Volví a leer Drácula porque estaba empezando a escribir un relato sobre vampiros, y me parecía, cómo no, una consulta indispensable. Apenas me acordaba de la anterior y primera lectura, o si acaso, la recordaba apresurada y desvaída: un viaje que no me produjo ninguna emoción. Sin embargo, ahora el libro me sedujo de inmediato, quizá porque éste –y no aquel– era el momento –mi momento como lectora– para abordarlo.
También supe por primera vez algunos datos sobre Bram Stoker. Que nació en Dublín, en 1847, cuando Irlanda formaba parte aún del Imperio Británico. Que de niño era enfermizo y frágil, y para vencer esa debilidad practicó toda clase de deportes, en especial el montañismo. Estudió matemáticas en la misma institución por la que había pasado antes otro autor irlandés, Joseph Sheridan Le Fanu, creador de Carmilla, una breve novela de tema vampírico sobre la que me será inevitable volver. (Me llama la atención el hecho de que un hombre que dedica su juventud al estudio de las Ciencias Exactas acabe escribiendo una obra donde predominan el terror y el caos). Acabados sus estudios, se convirtió en funcionario, aunque pronto empezó a escribir críticas teatrales en los periódicos, y por fin llegó a ser –durante muchísimos años– secretario personal del actor sir Henry Irving, cuyo carácter megalómano y despótico le sirvió de modelo para el personaje del Conde. El actor despreciaba a Stoker, incluso le pagaba mal, aunque muy probablemente, como ocurre en estos casos, no podía prescindir de él. Por esa misma época Stoker entró a formar parte de una sociedad secreta aficionada a lo esotérico, en la que se encontraban también W. B. Yeats, Arthur Machen y Sax Rohmer (el autor de Fu–Manchú).
Además de Drácula, Stoker escribió otros cuentos y novelas de terror, de mucha menor calidad (sólo destaca la novela La dama de sudario). Desde luego, por estas obras nadie lo recordaría. En cierto modo, su suerte como escritor no es en absoluto envidiable. La figura y inmensa de Drácula lo sepulta, lo devora como si la criatura existiera por sí misma, y se hubiese limitado a elegir un médium a través del cual manifestarse. ¿Podría esperarse menos de un vampiro?
Drácula se publicó en 1897. Su éxito fue inmediato y enorme. Pronto se hizo una versión teatral, protagonizada por sir Henry Irving. Desde entonces y hasta hoy, el personaje ha aparecido de nuevo en el teatro, y en la música, el cómic, la televisión, y por supuesto el cine, con más de cien películas que lo tienen como protagonista.
No obstante quiero volver a la novela, y a las razones de que me haya sido tan grata su relectura.
Una de ellas es la técnica narrativa que usa Stoker. No recurre al tradicional narrador omnisciente decimonónico, sino que emplea un entramado de fragmentos de diarios, de cartas y de notas periodísticas. La acción se nos va presentando, y completando, a través de la escritura de todos los personajes principales, que relatan individualmente, o se cuentan unos a otros, lo que sucede. Todos, salvo Drácula. El recurso al punto de vista múltiple y a los documentos–crónicas consigue un efecto de verosimilitud y objetividad que convierte a Drácula en una obra absolutamente moderna en su técnica literaria.
El Vampiro no nos habla nunca directamente –quizá Stoker no se atrevió a dar voz al Mal– pero su presencia, en el silencio y la sombra, domina el relato y hace palidecer a los otros personajes, los representantes del Bien. Un afortunado hallazgo narrativo, no sabemos si consciente, como no sabemos si Stoker sabía que estaba escribiendo una obra maestra, inolvidable. Desde luego, Stoker no inventó el mito del Vampiro. Para la redacción de su novela se documentó ampliamente en fuentes históricas y folklóricas, y tuvo, sobre todo, una inspiración literaria: la lectura de Carmilla, de Sheridan Le Fanu, publicada en 1872, un libro que admiraba enormemente.
Y no es para menos. Carmilla es mucho menos conocida que Drácula, y, sin embargo, Guillermo Cabrera Infante opina que se trata del "más bello relato de vampiros escrito nunca jamás". Pero su protagonista–vampira es mujer, y es lesbiana, así que no resulta extraño que quede relegada frente al poderoso patriarca creado por Stoker. Lo sorprendente es que Le Fanu no intenta disimular las tendencias sexuales de su personaje. Carmilla es una vampira apasionada y voluptuosa que no sólo desea la sangre de su víctima –una jovencita inocente y recatada– sino que intenta a enredar su corazón con palabras y besos: quiere enamorarla. El erotismo de la novela es tan intenso que se comprende subyugara a Stoker.
Lola Robles, 1998
(Carmilla puede encontrarse en la antología de relatos Vampiras: antología de relatos sobre mujeres vampiro, Valdemar, 2004. De Drácula hay numerosas ediciones)
(Carmilla puede encontrarse en la antología de relatos Vampiras: antología de relatos sobre mujeres vampiro, Valdemar, 2004. De Drácula hay numerosas ediciones)