso, la violencia y el deseo, los recintos cerrados, las jóvenes perseguidas por malvados brutales; hay también dosis de surrealismo, de extravagancia, de hipérboles, de absurdo, de humor irónico, de parodia.
En cuanto al estilo de la novela, es el característico de la autora británica: denso, concentrado, brillante, con imágenes muy visuales y poderosas, muy medido y trabajado. Hay que estar atentas para no perderse. Carter trabaja con la polisemia y con capas de profundidad, entrar en sus narraciones es tener que profundizar y encontrar muchas lecturas, una debajo de la otra, muchas posibilidades de interpretación.
Esperemos que la novela pueda reeditarse, pero, mientras tanto, dejo esta reseña por si alguien está estudiando las obras de la autora y no consigue encontrar Héroes y villanos para poder leerla directamente.
