Os doy el enlace a la página donde podéis descargar el libro de relatos de ciencia ficción titulado Punto de vista, del autor estadounidense,
Stanley G. Weinbaum, uno de los "pioneros" de esta literatura en el S.XX, y cuya obra a la vez está ya a las puertas de la Edad Dorada del género; Weinbaum murió muy joven pero dejó algunos relatos inolvidables, muy entretenidos, con mucho sentido del humor. Es una buena lectura para verano. Yo he
escrito el prólogo del libro, que podéis leer también en esta entrada.
Aquí va el enlace donde
es posible descargarlo gratis, y si os gusta, pagarlo, el precio es 2,68€. Está
editado por Alpha Eridiani.
Stanley Grauman Weinbaum nació
a comienzos del siglo XX, en 1902, en Kentucky, Estados Unidos, aunque se crió
y vivió en Milwaukee, una de las ciudades más importantes del estado de
Wisconsin, en la región de los Grandes Lagos, que separan USA de Canadá.
A su temprana muerte, en diciembre de
1935, Weinbaum había
publicado una docena de relatos de ciencia-ficción.
El primero fue Una odisea marciana, aparecido en julio de 1934 en la revista Wonder
Stories , con un éxito inmediato.
El resto de cuentos del escritor, tanto
los que publicó en vida como otros póstumos, se editaron en la misma revista
y también en Astounding,
Fantasy Magazine,
Amazing y
alguna más.
Yo no había leído nada
de este autor, y verdaderamente me he quedado fascinada .
Creo que sin duda Weinbaum tenía
un talento nato para narrar. Pero igual que hizo Borges en su prólogo a las
Crónicas marcianas de
Bradbury,
me he preguntado: ¿cómo han podido gustarme
tanto los relatos de este hombre de Wisconsin, de la América profunda, que
escribió hace casi un siglo? Sólo puedo responder que la buena literatura es
universal, es atemporal, no tiene patria ni bandera, ni siquiera está limitada por el género literario que elige.
Los cuentos de Weinbaum son pura
ciencia-ficción, aunque no cienciaficción
dura: pero, atención, su autor era
ingeniero químico, y en sus historias
crea todo un ecosistema para Marte, o
inventa aparatos, instrumentos y
conceptos con una imaginación asombrosa,
además de demostrar una
creatividad lingüística admirable. Y lo
hace con la verosimilitud que exige el
género.
Por verosimilitud no ha de entenderse
tanto que nos creamos sus
invenciones ahora, en 2011, sino que
aceptemos su mundo de ficción como una
estructura coherente, sin duda porque el
propio autor se la creía al escribirla.
Leer a Weinbaum
ha sido una experiencia semejante a
cuando en mi niñez
me embebía en los libros de aventuras, o
como ver una de esas películas que te
dejan pegada
al asiento sin poder parpadear. Sus relatos tienen también algo de
cómic. Y aunque la imaginación se
desborda, nada parece un disparate,
poco
sobra y poco falta.
He comentado antes que Weinbaum escribió
ciencia-ficción pura. De hecho,
fue en el tiempo que Miquel Barceló llama «la
época maravillosa de las revistas
norteamericanas», las revistas pulp que se
editaban en un tipo de papel muy
barato: Astounding, Amazing, Wonder Stories. Y
publicó muy pocos años antes
de lo que se denomina «la edad de oro»
del género. Lo cierto es que Asimov incluyó a Weinbaum en una de sus
selecciones bajo ese título. Así pues, se le
puede considerar perfectamente un
escritor de la época dorada .
Eran los comienzos de la ciencia-ficción
y Weinbaum uno
de sus pioneros,
del mismo modo que los protagonistas de Una odisea marciana son
los primeros
hombres en pisar Marte.
Fue, a un tiempo, una edad de la
inocencia: los cuentos que podrán leer
ustedes en esta edición son cuentos
jóvenes –pero, atención de nuevo, esto no
quiere decir para nada
que no sean también maduros–, llenos de humor y a la
vez serios; parodias de la propia ciencia-ficción
aunque hechas con finura,
elegancia, no caricaturas burdas. Los
textos de Weinbaum tienen
todos los
elementos de la ciencia-ficción del
esplendor y la plenitud, y conservan sin
embargo el sabor de lo prístino.
Y es que, evidentemente, hoy sabemos que
el Marte que el escritor inventó
no existe ni ha existido. Pero entonces,
en los años 30 del siglo XX, sí se podía
creer.
