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Podéis leer buenas narraciones en la Biblioteca de Relatos.

27 de junio de 2014

"PUNTO DE VISTA", COLECCIÓN DE RELATOS DE STANLEY G. WEINBAUM

Os doy el enlace a la página donde podéis descargar el libro de relatos de ciencia ficción titulado Punto de vista, del autor estadounidense, Stanley G. Weinbaum, uno de los "pioneros" de esta literatura en el S.XX, y cuya obra a la vez está ya a las puertas de la Edad Dorada del género; Weinbaum murió muy joven pero dejó algunos relatos inolvidables, muy entretenidos, con mucho sentido del humor. Es una buena lectura para verano. Yo he escrito el prólogo del libro, que podéis leer también en esta entrada.


Aquí va el enlace donde es posible descargarlo gratis, y si os gusta, pagarlo, el precio es 2,68€. Está editado por Alpha Eridiani.




Stanley Grauman Weinbaum nació a comienzos del siglo XX, en 1902, en Kentucky, Estados Unidos, aunque se crió y vivió en Milwaukee, una de las ciudades más importantes del estado de Wisconsin, en la región de los Grandes Lagos, que separan USA de Canadá. 
A su temprana muerte, en diciembre de 1935, Weinbaum había publicado una docena de relatos de ciencia-ficción. El primero fue Una odisea marcianaaparecido en julio de 1934 en la revista Wonder Stories, con un éxito inmediato.
El resto de cuentos del escritor, tanto los que publicó en vida como otros póstumos, se editaron en la misma revista y también en Astounding, Fantasy Magazine, Amazing y alguna más.
Yo no había leído nada de este autor, y verdaderamente me he quedado  fascinada. Creo que sin duda Weinbaum tenía un talento nato para narrar. Pero igual que hizo Borges en su prólogo a las Crónicas marcianas de Bradbury, me he preguntado: ¿cómo han podido gustarme tanto los relatos de este hombre de Wisconsin, de la América profunda, que escribió hace casi un siglo? Sólo puedo responder que la buena literatura es universal, es atemporal, no tiene patria ni bandera, ni siquiera está limitada por el género literario que elige.
Los cuentos de Weinbaum son pura ciencia-ficción, aunque no cienciaficción
dura: pero, atención, su autor era ingeniero químico, y en sus historias
crea todo un ecosistema para Marte, o inventa aparatos, instrumentos y
conceptos con una imaginación asombrosa, además de demostrar una
creatividad lingüística admirable. Y lo hace con la verosimilitud que exige el
género.
Por verosimilitud no ha de entenderse tanto que nos creamos sus
invenciones ahora, en 2011, sino que aceptemos su mundo de ficción como una
estructura coherente, sin duda porque el propio autor se la creía al escribirla.
Leer a Weinbaum ha sido una experiencia semejante a cuando en mi niñez
me embebía en los libros de aventuras, o como ver una de esas películas que te
dejan pegada al asiento sin poder parpadear. Sus relatos tienen también algo de
cómic. Y aunque la imaginación se desborda, nada parece un disparate, poco
sobra y poco falta.
He comentado antes que Weinbaum escribió ciencia-ficción pura. De hecho,
fue en el tiempo que Miquel Barceló llama «la época maravillosa de las revistas
norteamericanas», las revistas pulp que se editaban en un tipo de papel muy
barato: Astounding, Amazing, Wonder Stories. Y publicó muy pocos años antes
de lo que se denomina «la edad de oro» del género. Lo cierto es que Asimov incluyó a Weinbaum en una de sus selecciones bajo ese título. Así pues, se le
puede considerar perfectamente un escritor de la época dorada.
Eran los comienzos de la ciencia-ficción y Weinbaum uno de sus pioneros,
del mismo modo que los protagonistas de Una odisea marciana son los primeros
hombres en pisar Marte.
Fue, a un tiempo, una edad de la inocencia: los cuentos que podrán leer
ustedes en esta edición son cuentos jóvenes –pero, atención de nuevo, esto no
quiere decir para nada que no sean también maduros–, llenos de humor y a la
vez serios; parodias de la propia ciencia-ficción aunque hechas con finura,
elegancia, no caricaturas burdas. Los textos de Weinbaum tienen todos los
elementos de la ciencia-ficción del esplendor y la plenitud, y conservan sin
