Guillem López
El último sueño
Barcelona,
Minotauro, 2018. 397 páginas.
He
terminado hace pocos días la novela El
último sueño de Guillem López. Tenía muchas ganas de leer algo suyo, de modo
que empecé por su última publicación.
La
novela me ha gustado mucho, tanto la historia como el estilo, y no ha
defraudado mis expectativas. Se trata de una “fantasía industrial” (que también
podría llamarse “fantasía urbana”) para público adulto, al estilo de China
Miéville, autor por el que tengo especial interés. Aprovecho para recordar mi
planteamiento de que los géneros no son meras etiquetas, aunque esté tan de moda
plantearlo así. La fantasía o lo maravilloso, por ejemplo, bien utilizada como
en este caso, tiene sus ventajas frente al realismo o incluso a la ciencia
ficción: se abre a un mayor desarrollo imaginativo sin las limitaciones de lo
mimético en el primer caso o lo racional-posible en el segundo. Que haya más alternativas
para la imaginación no quiere decir que esta pueda desenfrenarse sin más como caballo desbocado,
porque sigue siendo imprescindible la coherencia interna. Estamos además ante
una obra en la que la fantasía tiene mucho de especulación y de contenido
social, algo poco frecuente en el género. La ausencia de referentes determinados
permite distintas lecturas metafóricas: al no ceñirse a unas circunstancias concretas
de tiempo y espacio, el simbolismo se aplica a situaciones en abstracto, no en
particular, lo que nos llevaría a reflexionar sobre las ideas que la narración
propone, tal vez sin tantos prejuicios como tenemos ante ciertos hechos
históricos y sociales de nuestro mundo.
Voy
a comentar a qué obras y autores me recuerda la escritura de Guillem López en El último sueño, lo cual no quiere decir
que esas influencias sean ciertas: es lo que yo asocio según leo, nada más. He
pensado, desde luego, en China Miéville, que también escribe fantasía adulta y
urbana, reflejando en ella claramente su pensamiento político.
Hay
algo asimismo en la escritura de este libro que me hace pensar en Pilar Pedraza,
por dos cosas: Pedraza plantea igualmente cuestiones sociales que le/me
preocupan y destaca por su libertad creativa, un escribir lo que ella quiere,
sin preocuparse de intereses comerciales, objetivo admirable en estos tiempos
tan interesados por el marketing.
No
sé si le va a gustar a López el que le compare con el escritor alicantino Gabriel
Miró. En principio puede pensarse, y con razón, que la ideología de Miró es muy
distinta a la de Guillem López. Pero el disfrute que me produce leerlos me
resulta muy similar, pues creo que trabajan el lenguaje como una materia
moldeable y densa, dando como resultado un estilo que a mí me gusta mucho, ya que
me atrae el lenguaje bien elaborado, de ahí mi predilección por escritores como
Miró, Ángela Carter o Javier Quevedo Puchal. Por cierto que leer a Gabriel
Miró, pese a que su narrativa hoy nos pueda resultar un poco arcaica, es un
auténtico goce: una sensualidad que lo llena todo.
He
tenido que rendirme eso sí ante la evidencia de que El último sueño es un reverso oscuro, muy oscuro, muy siniestro, de
una obra que siempre me ha fascinado a la vez que inquietado, porque ciertos
cuentos infantiles son ambivalentes y mezclan lo maravilloso con un oculto
terror. Estoy hablando de Peter Pan
de J.M. Barrie.
Aviso:
a partir de aquí hay spoilers. Yo me
he educado en una época en que no se daba tanto problema con estos, siempre que
no se tratara de desvelar secretos de la trama sino de interpretar esta.
Aquí
hay Niños Perdidos, hay un País de Nunca Jamás que tiene muy poco de idílico y
para colmo se llama Paraíso, hay una Wendy que no cumple para nada el
estereotipo de la mamá diminuta, hay un Peter Pan más patético todavía que el
niño prepotente que no quería crecer y hay un Capitán Garfio que da también mucha
pena. Muy propio del autor, me parece, el tomar la historia de Barrie y,
supongo, sobre todo la película de Disney para demolerla.
El
estilo, ya lo he dicho, es denso, con su puntito barroco; conviene leer con
lentitud y disfrutando. Los personajes. Yo diría que están bien creados, son
verosímiles y hasta muy realistas, algo desde luego perfectamente posible aunque
pertenezcan a lo maravilloso. Como narración, la estructura de dos historias
paralelas y de misterios que se van desvelando me ha gustado. No me importa que
no haya más experimentos con el tiempo interno de la narración ni más
invenciones técnicas. No las necesito.
Me
ha interesado, sobre todo, el contenido social de la obra y la manera en la que
el autor, ya he dicho que usando como herramienta la libertad que da el género de
lo maravilloso, metaforiza situaciones pasadas, presentes o posibles de nuestro
mundo. Me encajan bien simbolismos como el del zigurat. Le podría buscar un
buen número de referentes a muchos de los elementos que aparecen en la historia,
aunque solo nombraré algunos de esos elementos. Hay bandas juveniles callejeras,
llenas de niños y adolescentes marginados e inadaptados. Hay feministas
furiosas como deben serlo: cuanto más furiosas, mejor, que tienen sus buenos motivos.
Hay elites que manejan el poder en la luz o en la sombra. Aparece esa religión primitiva,
incluso arcaica, que es muy común encontrar en obras de fantasía (pienso por
ejemplo en Temblor de Rosa Montero, novela
muy recomendable, creo que la escritora no
se dejó llevar en ese caso por imperativos comerciales, y se nota). Hay diferencias
sociales tan sangrantes como lo han sido siempre a lo largo de nuestra Historia.
Asistimos a una revolución incipiente y llena de rabia que se encuentra con el
problema de todas, la dificultad para que los revolucionarios sean capaces de
ponerse de acuerdo en el camino a tomar y las alternativas que desean. Hay intrigas
palaciegas de los poderosos para que todo cambie pero todo siga igual. Hay un
personaje cuyo sexo/género híbrido, inter o trans queda en la ambigüedad y eso
me gusta, porque tampoco hay más vueltas que darle.
El último sueño nos presenta un mundo en proceso de cambio, desde un
presente intermedio entre un pasado que se sospecha mágico a la vez que poderosamente
matriarcal y un futuro en el que la energía que lo mueve todo, la kamé, ha de ser sustituida, por agotamiento,
por una forma nueva, que dará origen a una sociedad nueva asimismo, basada no
ya en fuerzas sobrenaturales sino en… el dolor. Puro capitalismo, puede
concluirse salvo si el capitalismo nos parece estupendo.
No
obstante, la lucha entre esperanzas, primaveras revolucionarias y poderes que parecen
inamovibles seguirá desarrollándose, como siempre y como aquí, en nuestra
realidad. Habrá sueños truncados, pero que nunca se desvanecerán del todo.