Además, Weinbaum
publica en el tiempo inmediatamente
posterior a la
Depresión del 29, uno de los primeros
golpes que hizo tambalear el mundo. Pero
él no conoció los horrores de la II Guerra Mundial ,
no supo de las bombas
atómicas que su país lanzó contra
ciudades japonesas, ni del Holocausto –
Weinbaum es
un apellido judío-alemán, y Wikipedia habla del autor como
escritor judío–. Falleció en la juventud
de un siglo terrible y en la suya propia,
sin saber todo esto, y de ahí viene parte
de su encanto, creo yo. De haber vivido
más años, opinó Asimov, hubiera podido
convertirse en el mejor escritor de
ciencia-ficción de todos los tiempos, o
tal vez se hubiese dedicado a otros
asuntos. Lo cierto es que difícilmente
habría podido seguir escribiendo como lo
hizo.
Fíjense asimismo: la edad de la inocencia es
el título de una novela
publicada
en 1920 por la escritora estadounidense Edith
Wharton –autora por
cierto de unos muy interesantes Relatos de fantasmas–.
Pero poco tiene que ver
el autor de Una odisea marciana con
la literatura glamourosa de
Wharton.
Nunca será tan famoso y reconocido como
ella, o como su también compatriota
Henry James, que ha pasado a la
posteridad por una obra fantástica más que
leída e interpretada ,
Otra vuelta de tuerca.
No, probablemente Weinbaum nunca
será recordado fuera de los límites del
género de ciencia-ficción. Una lástima.
Quienes siguen atados a sus prejuicios
contra las literaturas fantásticas no
saben lo que se pierden, no saben del
placer de transgredir la obligación de leer
sólo esa narrativa que los cánones y la
crítica oficiales dicen
que es la buena y
la culta; desconocen el gusto de salirse
a los márgenes, rebuscar en librerías de
viejo en busca de antologías, revistas y
fanzines polvorientos y de papel
amarillo, o hundirse en Internet para
encontrar la versión electrónica del texto ilocalizable ya en papel.
Yo creo que la polémica literatura realista
versus géneros
fantásticos carece
de sentido. Ya lo dijo Borges, en el
prólogo a Bradbury que
he citado antes:
Toda literatura es simbólica;
hay unas pocas experiencias fundamentales y es
indiferente que un escritor,
para transmitirlas, recurra a lo «fantástico» o a lo «real»,
a Macbeth o a Raskolnikov, a la
invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una
invasión de Marte.
De este modo, si entendemos estos relatos
como una mezcla de aventuras
espaciales, parodia y humor sobre la
propia ciencia-ficción, más auténticas
especulaciones sobre otros mundos, y
sobre ciencia y tecnología, todo ello con
su carga simbólica, los entenderemos
mucho mejor. Abrir la mente a las
historias de Weinbaum puede suponer
un esfuerzo para las personas menos
aficionada s
al género, pero tendrá su recompensa: quién lo lea conocerá algo
que ampliará los límites de su
pensamiento y le maravillará. No cabe duda de
que Weinbaum
intenta divertir y entretener –¿por qué
no?–, pero también nos
hace reflexionar.
Vamos ahora a estos 6 cuentos reeditados
por Alfa Eridiani.
Una odisea marciana,
y su continuación El valle de los sueños son,
muy
claramente, odiseas. Los protagonistas de
ambas –tripulantes de la
nave Ares , y
los primeros hombres en pisar el planeta
rojo– se nos presentan como
auténticos Ulises que recorren, en un
viaje lleno de peligros, descubrimientos y
sorpresas, un territorio inexplorado, un
paisaje fabuloso, lleno de seres
extraños. Por favor, presten atención al
césped que camina, a las inmortales
criaturas de silicio que construyen
pirámides –una idea muy innovadora, la de
sustituir, como forma de vida, el carbono
por el silicio–, a las gentes de las
ciudades de barro, a las bestias–sueño
–tan peligrosas como las sirenas
homéricas–; y por supuesto a Tweel, una
especie de avestruz que se hace amiga
de Jarvis. Como bien señaló Asimov, uno de los
grandes logros del escritor de
Milwaukee fue haber sido capaz de
inventar alienígenas con su forma de vivir y
su lógica propia, que piensan y actúan de
un modo muy distinto al humano, y
por ello nos resultan incomprensibles. Y Weinbaum no sólo
consigue hacer
creíbles esas criaturas, sino nos
presenta extraterrestres como Tweel, con
quienes, pese a no entendernos, podemos
entablar amistad.