embargo el sabor de lo prístino.
Y es que, evidentemente, hoy sabemos que el Marte que el escritor inventó
no existe ni ha existido. Pero entonces, en los años 30 del siglo XX, sí se podía
creer.
Además, Weinbaum publica en el tiempo inmediatamente posterior a la
Depresión del 29, uno de los primeros golpes que hizo tambalear el mundo. Pero
él no conoció los horrores de la II Guerra Mundial, no supo de las bombas
atómicas que su país lanzó contra ciudades japonesas, ni del Holocausto –
Weinbaum es un apellido judío-alemán, y Wikipedia habla del autor como
escritor judío–. Falleció en la juventud de un siglo terrible y en la suya propia,
sin saber todo esto, y de ahí viene parte de su encanto, creo yo. De haber vivido
más años, opinó Asimov, hubiera podido convertirse en el mejor escritor de
ciencia-ficción de todos los tiempos, o tal vez se hubiese dedicado a otros
asuntos. Lo cierto es que difícilmente habría podido seguir escribiendo como lo
hizo.
Fíjense asimismo: la edad de la inocencia es el título de una novela
publicada en 1920 por la escritora estadounidense Edith Wharton –autora por
cierto de unos muy interesantes Relatos de fantasmas–. Pero poco tiene que ver
el autor de Una odisea marciana con la literatura glamourosa de Wharton.
Nunca será tan famoso y reconocido como ella, o como su también compatriota
Henry James, que ha pasado a la posteridad por una obra fantástica más que
leída e interpretada, Otra vuelta de tuerca. No, probablemente Weinbaum nunca
será recordado fuera de los límites del género de ciencia-ficción. Una lástima.
Quienes siguen atados a sus prejuicios contra las literaturas fantásticas no
saben lo que se pierden, no saben del placer de transgredir la obligación de leer
sólo esa narrativa que los cánones y la crítica oficiales dicen que es la buena y
la culta; desconocen el gusto de salirse a los márgenes, rebuscar en librerías de
viejo en busca de antologías, revistas y fanzines polvorientos y de papel
amarillo, o hundirse en Internet para encontrar la versión electrónica del texto ilocalizable ya en papel.
Yo creo que la polémica literatura realista versus géneros fantásticos carece
de sentido. Ya lo dijo Borges, en el prólogo a Bradbury que he citado antes:
Toda literatura es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es
indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo «fantástico» o a lo «real»,
a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una
invasión de Marte.
De este modo, si entendemos estos relatos como una mezcla de aventuras
espaciales, parodia y humor sobre la propia ciencia-ficción, más auténticas
especulaciones sobre otros mundos, y sobre ciencia y tecnología, todo ello con
su carga simbólica, los entenderemos mucho mejor. Abrir la mente a las
historias de Weinbaum puede suponer un esfuerzo para las personas menos
aficionadas al género, pero tendrá su recompensa: quién lo lea conocerá algo
que ampliará los límites de su pensamiento y le maravillará. No cabe duda de
que Weinbaum intenta divertir y entretener –¿por qué no?–, pero también nos
hace reflexionar.
Vamos ahora a estos 6 cuentos reeditados por Alfa Eridiani.
Una odisea marciana, y su continuación El valle de los sueños son, muy
claramente, odiseas. Los protagonistas de ambas –tripulantes de la nave Ares, y
los primeros hombres en pisar el planeta rojo– se nos presentan como
auténticos Ulises que recorren, en un viaje lleno de peligros, descubrimientos y
sorpresas, un territorio inexplorado, un paisaje fabuloso, lleno de seres
extraños. Por favor, presten atención al césped que camina, a las inmortales
criaturas de silicio que construyen pirámides –una idea muy innovadora, la de
sustituir, como forma de vida, el carbono por el silicio–, a las gentes de las
ciudades de barro, a las bestias–sueño –tan peligrosas como las sirenas
homéricas–; y por supuesto a Tweel, una especie de avestruz que se hace amiga
de Jarvis. Como bien señaló Asimov, uno de los grandes logros del escritor de
Milwaukee fue haber sido capaz de inventar alienígenas con su forma de vivir y
su lógica propia, que piensan y actúan de un modo muy distinto al humano, y
