Déjame entrar
2005
Traducción
al español para la editorial Edhasa, 2008, de Gemma Pecharromán Miquel. 455 páginas.
Tres
son los temas que más me han interesado de la espléndida novela de terror fantástico
escrita por el autor sueco John Ajvide Lindqvist, de la cual hay dos
adaptaciones cinematográficas bien conocidas, una sueca y otra estadounidense. Yo
he visto la sueca, una película muy buena, dirigida por Tomas Alfredson, de 2008,
pero creo que precisamente por ello hay que ir al libro, que es todavía mejor. Ha
sido una de las lecturas que más me han impresionado últimamente. Lindqvist vino al
Festival Celsius de terror, fantasía y ciencia ficción de Avilés de este año
2015, y me gustó mucho cómo habló, y ya que tenía pendiente leer este libro
suyo, aproveché la ocasión para llevármelo con su firma y luego tuve la suerte
de encontrar el audiolibro.
Estos
tres temas son la monstruosidad, en este caso femenina, y muy vinculadas a
ella, la ruptura del binarismo de género supuestamente natural varón/mujer, y
la violencia.
Hay
dos protagonistas principales, aunque aparezcan otros personajes importantes:
Oskar y Eli. Eli es monstruosa (voy a usar el femenino) por tratarse de una
vampira, una depredadora que necesita de la sangre de otros humanos para sobrevivir.
Además, su identidad de género no es la normalizada, ni siquiera queda clara
del todo. Se trata de una monstrua o un monstruo, se mire por donde se mire, desde
su cuerpo hasta su mente, ya que no tiene ningún problema en matar para sobrevivir.
El
tema de la monstruosidad es fundamental en la historia, pero me gustaría
incidir más en el de la violencia, que llega a ser verdaderamente extrema, atroz. ¿Pero
solo la de los asesinatos? Hay una violencia económica y social que se nos deja
ver incluso en esta Suecia rica y próspera, ejemplo de la Europa del bienestar.
Nos encontramos en un suburbio cerca de Estocolmo, y allí también hay
marginación, del mismo modo que puede aparecer el horror de unas muertes
escalofriantes e inexplicables, y hasta lo fantástico, esa brecha en nuestra
realidad que nos amenaza, tal vez porque nunca la esperaríamos en un espacio
tan realista, desolado y triste.
Aparece
el problema del acoso escolar, muy bien
tratado, cuyos límites no se reducen solo al colegio ni se circunscriben a
agresores y agredido, sino también a quienes los rodean, a los que no quieren
ver lo que sucede o hasta sonríen divertidos; implica a los padres y la
educación que dan, y a toda una sociedad no menos agresiva verbal, corporal y
moralmente que sus cachorros.
¿Quién
es el mayor monstruo aquí, la criatura vampírica que al fin y al cabo no es
responsable de su propia condición, aunque bien es cierto que otros personajes,
cuando se ven abocados a ese destino, toman otras decisiones? ¿Un sistema económico extremadamente injusto, una sociedad
que margina a los que considera diferentes? ¿Los acosadores escolares o ese
entorno que, al igual que ha ocurrido hasta hace muy poco con la violencia
machista, consideraban este asunto como algo privado y sin demasiada
importancia? ¿Cómo no comprender a Oskar, su soledad y su desamparo,
y su relación con Eli, tan solitaria y marginada como él? ¿Cuándo es legítima
la violencia y cuándo ilegítima?
Aviso
a los espíritus y estómagos sensibles, porque la novela es dura. Pero yo no
dejaría de leerla por eso. Más dura es la realidad, resulta obvio.