En los otros relatos de este libro, Los mundos si, El ideal y Punto de vista
encontramos a Dixon Wells, hijo de un
magnate, enamoradizo y que gusta de la
compañía de coristas y bailarinas. El
chico tiene un problema: siempre llega
tarde a todo, ya se darán cuenta de que
no es un problema menor. Dixon fue
alumno y sigue en contacto con el
profesor de Física Haskel Van Manderpootz.
El profesor es un auténtico genio, capaz
de inventar las máquinas más
asombrosas, pero está ¿un poco? chiflado,
y es muy ególatra, arrogante e irascible.
Ambos protagonistas son antihéroes, en
ambos el autor parodia el tipo de
personajes que representan: el chico
protagonista y el científico inventor. Y sin
embargo resultan simpáticos y muy
humanos. Sentimos cierta compasión por
Dixon, gordito y que nunca encuentra a la
chica de sus sueños, y una mezcla de
admiración y risa por Van Manderpootz
–vaya nombrecito, sólo comparable al
de las máquinas que inventa y desmonta
después para desesperación de Dixon.
Pero detrás del humor pueden encontrarse
contenidos muy interesantes y
serios.
En El
ideal se nos presenta un artefacto, el idealizador, capaz de
convertir
en imágenes aquello que, para cada uno de nosotros, es lo mejor, lo más
perfecto. También aparece el tema del
autómata al cual su creador quiere
insuflar vida. y además, Van Manderpootz
ha descubierto la existencia del
espación,
el cronón,
el cosmón y
el psicón,
no se lo pierdan ustedes no vaya a ser
que en este siglo XXI se descubre que
existen realmente. De hecho, Weinbaum
anticipó la ingeniería genética en un
cuento suyo no incluido en esta selección,
La isla de Proteo,
y el cambio climático, en Mares
cambiantes.
En Los
mundos si se especula sobre el viaje en el tiempo,
ese tema tan grato
a la ciencia-ficción y al deseo humano.
Van Manderpootz plantea que no es
posible realmente viajar al futuro –los
mundos que serán–, ni al pasado –los
mundos que fueron–, pero sí –gracias al subjuntivisor– «de
costado» en el tiempo,
a los mundos condicionales, aquellos que
hubieran podido ser «si» en lugar de
haber hecho una elección determinada , hubiéramos realizado otra. De ser
ustedes aficionados a la ciencia-ficción
sabrán que sobre este tema de los
universos paralelos se ha escrito mucho:
pues bien, y aun en clave de humor, el
relato de Weinbaum es de lo
mejorcito.
Un cuento que me ha sorprendido
especialmente es Punto de vista.
Partamos de una premisa: el autor era un
joven americano educado en los
valores de su época: cree en el
patriotismo, en la defensa nacional a través de la
guerra –lo dice en sus historias
marcianas–, incluso esconde algún tinte racista,
por ejemplo cuando explica que la lengua
de los «negritos» es más primitiva que
otras. Su ideal femenino son las mujeres
hermosas –vulgo tías buenas–.
Y sin
embargo, este hombre de su tiempo es
capaz de una enorme delicadeza: en
Punto de vista nos
hace comprender que el amor puede transformar a una
mujer fea en una belleza, a los ojos de
su amante. Realmente, la máquina que
usa el protagonista, Dixon Wells, el actitudinizador, que
nos permitiría ponernos
en el punto de vista de otras personas,
sería muy necesario hoy. Otra idea
bastante curiosa y sorprendente es que Weinbaum nos plantee
que la anarquía
es el sistema de gobierno ideal, aunque
difícilmente alcanzable.
Por cierto que Weinbaum sitúa estos
tres relatos protagonizados por Dixon Wells
y Van Manderpootz en nuestro futuro inmediato, los años 2014-2015.
Esta edición incluye también el cuento Los lentes de Pigmalión,
historia
posiblemente muy influida por las novelas
románticas que el autor escribió
antes de dedicarse a la ciencia-ficción
–lo hizo bajo seudónimo femenino–, y por
las utopías.
En 1970 Una
odisea marciana, fue elegido como el 2º mejor relato de
ciencia-ficción de todos los tiempos, por
los escritores de Estados Unidos.
Desde 1973 un cráter marciano lleva el
nombre de Stanley Grauman
Weinbaum.