por ello nos resultan incomprensibles. Y Weinbaum no sólo consigue hacer
creíbles esas criaturas, sino nos presenta extraterrestres como Tweel, con
quienes, pese a no entendernos, podemos entablar amistad.
En los otros relatos de este libro, Los mundos si, El ideal y Punto de vista
encontramos a Dixon Wells, hijo de un magnate, enamoradizo y que gusta de la
compañía de coristas y bailarinas. El chico tiene un problema: siempre llega
tarde a todo, ya se darán cuenta de que no es un problema menor. Dixon fue
alumno y sigue en contacto con el profesor de Física Haskel Van Manderpootz.
El profesor es un auténtico genio, capaz de inventar las máquinas más
asombrosas, pero está ¿un poco? chiflado, y es muy ególatra, arrogante e irascible.
Ambos protagonistas son antihéroes, en ambos el autor parodia el tipo de
personajes que representan: el chico protagonista y el científico inventor. Y sin
embargo resultan simpáticos y muy humanos. Sentimos cierta compasión por
Dixon, gordito y que nunca encuentra a la chica de sus sueños, y una mezcla de
admiración y risa por Van Manderpootz –vaya nombrecito, sólo comparable al
de las máquinas que inventa y desmonta después para desesperación de Dixon.
Pero detrás del humor pueden encontrarse contenidos muy interesantes y
serios.
En El ideal se nos presenta un artefacto, el idealizador, capaz de convertir
en imágenes aquello que, para cada uno de nosotros, es lo mejor, lo más
perfecto. También aparece el tema del autómata al cual su creador quiere
insuflar vida. y además, Van Manderpootz ha descubierto la existencia del
espación, el cronón, el cosmón y el psicón, no se lo pierdan ustedes no vaya a ser
que en este siglo XXI se descubre que existen realmente. De hecho, Weinbaum
anticipó la ingeniería genética en un cuento suyo no incluido en esta selección,
La isla de Proteo, y el cambio climático, en Mares cambiantes.
En Los mundos si se especula sobre el viaje en el tiempo, ese tema tan grato
a la ciencia-ficción y al deseo humano. Van Manderpootz plantea que no es
posible realmente viajar al futuro –los mundos que serán–, ni al pasado –los
mundos que fueron–, pero sí –gracias al subjuntivisor– «de costado» en el tiempo,
a los mundos condicionales, aquellos que hubieran podido ser «si» en lugar de
haber hecho una elección determinada, hubiéramos realizado otra. De ser
ustedes aficionados a la ciencia-ficción sabrán que sobre este tema de los
universos paralelos se ha escrito mucho: pues bien, y aun en clave de humor, el
relato de Weinbaum es de lo mejorcito.
Un cuento que me ha sorprendido especialmente es Punto de vista.
Partamos de una premisa: el autor era un joven americano educado en los
valores de su época: cree en el patriotismo, en la defensa nacional a través de la
guerra –lo dice en sus historias marcianas–, incluso esconde algún tinte racista,
por ejemplo cuando explica que la lengua de los «negritos» es más primitiva que
otras. Su ideal femenino son las mujeres hermosas –vulgo tías buenas–. Y sin
embargo, este hombre de su tiempo es capaz de una enorme delicadeza: en
Punto de vista nos hace comprender que el amor puede transformar a una
mujer fea en una belleza, a los ojos de su amante. Realmente, la máquina que
usa el protagonista, Dixon Wells, el actitudinizador, que nos permitiría ponernos
en el punto de vista de otras personas, sería muy necesario hoy. Otra idea
bastante curiosa y sorprendente es que Weinbaum nos plantee que la anarquía
es el sistema de gobierno ideal, aunque difícilmente alcanzable.
Por cierto que Weinbaum sitúa estos tres relatos protagonizados por Dixon Wells y Van Manderpootz en nuestro futuro inmediato, los años 2014-2015.
Esta edición incluye también el cuento Los lentes de Pigmalión, historia
posiblemente muy influida por las novelas románticas que el autor escribió
antes de dedicarse a la ciencia-ficción –lo hizo bajo seudónimo femenino–, y por
las utopías.
En 1970 Una odisea marciana, fue elegido como el 2º mejor relato de
ciencia-ficción de todos los tiempos, por los escritores de Estados Unidos.
Desde 1973 un cráter marciano lleva el nombre de Stanley Grauman
Weinbaum.